Que difícil resulta escribir acerca de un compañero del cual hay tantas cosas que decir, sobre todo si sabemos que de lo que se trata es de una definitiva despedida, porque ya no estará más entre nosotros para seguir caminando juntos con nuestras ilusiones a cuesta, en busca de la justicia social que no nos cansamos de perseguir y que siempre nos identificó y nos unió, cual yunta que enlaza esperanzas en un mañana que no nos cansamos de buscar, aún cuando a mitad o al final del camino surjan algunos matices de diferencias. Quienes conocimos y compartimos distintos momentos de la vida militante con Jesús María Pacheco, quienes anochecíamos en la fábrica en una toma con Pacheco, quienes amanecíamos en el sindicato afinando un contrato colectivo acordando planes y estrategias de última hora, sabíamos entonces, sabemos hoy y sabremos siempre, que nació revolucionario, vivió revolucionario y murió como lo que siempre demostró ser, un autentico revolucionario.
En Pacheco estuvo presente siempre el frontal crítico de todo aquello que no compartía, o que según su punto de vista no encajaba en la meta, el criterio, o la conclusión que buscábamos en determinado momento de nuestra agitada vida militante. Igualmente encontramos el hombre siempre presto al apoyo solidario en cualquier terreno y circunstancia requerida, el maestro cuyos consejos y orientaciones siempre nos ayudó a solventar las difíciles encrucijadas con las que teníamos que enfrentarnos en la azarosa vida revolucionaria de una militancia dura, difícil, peligrosa pero donde todos derrochamos alegrías, y nos sentíamos orgullosos de haber tomado ese camino, porque sin hacer odiosas comparaciones, en aquellos momentos todos sabíamos lo que hacíamos y por qué. En esa gran escuela que fue nuestra militancia en Caracas, principalmente en Catia y 23 de Enero, Pacheco fue el gran director que ayudó a fraguar un contingente numeroso de hombres y mujeres con sólidas bases y claro criterio de lo que es el compromiso con la causa revolucionaria. Pacheco fue siempre un revolucionario con principios y valores, los cuales supo defender en las diferentes trincheras desde donde le tocó confrontar sus convicciones y postura revolucionaria, una actitud rebelde que no pudo doblegar ni la dictadura Pérez-jimenista, como tampoco los represivos gobiernos adeco-copeyanos del punto fijismo, experiencias éstas en la que Pacheco fue ejemplo de consecuencia, sacrificio y mística del militante que se consagra a la causa en la que cree y por la que está dispuesto a morir si es necesario. Con Pacheco pateamos muchos terrenos y vivimos las miles situaciones que deparaba aquella lucha llevada a cabo en condiciones nada favorables para quienes se enfrentaban al sistema imperante de aquellos tiempos en que negarse a aceptar lo establecido era jugarse la vida, con muchas posibilidades de perderla. Fue en esas condiciones en que con Pacheco y otros avezados dirigentes, fuimos aprendiendo a desafiar el peligro, a valorar nuestro esfuerzo ignorando los sinsabores y las limitaciones nada significativas ante los ejemplos que nos daban aquellos que nos guiaban y Jesús María, fue siempre el más cercano a todos nosotros. Todo fue secundario ante la esperanza de la otra vida distinta al capitalismo, el otro mundo del que nos hablaba la historia revolucionaria que en otras partes habían logrado otros luchadores, como los barbudos bajados de la Sierra Maestra, allá en Cuba, Fue Pacheco el del esperanzador aliento ante la derrota, la incertidumbre y el desaliento por los pocos resultados de nuestros esfuerzos, jamás olvidaremos los consejos y arengas muy a tiempo con las que nos levantaba y nos volvía al camino de la estimulante tarea militante, con tal grado de estímulo que fueron muchas las veces que el avasallante recurso del enemigo no le alcanzo ante el vigoroso fervor y la mística militante de los cabeza-calientes que éramos entonces. Digno de resaltar los difíciles días de la discusión interna del MIR y la posterior división, para muchos allí se acababa todo, atrás quedaron las ilusiones las esperanzas, el esfuerzo de muchos años, de mucha y valiosa gente, ya era demasiado duro el golpe para entusiastas muchachos que habían puesto en aquel proyecto lo mas valioso de su tiempo, conocimiento y espíritu combativo por el cambio en que creíamos todos, una vez más Pacheco asumió su tarea de conductor experimentado, del maestro consejero lleno de paciencia y experiencia para explicar todo lo que había que explicar y razonar sobre lo desconcertante de los hechos, los nuevos derroteros y el reto que ante nosotros se abría. Por todas estas experiencias que son bastantes, podríamos decir que fue mucha la gente que tuvo en Jesús María esa voz orientadora que tanta falta hace cuando nos agobia el desespero sin encontrar repuestas ni salidas a los conflictos, que en nuestro caso y para la época abundaban. Bueno así anduvimos con Pacheco, por muchas partes, en la reconstrucción del MIR luego de la lucha armada, en los textileros de Caracas y Miranda, en los barrios de Catía y el 23 de Enero, en el sindicato del vestido, en la Central Unitaria de Trabajadores de Venezuela (CUTV) y muchas otras partes donde creíamos necesario llevar el mensaje contra la explotación, por la liberación nacional y contra los atropellos de los gobiernos adeco-copeyano de la época.
En este homenaje a Pacheco no podemos pecar de injustos y de poco objetivos al hablar de él, pues quienes supimos desde cerca de la vida y andanzas de Jesús María, sabemos que junto al esfuerzo, el sacrificio y la voluntad de Pacheco, estaba también todo eso mismo, de su fiel e inseparable compañera de toda la vida . AURISTELA, quien formó parte de esas tantas y anónimas guerreras que les toca batallar desde el hogar para ayudar a un esposo, que afuera, en la calle ayuda a un país, a un pueblo, luchando por el cambio revolucionario y la justicia social, sin ese apoyo moral, sentimental, humano y de todo tipo que representó Auristela para Pacheco, difícilmente el hubiese podido desarrollar todas las actividades y compromisos que cumplió en su larga trayectoria como dirigente político, al lado del dirigente curtido y experimentado que fue Pacheco, siempre encontramos a la gran esposa, a la preocupada madre, a la comprensiva y solidaria compañera, ayudándole a que la misión fuese menos complicada, más comprendida y compartida en el seno de la familia. Es este el aliento y la satisfacción que requiere todo revolucionario que dedica íntegramente su vida a la revolución, muchas veces la dedicación, la permanencia y la consecuencia en el combate revolucionario, depende de ese gran apoyo, de esa comprensión, de ese soporte siempre a nuestro lado. Pacheco tuvo la dicha de tener siempre con él, toda la comprensión el apoyo y la solidaridad que supo brindarle durante toda su vida la gran mujer, la gran compañera que fue Auristela y algo más, la gran revolucionaria, porque esa es la actitud, la conducta y la otra manera, como a muchas compañeras les ha tocado cumplir su cuota, su responsabilidad y su tarea revolucionaria. A Pacheco y Aurístela, mil gracias por aquellos días, cuando sin mucha filosofía, en carne propia y en la práctica diaria, entre muchas otras, nos enseñaron que cosa era aquello que estaba muy en boga por aquella época, y que luego supimos, era LA SOLIDARIDAD entre revolucionarios. Una cualidad que se cultiva y se fomenta en los momentos mas difíciles y entre quienes hacen del apoyo y el esfuerzo colectivo, un hábito y una práctica íntimamente ligada al compromiso entre compañeros y la hermandad revolucionaria. Así fueron ellos, así queremos recordarlos siempre quienes tuvimos la fortuna de haber sido sus compañeros y amigos.
Ramón Blasco. Guameño