El período de la independencia (1810-1830) se ha historiado en varias direcciones ya desde el momento en que se creó la conciencia de un Estado venezolano. Pero la literatura ha insistido sobre dos temas: los sucesos primeros, propiamente revolucionarios, y las guerras. Acaso se han dejado un poco de lado los rasgos humanos y las caracteriscas ideológicas; el modo como reaccionabas el hombre de trabajo manual, cuando no lo arrebataba la acción heroica, y las bases intelectuales de la generación civil. Con la publicación de algunos materiales –periódicos, cartas, papeles, posiciones– se despeja este panorama.
Ciertos problemas han quedado claros; así, tenemos lo concerniente a las circunstancias de la lucha, que fue "civil", sociológicamente hablando, pero "internacional" en lo que al Derecho se refiere. El tono de los historiadores ha variado, sobre todo cuando se trata de presentar cuadros como el de "la guerra a muerte", entre 1813 y 1814. No es ya posible aludir, por ejemplo, a la crueldad española para justificar la separación del poder metropolitano, como lo hacían los escritores republicanos de la "Gaceta de Caracas". El fondo de crueldad es propio, desgraciadamente, del ser humano. Ya el escritor Juan Vicente González (1811-1866) ponía frente a la ferocidad de José Tomás Boves, la ferocidad de Juan Bautista Arismendi. La historia posterior de Venezuela, hasta tiempos recientes, ha demostrado –sin guerra a muerte– que la crueldad es uno de los bajos fondos que imprimen carácter a ciertos momentos de depresión histórica: las revoluciones y las dictaduras. Y la historia republicana de Venezuela tiene más días de dictadura y de revolución que de democracia. Democracia social es una cosa y democracia política otra. Aludo a la última, frente a los momentos dictatoriales. La democracia social comenzó a implantarse en el siglo XVI.
También conviene fijar los ojos en el hecho de que la independencia no fue un movimiento popular; el pueblo –las clases sociales que, de acuerdo con los criterios de la época, formaban la base de la población– no sentía preocupación independista. La independencia fue organizada, y en gran parte llevada a cabo, en sus dos fases, por élites, por las clases altas, una económica y otra intelectual. Esto es, por los hidalgos o patricios, y por los letrados. En realidad, la independencia era una construcción de la inteligencia y de los sentimientos de unas pocas docenas de hombres: nobles, escritores, oficiales, latifundistas; hombres de tradición familiar que deseaban dirigir la república, o pensadores ganados a la filosofía nueva. Uno de los más agudos historiadores del país, Caracciolo Parra Pérez (1888-1964), ya lo advirtió meridianamente: "Durante mucho tiempo apenas algunos centenares de nobles, de letrados y de oficiales, pugnaron por la república; el resto de los habitantes del país siguió a los caudillos que se cubrían con la bandera real". Sí la primera república se le fue de las manos a Miranda en la campaña de 1812, la segunda se le escapara a Bolívar a pesar de la campaña de 1813. La gente, el hombre venezolano, no entendía ni deseaba la independencia. Hubo que imponerlas.
¿Cuál fue la función, el papel del pueblo? Si por pueblo se entiende la masa popular, incluidos los esclavos, entonces puede decirse que siguió a los caudillos; en primer lugar a los caudillos realistas y después a los republicanos; los primeros estaban con la patria vieja, los segundos con la patria nueva. Si por pueblo se entiende la población sensible a la política –los notables, según el lenguaje de aquellos días– entonces sí que fue hecha la independencia por el pueblo. Sin embargo, los documentos establecen una diferencia tajante: en los acontecimientos de 1810, por ejemplo, las actas hablan del pueblo como el ‘espectador’ respetuoso de lo que estaba ocurriendo, de lo que estaban haciendo las clases directoras en el Cabildo de Caracas.
Las ideas sobre las cuales giró la independencia se dejan reconocer a grandes rasgos. Fermín Toro (1807-1865) lo dirá posteriormente al referirse a los autores que leían los personeros, los integrantes de la generación de la independencia. Escribe Toro: "Rousseau, pues, Voltaire, Helvecio, Diderot, Destut Tracy, fueron los autores favoritos". Ideológica importada, que logra llegar a España, aunque el régimen, representado en 1792 por el conde de Floridablanca, luchara por mantenerla a raya.
El fenómeno de contagio de las ideas revolucionarias francesas explica ya no sólo la intervención curiosa de personajes como Francisco Antonio Zea en la conducción de la política hispanoamericana, sino también la posición de un presidente de la Real Audiencia de Caracas como Vicente Emparán, Zea, antioqueño (Nuevo Reino de Granada) fue director general del Ministerio del Interior en la España de 1808-1812, nombrado por Napoleón; pero en 1819 llegará a vicepresidente de la república de Colombia, creada por Bolívar. A Emparán se le consideró siempre como afrancesado, aunque las sospechas no se justificaran. Tal vez porque Emparán se formó en un momento en que la "Enciclopedia" tenía más suscriptores en Guipúzcoa, tierra de Emparán, que en todo el resto de España.
Los revolucionarios presentan un espectáculo contradictorio: afrancesado, en cuanto a la influencia filosófica, luchan, no obstante, contra el poder francés en un primer momento, para permanecer fieles a la nación española. Creemos que es equivocada la intervención que se da a ese fenómeno, al considerarlo como una postura puramente política, de hipocresía política, para poder dar los revolucionarios los golpes de abril y julio. Quienes en 1810 deseaban establecer un gobierno representativo, a nombre de Fernando VII, no se decidían por una república; ésta vino por imposición de la de la fuerza revolucionaria de los progresistas y exaltados. El intelectual que escribió el editorial de la "Gaceta de Caracas" publicado el 4 de mayo de 1810 pensaba ciertamente tol como escribía. Léase: "Nadie duda que la resolución que hemos tomado no ha tenido otro objeto que asegurar nuestras existencia y felicidad, sin desmentir un ápice la lealtad que nos caracteriza, de que dimos el primer ejemplo en América el 15 de julio de 1808, y cuyo timbre no cambiaremos ni aun por todas las ventajas que nos promete nuestro actual estado. Bien sabíamos que éramos libres; bien convencidos estábamos de que nuestra generosa conducta no podía menos de llevarnos a la dignidad de tales, "y hacernos participar de toda la gloria de la nación a que pertenecemos y cuya salvación procuramos como parte integrante de ella." Y el criterio que se sostiene posteriormente será igualmente sincero, como que eran otras las plumas que escribían.
La posición radical tomará cuerpo en Simón Bolívar (nacido en Caracas el 24 de julio de 1783 y muerto en Santa Marta, Nueva Granada, el 17 de diciembre de 1830), a quien las guerras convertirán en héroe máximo. Pero no sólo dirigirá la guerra, sino que estimulará la creación del Estado. Un Estado venezolano apenas si existirá antes de 1830; pero una concepción estatal sí. La república de Colombia (1819-1830), denominada comúnmente Gran Colombia, es precisamente la concepción más afortunada de Bolívar en el orden de la política y del Derecho. Fue su gracia y su desgracia. Bolívar comprendió cómo la destrucción de la unidad antigua para realizar una independencia por pedazos era claramente un error, un peligro. Por eso su trágico empeño en unir en un solo Estado lo que primero libertó, en forma sucesiva, Venezuela, Nueva Granada y Ecuador, el territorio de tres Reales Audiencias.
La república de Venezuela va a comenzar su vida independiente en 1830. Durante veinte años estuvo el país sometido al experimento tremendo de la revolución: romper unos moldes de vida para crearse otros. El 19 de abril de 1810, el Cabildo de Caracas destituyo al presidente de la Real Audiencia, gobernador de la provincia y capitán general de Venezuela don Vicente Emparán. Fue un golpe de Estado incruento. El muy ilustre Ayuntamiento se convierte en suprema autoridad, como cuando en los siglos XVI y XVII cesaba un gobernador. Esa Junta Suprema es conservadora de los derechos de Fernando VII. EL acta de ese día no es de independencia. Como no está el rey en su sitio y tampoco la Junta "que suplía su ausencia", el Cabildo asume la soberanía popular y gobierna con todas las de ley. La Junta Suprema de Caracas convoca a elecciones el 11 de junio de 1810, las cuales conducen a un Congreso. Es ese Congreso el que levanta el Acta de la Independencia el 5 de julio de 1811.
Un enviado de la Junta Suprema a Estados Unidos, Telesforo Orea, hizo llegar despachos a Caracas, los cuales fueron revisados por el Congreso el 2 de julio. La actitud favorable de aquel país animó a los partidarios de la independencia y hasta predispuso a los tibios. El día 3 se abre el debate planteando ya la necesidad de una declaración, propuesta por el diputado de Guanarito José Luis Cabrera. La discusión fue tomando calor; coincidían, en su mayor parte, las opiniones a favor de la declaración. No obstante, se opusieron ciertas objeciones que obedecían a tácticas de política, unas, y a escrúpulos de integridad, otras; pero razones de orden ideológica no estaban en contra de la conversión a un Estado soberano. Dos ejemplos de objeciones pueden señalarse: una, la circunstancia de que la actuación del Gobierno venezolano surgido el 19 de abril era compatible, según el criterio de Inglaterra, con la autoridad reconocida de Fernando VII. El diputado de Cumaná, Mariano de la Cova, consideraba el caso y recomendaba un acuerdo con los ingleses y norteamericanos antes de proceder. Otro ejemplo puede verse en la reversa de Juan Germán Roscio, quien estimaba como inconveniente la negativa de Coro, Maracaibo y Guayana a sumarse al movimiento venezolano.
La verdad es que cuando llega el mes de julio, ya el Congreso había tomado medidas incompatibles con el mantenimiento de la autoridad del rey Fernando o de otra cualquiera peninsular, pues incluso había recomendado a una comisión de diputados redactar un proyecto de Constitución. Manuel Vicente de Maya, diputado por La Grita, sostenía el mandato imperativo; su diputación, dijo, se refería a mantener la nación, a mantener los derechos de Fernando VII. Salva su voto solitario.
En la sesión del día 4, el presidente Juan Antonio Rodríguez Domínguez de llamar, diputado de Nutrias, hubo de llamar la atención por el acaloramiento de los oradores el día anterior; se cometieron algunos excesos, como cuando el presbítero Ramón Ignacio Méndez, diputado de Guasdualito, opuesto a la declaración de independencia, intentó darle unos puñetazos a Miranda. Los miembros de la recién fundada Sociedad Patriótica –un grupo militante y fogoso del cual forma parte el joven Simón Bolívar– habían tomado las barras del Congreso y promovido algarabías y escándalos.
Aquel club político se había reunido la noche del 3 para debatir el asunto. Bolívar pronunció allí su primer discurso libertario: "No es que hay dos Congresos. ¿Cómo fomentarán el cisma los que conocen más la necesidad de la unión? Lo que queremos es que esa unión sea efectiva y para animarnos a la gloriosa empresa de nuestra libertad; unirnos para reposar, para dormir en los brazos de la apatía, ayer fue una mengua, hoy es una traición. Se discute en el Congreso Nacional lo que debiera estar decidido. ¿Y qué dicen?, que debemos comenzar por una confederación, como si todos no estuviésemos confederados contra la tiranía extranjera. Que debemos a los resultados de la política de España. ¿Qué nos importa que España venda a Bonaparte sus esclavos o que los conserve, si estamos resueltos a ser libres? Esas dudas son tristes efectos de las antiguas cadenas. ¡Que los grandes proyectos deben prepararse en calma! Trescientos años de calma ¿no bastan? La Junta Patriótica respeta, como debe, al Congreso de la nación, pero el Congreso debe oír a la Junta Patriótica, centro de luces y de todos los intereses revolucionarios. Pongamos sin temor la piedra fundamental de la libertad suramericana. Vacilar es perdernos. Que una comisión del seno de este cuerpo lleve al Soberano Congreso estos sentimientos". La última frase es como una orden. Muy pronto se acostumbrará a ordenar a ordenar al frente de los ejércitos, al frente del pueblo, al frente del poder. Se forma, un efecto, una comisión que encabeza Miguel Peña, abogado y político valenciano, que intervendrá largamente con Bolívar y después con Páez, sobre todo a partir de 1826 y 1830. El día 4 cumple Peña el mandato de la Junta Patriótica y de Bolívar ante el Congreso. El Congreso consulta al ejecutivo, y éste responde a favor de la independencia. Fue así como la ardiente palabra de Bolívar influyó en aquella decisión.
El 5 de julio de 1811, el debate se centra una vez más en torno a la declaración de independencia. El poder ejecutivo, la Sociedad Patriótica y el Congreso coincidían en los deseos de la declaración; de modo que después de los vigorosos discursos en que exponián razones de toda índole, se terminó por declarar el rompimiento con España y la creación, de esa manera, del Estado Venezolano. El juramento de fidelidad a Fernando VII, hecho el 19 de abril de 1810. Igual al que se había formulado el 15 de julio de 1808, se consideraba anulado por el mismo rey al entregar sus derechos en Bayona.
Dos documentos resumen las ideas de los diputados, del Congreso venezolano, al crear el nuevo Estado: 1) El Acta de Independencia, redactada por Juan Germán Roscio y Francisco Isnardi; fue aprobada el 7 y presentadas al ejecutivo el 8; el 14 se publicó solemnemente y el 16 apareció en la Gaceta. En esa acta se denomina al nuevo Estado con el nombre de Confederación Americana de Venezuela, formada por las "Provincias Unidas de Caracas, Cumaná, Barinas, Margarita, Barcelona, Mérida y Trujillo". 2) Un Manifiesto al Mundo, publicado el 30 de julio. En el cual se detallan las razones que condujeron a la independencia y los derechos de Venezuela a convertirse en Estado soberano. La redacción de ese Manifiesto se atribuye igualmente a Roscio, seguramente el intelectual y teórico más completo del momento. Se publicó en la Gaceta del 9 de julio con una nota donde se aclara: "En efecto, Estado independiente y soberano es aquel que no está sometido a otro, que tiene su Gobierno, que dicta sus leyes, que establece sus magistrados y que no obedece sino los mandatos de las autoridades públicas constituidas por él según la Constitución[…]."
El Acta Solemne de Independencia comienza "En nombre de Dios todo Poderoso", para exponer: "Nosotros, los representes de las Provincias Unidas de Caracas, Cumaná, Barinas, Margarita, Barcelona, Mérida y Trujillo, que forman la Confederación Americana de Venezuela, en el continente meridional, reunidos en el Congreso, y considerando la plena y absoluta posesión de nuestros derechos, que recobramos justa y legítimamente desde el 19 de abril de 1810, en consecuencia de la jornada de Bayona y la ocupación del trono español por la conquista y sucesión de otra nueva dinastía constituidas sin nuestro consentimiento, queremos antes de usar de los derechos de que nos tuvo privados la fuerza por más de tres siglos, y nos ha restituidos el orden político de los acontecimientos humanos, patentizar al Universo las razones que han emanado de estos mismos acontecimientos, y autorizan el libre uso, que vamos a hacer de nuestra soberanía." Después del memorial de agravios, se termina: "Nosotros los representantes de las Provincias Unidas de Venezuela, poniendo por testigo al Ser Supremo de la justicia de nuestro proceder y de la rectitud de nuestras intenciones, implorando sus divinos y celestiales auxilios y ratificándoles en el momento en que nacemos a la dignidad, que su Providencia nos restituye el deseo de vivir y morir libres creyendo y defendiendo la Santa Católica y Apostólica religión de Jesucristo. Nosotros, pues, asa nombre y con la voluntad y autoridad que tenemos del virtuoso pueblo de Venezuela, declaramos solemnemente al mundo, que sus Provincias Unidas son y deben ser de hoy más de hecho y de derecho Estados libres, soberanos e independientes, y que están absueltos de toda sumisión y dependencia de la Corona de España, o de los que se dicen o dijeren sus apoderados o representantes, y que como tal Estado libre e independientes, tiene un pleno poder para darse la forma de gobierno que sea conforme a la voluntad general de sus pueblos, declarar la guerra, hacer la paz, formar alianzas, arreglar tratados de comercio, límites y navegación, hacer y ejecutar todos los demás actos, que hacen y ejecutan las naciones libres e independientes. Y para hacer válida, firme y subsistente esta nuestra solemne declaración, damos y empeñamos mutuamente unas provincias a otras, nuestras vidas, nuestras fortunas y el sagrado de nuestro honor nacional." Firmaron veintitrés diputados poa la provincia de Caracas; cuatro por la de Cumaná; tres por Barcelona; siete por Barinas; uno por Margarita; dos por Mérida y uno por Trujillo.
Hasta el 21 de diciembre no se sanciona la Constitución. El Congreso se había trasladado de Caracas a Valencia, convertida en capital desde febrero. Establece un sistema federal. Desde el primer momento (marzo de 1811), el poder ejecutivo estuvo formado por un triunvirato que integraron don Cristobal Mendoza, famoso por su integridad provinciana y rural, como un antiguo munícipe castellano o tal vez romano de la república, don Baltasar Padrón y Juan de Escalona. Se turnarían semanalmente, primero don Cristóbal, que se convierte así en el presidente de la primera república hispanoamericana. Habrá un segundo triunvirato. Ya está declarada la independencia.
* Un ejemplar se conserva en el Salón Elíptico del Palacio Federal de la República: el 5 de julio, día de fiesta nacional por excelencia en el país, se realiza una ceremonia especial, en la cual el jefe del Estado abre el arca donde se custodia; la ANC realiza una sesión solemne.
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