La última entrevista entre Juan Germán Roscio y Francisco de Miranda

Jueves, 16/07/2020 08:13 AM

Una historia poco contada de la verdadera relación de camaradería y unidad en el amor por la Patria entre dos inmensos próceres de la Independencia de América: Juan Germán Roscio Nieves y Francisco de Miranda, a quienes el absurdo y la ignorancia le forjaron un "fake news".

Pocos saben que Juan Germán Roscio Nieves formó parte del Segundo Triunvirato de la República de Venezuela en el año 1812, que por tanto ejerció en sus turnos la Presidencia del país. Pues resulta que luego del terremoto del 26 de marzo de 1812 la república entra en crisis y el congreso confiere al Poder Ejecutivo facultades extraordinarias.

Marzo de 1812:

Las deliberaciones son intensas, se buscan fórmulas para no perder a la joven nación. Roscio habla, consulta. Revisan antecedentes, se pasean por la historia de otros países. Recuerdan que al principio de la república la experiencia y pericia de Miranda obró el milagro de evitar el cisma valenciano. No importa si de nuevo se tiene que derramar sangre si con ello se salva a la Patria argumenta Roscio. El Poder Ejecutivo Federal, el triunvirato sesiona como un pequeño Congreso.

Deciden tomar una medida extrema: nombrar un Dictador Absoluto. Francisco de Miranda, el del verbo encendido, el hombre universal cuya experiencia militar estaba comprobada en todo el mundo, es el elegido. El Poder Ejecutivo también le da el ascenso a Generalísimo.

26 de abril de 1812

Roscio, no como Presidente de Turno sino como Secretario de Estado, del Despacho General y miembro del Triunvirato encabeza la delegación que va al encuentro de Miranda en Maracay. Allí publican la Ley Marcial y confieren a Miranda las facultades dictatoriales para que cumplan la misión de salvar a la Patria.

La comunicación entre Roscio y Miranda en aquellos duros meses de marzo a julio de 1812 es continua y franca. Todo en procura de la salvación de la República y del menor sacrificio de sus habitantes.

Junio de 1812

Más malas noticias llegan al Triunvirato, poder central que ha delegado las atribuciones ejecutivas el Generalísimo Francisco de Miranda. Apenas han pasado tres meses del fatal terremoto que ha obligado al ejecutivo a solicitar ayuda a potencias extranjeras como EEUU. Los realistas junto a la propaganda política basada en la manipulación religiosa, se reorganizan bajo el mando de Monteverde para avanzar desde la provincia realista de Coro sobre Caracas.

Por si fuera poco en Barlovento, muy cerca de la ciudad de Caracas, ocurre una sublevación de esclavizados contra el gobierno.

La revuelta se declara a favor de los Derechos de Fernando VII, una evidencia de que se ha sido provocada, justamente por los terratenientes realistas, los principales esclavistas.

– Nos ha faltado más energía para incorporar a los africanos a la causa de la independencia –casi grita Roscio– No ha bastado el decreto del Generalísimo Miranda ofreciendo la libertad a los que tomen las armas a favor de la Patria.

– Ya lo hemos dicho –prosigue-- si no se incorpora a todos los grupos étnicos los gobiernos se debilitan.

Un angustiado mensajero trae las peores noticias del día.

– Los realistas han tomado el Castillo de Puerto Cabello. Han disparado los cañones del castillo contra la ciudad. El coronel Bolívar fue sorprendido por los prisioneros. Han volado a nuestro Bergantín Argos, se han apoderado de nuestras embarcaciones. Barcos de guerra realistas navegan de Puerto Cabello a Caracas. El Generalísimo Miranda convoca al Ejecutivo Nacional a una reunión en el Cuartel General de la Victoria.

– Ya hemos perdido San Carlos de Cojedes, Barquisimeto y Calabozo –Comenta uno de los presentes con evidente alarma.

– Informemos al pueblo, publiquemos. Ahora más que nunca hay que dar las batalla de las ideas contra el despotismo español. Que no quede proclama alguna sin publicarse en la Gazeta de Caracas. Era el incansable Roscio. Entre sus mil tareas, no dejaba de lado la del periodista y propagandista.

El 30 de junio Miranda convoca al Triunvirato para exponer las razones de la capitulación.

4 de julio de 1812
Roscio y el resto de los jefes del Ejecutivo Federal cabalgan para reunirse en Guaraca con Francisco De Miranda, Jefe Supremo de República quien se encuentra en Maracay, esperando por los triunviros.

Las reuniones son largas. Se prolongan hasta el 12 de julio. Se desarrollan en medios de partes de guerras, de esperanzas y contra esperanzas.

– Estamos pasando una crisis muy fuerte señores –reflexiona Miranda –Aplicaremos medidas extremas para superar esta situación. Serán provisionales, una vez alcanzado el éxito restauraremos la Constitución.

– Las arcas del país están vacías –apunta Roscio –El papel moneda no ha generado la confianza esperada.

Miranda se dirige a los venezolanos desde desde Valencia. Les informa de las conspiraciones de Coro y Maracaibo que ponen en peligro a la república.

"Escoged entre estos dos extremos, o ser libre o morir", había dicho el Generalísimo, en su momento, a los representantes del poder ejecutivo, emocionado por la nueva responsabilidad.

Ahora, los pre claros hombres de la República pasaban revista a la angustiosa situación. Del otro lado, Monteverde, henchido de poder había lanzado un manifiesto a los venezolanos para que se rebelanse contra el gobierno republicano al que irónicamente acusaba de someter en dos años a la "más dura servidumbre" a la población. En ese manifiesto, el cruel realista llamaba a defender la religión católica y "vengarla de insultos", en claro aprovechamiento de la situación pos terremoto y de la fe mal encauzada de los venezolanos. Contra eso, Roscio había publicado un "Catecismo Político Religioso" y hacía circular el "Patriotismo de Nirgua".

– Nada han tenido –dice Roscio –que vencer esos facinerosos aventureros hasta llegar a Valencia, porque los pueblos vendidos por corto número de hombres que en ellos se titulaban Señores y engañados por algunos eclesiásticos que abusan de la Sagrada Religión de que indignamente son Ministros para fundar su imperio y aprovecharse de la credulidad de los ignorantes y sencillos, han abierto sus puertas, o no han podido resistir a la invasión en un territorio habitado por hombres pacíficos, sin armas, sin instrucción, sin jefes, sin auxilios y acometidos en una circunstancias en que era general la consternación que ocasionó el terremoto del 26 de marzo.

Miranda hace a sus preocupados amigos el balance de los acontecimientos. El terremoto ha desencadenado la desestabilización de la República. El coronel Simón Bolívar, muy apesadumbrado, ha informado de la caída de Puerto Cabello.

Lo más convenientes sería volver a un escenario que les permita reagruparrse y reforzar el poder de fuego y negociaciçon. Los ingleses serían propuestos como mediadores entre la Regencia Española y el gobierno venezolano. Parecía el mejor de los planes, en aquella confusa situación de guerra.

Los próceres caminan, conversan, meditan, tratan de aclarar las ideas. La capitulación permitiría ganar tiempo, evitar muertes y males mayores. Daría la oportunidad de salir al exterior a buscar recursos, a conseguir aliados. Los dos años de independencia eran la mejor garantía para esforzarse.
– Debe ser lo más ventajosa posible.
– Así debe ser.
Todos se ha de hacerse de acuerdo con el derecho de guerra, coíncidían

Roscio y Miranda cruzan unas últimas palabras
– ¿Qué hará usted ahora General Miranda?
– Buscar ayuda en Gran Bretaña. Esto no termina aquí Doctor Roscio. Llevó cuarenta años en éste sueño. Estamos cerca. –Y escrutando en los ojos del recio abogado, le devuelve la pregunta
– ¿Y Usted que va a hacer?
El hombre que vino del llano, el conocedor de mundo a través de los libros, sosteniendo la mirada del ilustre compatriota le responde resuelto:
-–Me quedo en Venezuela, General, trabajando por la libertad. Vuelvo a Caracas. Si conseguimos una capitulación respetable, nos reorganizaremos y ratificaremos al mundo nuestra determinación de ser independiente. Aquí lo espero Miranda.
Los dos grandes hombres se desean suerte. Un abrazo patriótico sella la despedida. Ignoran que su próximo destino será las mazmorras de España. Sus ideas continuarán cruzándose por siempre aunque ellos no vuelvan a verse.
En los ojos de aquellos sabios, soñadores de libertad, brillaba la incertidumbre y la tristeza. Catorce días después, en La Victoria, se consumaba la capitulación. Un Monteverde cínico firmaba como señal de orden de matanza contra los republicanos.

Era un domingo, 12 de julio de 1812.

 

 

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