"El odio es una tendencia a aprovechar todas las ocasiones para perjudicar a los demás". Plutarco.
La izquierda ultrosa piensa que pandemias como el coronavirus unen a los totalitarios estalinistas, para someter a la población. Desgraciadamente eso no es cierto. Y esto lo asumen como la oportunidad para consolidar posiciones políticas, frente a la bobalicona oposición venezolana... o para mantener la hegemonía. Para este efecto se unen con la mala fe. En la Venezuela del siglo XXI, esto me ha hecho recordar lo que sucedió en 1958 según la historia, y que debió marcar a la democracia venezolana hasta estos días.
Por su amplia definición, el odio es reconocido como un perverso resentimiento de la anti política, y por lo tanto, su hábitat natural son las dictaduras. Y como el virus chino también puede aflorar en los sistemas democráticos sin los contrapesos del poder, y en un completo caos.
En ese sentido, ha sido paradigmático el presunto asesinato de Fernando Alban por un comando terrorista, en la sede de un cuerpo de seguridad venezolano. No sólo esto es la secuela de un odio planificado, como ha sido recordado por sus familiares. Además, es uno más de las centenas de hitos, causados por la polarización política y, por tanto, es la secuela del corto trecho que nos separa del colapso definitivo de la democracia venezolana.
Este odio refleja la convicción de la izquierda fundamentalista estalinista, representada por milicianos, y colectivos de que ha llegado la hora de las acciones armadas, para las cuales el gobierno no da tregua. Pero esto no es un sentimiento criollo ni coyuntural. Nos llega desde La Habana, inducido por el castrismo con 62 años de dictadura, quien no soporta la idea de una Venezuela petrolera exitosa, que tenia a pesar de todas las deficiencias un marco político pluralista, conducido por la alternancia del poder. Líderes del PCV, URD, AD, COPEI, MIR etc. Mantenían con su verbo encendido, donde la izquierda de la época denostaba de los presidentes como "agentes del imperialismo yanqui", y hoy Venezuela es vista como "la jinetera de árabes, chinos, cubanos, rusos, iraníes etc." y ciertos izquierdistas no marxistas-leninistas-estalinistas sentencian hoy que: "estos ‘bolivarianos’ prometieron una revolución sin sangre, pero están derramando la sangre, y el hambre sin revolución".
Este mal sentimiento no sabemos si fue la muerte de Hugo Chávez lo que bloqueó, de facto, su proyecto de producir una "verdadera vía hacia una revolución democrática", en pleno siglo XXI, respetando la institucionalidad democrática, y el Estado de Derecho. Para concretar, lo que estamos viendo es una tabla rasa, sin una base social y política plural. Como militante de la izquierda cristiana, siempre he rechazado los verticalismos ideológicos, la estrategia de utilizar al TSJ para nombrar un CNE sumiso, la defenestración de directivos de partidos opositores, para colocar a mercenarios manejables de baja estofa, para acatar órdenes. Siempre he mantenido un distanciamiento social y político con la Cuba de los Castro, y un apoyo pragmático a todos los partidos de centro, izquierda, y derecha dominados siempre por el pluralismo político venezolano.
Tras la elección de la actual ANC, el odio sepultó la apertura hacia la democracia, y la paz verdadera. En lo fundamental, porque nació el monstruo reaccionario estalinista creado por el imaginario revolucionarista, funcional a la utopía del mal. De hecho, en la CRBV de 1999, el constituyente propuso densificar el poder de la sociedad como: "una manera segura de cautelar el sistema democrático".
Fue el pueblo venezolano en las parlamentarias del 2015, quien vio, más claro que todos, el significado de este crimen contra las empresas del estado y el aparato productivo nacional. Ante el féretro del derrotado oficialismo en esas parlamentarias de la AN del 2015, y recordando el despegue incontenible de la hiperinflación, expresaron: ¡ya es demasiado, seguir hacia el modelo de la miseria cubana! Tenemos que matar el odio, antes de que el odio envenene, y mate el alma de nuestra amada Venezuela".
Hoy nuestros dirigentes políticos no son célebres, por no tener clarividencia política, Juan Guaidó no ha pegado una, y Maduro debe gobernar con, y contra lo que hay. Por una parte, con un psuv desgarrado por: "la polémica de la hiperinflación", y con "el hambre en ristre" a la cubana. Por otra parte, contra la coalición inevitable de una unidad opositora de decidirse a participar en las elecciones, liderada por Juan Guaidó, cuya estrategia apunta al término anticipado de la toma del poder.
En este contexto la anti política hoy no tiene vía libre, la crisis envenenó el alma de Venezuela, y de ñapa nos llegó el "virus chino". Así lo reconocerán tirios y troyanos, en las elecciones de la AN de este 2020, donde se pronostica que: "el país no volverá a ser nunca más lo que hoy es" y el destino dirá finalmente quien tiene la razón
Lo peor de todo es que hoy, en pleno coronavirus, y como no hay mal que dure cien años, los venezolanos están bajo el acoso de una intolerancia política que afecta a todos los que piensan distinto, y con un amplio sentido de la historia. Para algunos intolerantes lo principal es descalificar al gobierno. Para otros, el confinamiento con la nevera y el estomago vacio, sería un simple intermediario del hipotético "estallido social". Para la nomenklatura, el presunto estallido es una vía "insurreccional". Son tres hipótesis de la misma batalla, que nos colocan al borde de los aleros del odio, y que se reflejan en la crisis política, de la democracia, el derecho, la sensatez, y hasta de los sentimientos patrios.
Por eso, como dijo mi amigo el poeta: "no debemos repetir los errores trágicos del pasado". Escuchémoslos, todos con mucha atención por favor.