Lo que aprendí en la cuarentena

Jueves, 21/05/2020 07:44 AM

Son muchas las cosas que he aprendido durante de lo que va en la cuarentena. Eso quiere decir, que el encierro obligatorio por motivos de Coronavirus 19, tiene su lado malo, como es lógico, y tiene uno bueno. Es ese lado bueno donde me he enfocado. Y siento que he ganado mucho en tiempos del Coronavirus. Voy, con la anuencia, del lector a enumerar el aprendizaje:

Aprendí a valorar mi vida y la de los demás. Además, comprendí que la vida es un préstamo de Dios, por lo que hay que cuidarla, como se cuida a un tesoro, pero, en especial hay que disfrutarla al máximo. Y esa actitud me ha hecho feliz, profundamente feliz, y, como no soy egoísta, esa felicidad la comparto con mi familia y con mis amistades.

Aprendí que no hay que apurarse. La vida de cada uno de nosotros tiene su ritmo propio, y no debemos violentarlo. ¿Qué sentido tiene vivir apurado? Ninguno. Leí: "Date tiempo para pensar, para amar, para escuchar, para dar, para sentir, para apreciar y valorar lo que tienes, para experimentar, para SER, simplemente, para VIVIR".

Aprendí que usted está primero que yo. Usted tiene una valía superior a la mía, por lo tanto, debo aprender de usted. Aprender de los demás es una manera de crecer y desarrollarse equilibradamente. Aprender de los mejores que nosotros, es el camino que queda para conectarse con la vida que deseamos; conectarse con el otro yo espiritual. Conectarse con lo hermoso y con el hechizo de las cosas que nos rodean. Así sea ver crecer una matica que hemos sembrado, y que ríe y crece, cuando la regamos.

Aprendí a querer de todo corazón a mi familia. Toda mi familia es mi tesoro. Mis hijos son mis héroes y mis nietos mi la motivación para que m corazón siga latiendo, lento y viejo, pero sin pararse. Aprendí a valorar a los amigos, a las amigas. Esas personas que te animan cuando estas tristes, por lejos que estés. Esa voz amiga que se une a la mía, juntos formamos un coro para cantarle a la vida.

Aprendí a perdonar a quienes me ofenden, o mejor dicho a quienes pretender ofenderme. La tolerancia total me llegó en este encierro, y ahora se que ser tolerante es una de las virtudes que más engrandece al ser humano. El Dalai Lama, dijo en una ocasión: "Cuando entiendas que hay otra forma de ver las cosas, entenderás el significado de la palabra tolerancia". Coincido con esa frase del Dalai Lama. Existe otra forma de ver la vida y sus cosas, sólo debemos tener la paciencia para averiguarlo, y disfrutarlo al máximo.

Aprendí, también, a valorar nuestro tiempo, y aprovecharlo, pues, tiempo que pasa no volverá. Es como ese dicho que señala que el agua pasa una sola vez por debajo del puente. Juro, apreciado lector, que yo aproveché más del ciento por ciento mi tiempo en cuarentena. Leí, reflexioné, medité, pero, especialmente, escribí como nunca lo había hecho. Una vez me sorprendió leer la siguiente afirmación de la Madre Teresa de Calcuta: "Soy un trozo de lápiz… Soy el lápiz de Dios, con el cual Él escribe aquello que quiere". Tal vez, Dios me enchumbó de ideas que, luego, plasmé en el ordenar, guiado por Él. Son cosas que pienso. Nada más.

Lo cierto es que aprendí a abrir mi corazón a todo aquel que quiera entrar. Y siento la alegría de mi interior, y el regocijo de todo mi ser al sentir el calor del otro, a pesar de la distancia que nos separa, y recuerdo aquel autor llamado William Schutz, que escribió un libro titulado: Todos somos uno. En efecto, todos somos hijos de Dios, por lo tanto, todos somos hermanos. ¿Entonces porque encerrarnos, bajo una coraza de hierro mohoso, a "vivir" nuestra vida, sabiendo que al lado tenemos a otros que ansían comunicarse con nosotros y dar o revivir una ayuda?

Aprendí lo que significa ayudar a otros. Me lleno de felicidad cuando, desde mis posibilidades, puedo ayudar a alguien. El otro día le escribí una carta, publicada en Aporrea, al camarada Diosdado Cabello, solicitando sus buenos oficios para mi amigo Chucho Muñoz Freites. Y Diosdado actúo de inmediato. Eso me hizo feliz. sentí que merece la pena tocar la puerta, cuando de ayudar a alguien se trata. En ese sentido, Samora Machel (quien fuera presidente de Mozanbique), dijo en alguna oportunidad: "La solidaridad no es un acto de caridad, sino una ayuda mutua entre fuerzas que luchan por el mismo objetivo".

Aprendí a creer más en Dios. Ya mi creencia en Él era superlativa, pero aquí, en estos tiempos de Coronavirus, se agiganto. Y que tengo mil razones para no sólo para creer en Dios, sino que sentí, a mi manera, su presencia en varias oportunidades en que mi vida estuvo en peligro. Ahora recuerdo aquella voz quebrada de puro llanto: "José, Teófilo se nos va". Guardo el recuerdo porque mi esposa Celina, me lo contó, una vez que me recupere de la herida de bala que me había causado un delincuente en el Helicoide. En fin, me debatí entre la vida y la muerte, pero Dios estuvo allí. (Mi esposa, llamo desde la habitación donde yo estaba, en el Hospital Militar, a José Calatayud, esposo de mi cuñada Elisa).

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