Los urólogos: el poder detrás del poder

Lunes, 15/06/2020 07:27 AM

Según los adeptos a teorías conspirativas muchas de las cosas que están pasando, tienen su origen en grupos e individuos muy poderosos a escala global que pretenden reordenar el mundo a imagen y semejanza de sus muy particulares intereses. Son muy pocos, pero tienen gran influencia en las economías y las políticas y determinan lo que pasa en las vidas de todos.

Una de esas teorías conjetura que tras el G7, la Unión Europea, los Rothschild, los iluminati, los presidentes de todos los países, Rockefeller, el Grupo Bilderberg, el Vaticano, los grandes bancos y multinacionales, existe una élite privilegiada operando en la tiniebla y que ejerce superioridad por encima de condecorados generales de la OTAN, hombres de estado, presidentes y ex presidentes de todos los países. Afirman que tal élite, constituida por urólogos, viene trabajando por detrás (así podría decirse) de quienes hasta el presente se creían eran los demiurgos que controlaban el mundo, y se han convertido ellos mismos en un poder tras el poder.

Detrás de cada hombre poderoso, de cada presidente, está esa persona muy especial que es quien le chequea la próstata regularmente y del cual depende en alto grado la salud y la tranquilidad de esos dignatarios y, hasta en algunos casos, la economía de un pueblo entero con frecuencia víctima de las incertidumbres prostáticas de un gobernante. La felicidad de muchos de ellos depende de estos profesionales de la medicina entrenados en la delicada tarea de palparles científicamente el punto G. Extraoficialmente se sabe que Donald Trump, Vladimir Putin, el Papa o Xi Jinpin, antes de decidir asuntos comerciales, militares o de algún otro orden, primero se hacen auscultar a fondo por sus urólogos de cabecera.

De estos tactos íntimos a tan augustos traseros, con el correr del tiempo los urólogos se ha venido configurando como una casta privilegiada que tiene poder e influencia en mandatarios, empresarios, generales, miembros de los poderes legislativos, religiosos, que los han vuelto a ellos mismos unos seres muy poderosos y capaces de influir en las decisiones transcendentales del mundo. La confianza que deposita un dignatario en su urólogo y que permite a éstos los procedimientos técnicos de su profesión, la gran mayoría de las veces no se la dan a sus abnegadas esposas, concubinas o novias, bien sea por pudor o por alguna otra causa que con frecuencia se revela en el momento preciso del tacto. Los presidentes, por ejemplo, como se sabe, si bien muchos de ellos no tienen escrúpulos para meterle la mano completa a las finanzas públicas, suelen mantener ciertas reservas a la hora de confiar su punto de la felicidad en manos y dedos de médicos que no garanticen la camaradería y confidencialidad de los auscultamientos. Debe haber una relación de confianza mutua y de afecto recíproco entre los presidentes y quienes les practican el tacto, motivo por el cual algunos urólogos intrépidos hasta llegan a formar parte de los equipos de gobierno.

Esta extravagante teoría de conspiración, si tiene algo de verdad, explicaría el actual desastre planetario en la alimentación, en la salud, en los servicios públicos, en la vida misma, al declarar que una parte del gremio médico ─que siempre procura únicamente su privilegio y que solo conoce de próstatas─ participan con poder de decisión por detrás o por encima de los hombres más importantes de la política y los negocios.

No quiero ni imaginar que mientras los pueblos son marginados de las decisiones gubernamentales que afectan su calidad de vida, muerte o salud, unos sujetos desconocidos, a fuerza de palpar las oscuras intimidades de gobernantes, participan en la determinación del rumbo de la política financiera global y la economía del mundo arruinando la vida de millones de seres inocentes. No es justo. Igual me cuesta aceptar que, esconder las cifras de contagios para flexibilizar la cuarentena y obligar a la población ─que no cuenta con un adecuado sistema de salud pública que la proteja─ a incorporarse a la nueva normalidad capitalista, sea también designio de urólogos encumbrados o enchufados en las alturas de gobiernos y corporaciones. Mientras los trabajadores se incorporan al trabajo y se arriesgan para salvar el mundo capitalista, con la venia de los urólogos y jefes de gobiernos los salarios se mantienen en una cuarentena estricta que solo beneficia a los vivos y poderosos de siempre.


 

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