A Los políticos como Maduro, que sólo saben mover la muñeca, les falta mucho

Domingo, 12/04/2020 06:33 AM

“Mover la muñeca”, llevarlo a pulso o pulsearlo, como decir en el toreo, capotearlo y llevárselo largo, una y otra vez para cansarle, pero sobre todo para conocer los “derrotes”, mañas del toro, cómo levanta y saber qué quiere y hacia dónde tira y pudiera llegar. Es cosa de saber hacia dónde girar, tomar distancia, para que al torero la bestia no le alcance con sus pitones.

Muñequear o “mover la muñeca, es expresión que está ligada a mi niñez, pues en mi barrio, una pequeña congregación de pobres, donde todos se metían en la intimidad de todos, hasta para socorrer a quien estuviese necesitado, de donde al cumanés todo le dieron por llamarle liso, en lugar de generoso, fue de uso por demás frecuente.

Tuvo entre nosotros varías acepciones. La de ser tolerante, saber escuchar con paciencia y esperar el turno para dar los consejos necesarios y llevarle por el camino apropiado. Esperar conocerle, qué quiere, con qué instrumentos cuenta.

Pero también usar todos los recursos necesarios para convencer y hasta engañar a alguien.

“Fulano está empecinado que le sirva para tal o cual cosa y no puedo; es más, no debo hacerlo. Pero no hallo cómo quitármelo de encima”. Decía alguien a un amigo en vista que aquel asunto le tenía preocupado. Pues la persona que le acosaba por aquello gozaba de su afecto.

“Pues muñequéalo, tu sabes cómo hacerlo, para que se deje de eso y no rompa contigo”, respondía quien de aquella manera se le hacía la consulta y confesión.

En el ejercicio de la política ha abundado mucho el personaje sin carisma ni cultura necesaria para llegar al liderazgo que, no obstante, eso alcanzaron, aunque fuese uno artificial, con las tantas monedas, como ardides, existentes. Juan Peña, aquel de “El niño del diente roto”, de Pedro Emilio Coll, lo alcanzó por no hablar. Estar en el medio de todo, entre habladores que nunca dijeron nada sensato, mientras él, en el bullicio se lamía el diente roto, terminó sembrando la idea que era un pensador profundo y eso, unido a la esperanza y espera de la salvación o el hombre necesario, le ganó un liderazgo que casi le permitió llegar vivo hasta arriba, lo que la muerte anticipada le truncó, llevándoselo tempranamente; eso sí, no sé si para arriba o para abajo. Depende del gusto de cada quien.

Ha habido quienes al contrario se han ganado el liderazgo a fuerza de hablar por demás. Pero no se trata de habladores por el solo hecho de hacerlo, eso que padecen de incontinencia verbal, que más bien se les llama “rompe grupo” y la gente les huye al verle llegar, siempre que el tipo no tenga poder. Son capaces de hablar por tiempo largo y nunca llegan a decir nada importante. Por el contrario, hablamos de aquellos como Andrés Eloy Blanco, capaces de hacer de un discurso pronunciado en un mitin político una clase magistral, un hilo de poemas y una larga fila de chistes enjundiosos, pero alegres y sencillos como para que todo el mundo, hasta los niños, prestasen atención y de alguna manera aprovechasen el momento. Como Miguel Otero Silva o aquel “Jorunga muertos”, Domingo Alberto Rangel, que hacía de la Cámara de Diputados una extensión de su cátedra de Teoría Económica de la UCV y sus discursos, cuidadosamente ordenados, eran lecciones de economía, historia, con un lenguaje por demás rico y exquisito.

Pareciera, dicho así para no pecar de indiscretos, que los políticos que más suelen “tener éxito” son los hábiles para mover la muñeca. Los buenos habladores como los ya mencionados, suelen ser admirados, se les escucha, pero generalmente terminan siendo derrotados por los “hábiles”, que por regla general son los mismos que sueltan la muñeca. Domingo Alberto terminó siendo un mal político o un político sin éxito, nunca supo muñequear o eso chocaba con su formación moral. Fue siempre como inflexible, demasiado rígido. Porque la muñeca, en veces, implica ser muy banal, meterle mucho al populismo barato, al decir cualquier cosa sin sustento ni valor, que tanto a la gente agrada y ha agrado siempre y asumir poses, hacer discursos, por puro oportunismo, en los cuales no se cree.

Salvador Allende, según se dijo mucho en sus tiempos, aparte de su prestigio ganado a lo largo de su lucha política y sus propuestas, fue antes de ser electo presidente 3 veces candidato del FRAP (Frente Amplio de acción Popular), lo que habla de sus virtudes, entre ellas las intelectuales. Pero alcanzó fama también por eso de “manejar la muñeca”; no obstante, uno de los problemas que confrontó fue el de darle demasiada validez a esa supuesta habilidad suya. Se cuenta que cuando alguien le hablaba de algún militar que estaba conspirando, se sacaba el lazo diciéndole, “déjale eso a la muñeca”. Se dice que a Pinochet lo estuvo “manejando” la muñeca.

Maduro, visto desde donde uno suele verlo y lo ve desde que el comandante Chávez decidió hacerlo visible, no sólo es un hablador incansable, gozoso. Viene de esas escuelas sindicales donde callarse, aunque sea para reflexionar, es una desventaja; pues en cada caso hay que hablar lo que sea sin pararse en nada. No sólo hay que hablar, llevar la palabra por delante, callarle la boca a los demás, sino en un tono que parezca darle a lo dicho lo que no tiene. Y además, el grito es el recurso clásico para cerrar el debate; después de él no hay palabra que valga.

No obstante quienes así proceden cuando, estando al mando, se creen con el derecho a la palabra, siendo “mandados”, según su concepción, son todo oído y obediencia. Tómese el trabajo de ver cuánto video sea necesario y constate la actitud de obediencia, veneración, mansedumbre, de Maduro en presencia del Chávez hablador. Era esa la concepción de una izquierda sometida a la contingencia de la ilegalidad, una situación determinada por lo circunstancial, convertida por la falta de comprensión y hasta discusión, en una condición permanente. Eso se le trasladó mecánicamente a la legalidad y hasta a estancia del poder. Se terminó asumiendo e imponiendo que el líder tiene el poder de los dioses y a él se debe sumisión porque la verdad le fue revelada.

Así creció Maduro, como muchos, haciendo de lo contingente práctica usual para cualquier momento. Y el liderazgo de Chávez, como el venezolano sabe, tuvo mucho de contingente, no fue una elaboración de años, como suele suceder en los partidos, sino por un movimiento casi telúrico que movió el piso y lo que estaba abajo, arriba le puso violenta y rápidamente, no hubo tiempo para discusiones. Pero Maduro además venía de una escuela de maestros, antes que el de Sabaneta se apareciese, donde el estilo era el mismo, por aquello de la contingencia – como muy larga – de la lucha clandestina. El clandestino no tiene mucho tiempo ni seguridad para la discusión ni para las reuniones amplias donde cada quien pudiera decir sus pareceres.

Pero en los partidos tradicionales, esos que predominaron en la IV República, el proceder era el mismo; quien no venerase al líder y asumiese sus formulaciones, sin que mediase discusión, conversación o acuerdo alguno, era calificado como traidor y hasta enemigo y como tal se le trataba. Esa es la concepción hasta natural de los demócratas tradicionales. Revísese los casos Betancourt, Villalba y hasta Caldera.

Cambiaron las circunstancias, como que ya no se estaba en la ilegalidad y la verticalidad que esta impone por lo emergente y estrecho no era necesaria y menos conveniente, cuando hasta la constitución habla de lo “participativo y protagónico”, pero no pudieron deshacerse de aquel fórceps. Es más, pareciera se dieron cuenta que era mejor dejarlo así ya que a eso se habían acomodado y mejor era acostumbrar a los de abajo se amoldasen. Y así decidió ser Maduro, más si el resto de los dirigentes en eso le apoyaron porque descubrieron la ventaja que eso daba. Cada quien tiene su espacio y la oportunidad de ser en este como el de arriba en el suyo.

Pero el Maduro que se cree libre por su mandato indiscutible, pierde libertad cuando más abajo, hay quienes también se creen con la misma ventaja y la usan a su favor. Donde todo el mundo manda, es su derecho, pero nadie obedece, salvo la multitud que no tiene mando ni espacio para dejar oír su palabra, pues eso de lo representativo y protagónico, solamente son párrafos escritos en la constitución y en los estatutos del Psuv. ¿Acaso estar presente en marchas, actuando por una consigna ajena, elaborada por una camarilla, es sinónimo de aquello?

En ese estrecho mundo, hace falta muñeca. Betancourt tuvo una ágil y movediza muñeca que le permitía disipar los pequeños nubarrones. Su muñeca incluía una alta dosis de cizaña; de indisponer unos contra otros, por aquello de dividir para reinar.

“Piñerúa está bravo porque no le dieron lo quería y dice se va para Güirila, allá donde tiene mando, para alzarse con los suyos”, le llegaban con el chisme al hijo de Guatire.

“Déjamelo que yo lo muñequeo”, decía Betancourt y por lo mismo mandaba a llamar al inconforme y le rebajaba los ánimos dándole lo poco que quería u ofreciéndole algo mejor para el futuro.

El muñequeo de Betancourt hizo posible que dentro de AD, factores como quienes formaron luego el MIR, el grupo ARS de Ramos Giménez, el Dr. Prieto y quienes le acompañaban, se comportasen como irreconciliables enemigos. Rara vez se ponían de acuerdo y ese estado lo aprovechaba Betancourt para sus fines y metas. Solía ganar controversias y hasta elecciones y escogencias, siendo minoría, poniendo a aquellos a pelear entre sí.

Pero Betancourt, pese Domingo Alberto solía decir lo contrario, era lo suficientemente culto y sobre todo tenía claridad de propósitos. Sabía bien el país que quería y la forma de llevarle. Tenía don de mando y perspicacia para tomar decisiones. Fue una combinación de tres cosas, la capacidad de muñequear, un liderazgo de años, ganado en la confrontación y competencia y una buena base cultural. Y fue Betancourt además como Maduro, un autócrata, autoritario, personalista y hasta gritón, pese su vocecita no le ayudaba; por lo que solía acompañarse de la costumbre de batuquear o lanzar su pipa cual proyectil para imponer su criterio.

Maduro es bueno muñequeando; eso es lo que lo tiene donde está. Además de los persistentes errores de la oposición. Ayer en lo que llaman Consejo de Estado, dio una muestras de ese sutil muñequeo, truco viejo pero siempre eficiente. Parra, el presidente de la AN paralela a la de Guaidó, habló de unas propuestas de carácter social para compensar al venezolano en este momento. Maduro, no le pidió las expusiese, eso hubiera sido un peligroso compromiso. Simplemente le aplicó una gambeta, usual entre quienes usan la muñeca. Le pidió presentase a la vicepresidenta en privado sus propuestas para el estudio respectivo. No dejar nadie se enterase del contendido de las mismas, le daba una ventaja y al mismo tiempo dejaba al proponente “la satisfacción” de ser tomado en cuenta.

Hasta aquí llego, me cansé, son cosas de la edad y del aislamiento por el virus, por eso espero que con su talento, el lector ponga el resto.

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