Tres desgracias de las Tres Gracias

Miércoles, 22/07/2020 08:35 AM

"Al árbol debemos solícito amor/jamás olvidemos que es obra de Dios"

Primera desgracia: la gente bruta. Autoridades capitalinas (no se sabe cuál y acaso nunca se sabrá) talan los sauces llorones de la plaza las Tres Gracias, cometiendo un ecocidio brutal (de gente bruta). La plaza de las Tres Gracias es un patrimonio cultural de Caracas, parte del entorno de una maravilla arquitectónica, la Ciudad Universitaria, diseñada por el gran arquitecto venezolano Carlos Raúl Villanueva, pero la gente bruta cree que todo comenzó con ellos cuando alcanzaron poder. La gente bruta ignora que los árboles son seres vivos, que nacen, se alimentan, producen desechos, crecen, se reproducen y mueren, seres sensibles que responden comprobadamente a los tratos y palabras que les prodigan los humanos. Seres útiles que purifican el aire que respiramos, nos regalan frutos, sombra, flores, belleza. Para la gente bruta los árboles son cosas desechables, objetos del afán depredador humano que nos ha convertido en una especie en peligro de extinción.

Segunda desgracia: el silencio. ¿Dónde se esconde la sociedad venezolana? Hay que agradecer a comunicadores en redes digitales y en medios privados, opositores al Gobierno casi todos, por haber difundido la noticia. ¿Y ya está? ¿Se comunicó y se acabó el problema? ¿Salimos de esto y a otra cosa? ¿No habrá alguna investigación del crimen? ¿No habrá condena ni castigo? ¿Dónde están los líderes políticos de todas las raleas que viven opinando sobre todo? ¿Dónde los académicos, los biólogos, los ucevistas, los arquitectos, los urbanistas, los ecologistas, los ambientalistas, los defensores del patrimonio, los vecinos, los poetas, los escultores, los músicos, los intelectuales, los periodistas, los opinadores?

Tercera desgracia: los cómplices. Sospecho que el crimen fue perpetrado por alguna autoridad del chavismo (¿me equivoco? ¡Quién sabe!). Este barrunto me lo inspira el sepulcral silencio del Gobierno y de los círculos oficiales. No ha hablado nadie del alto Gobierno, tan dados a los discursos. Nadie del Ministerio del PP para el ecosocialismo, ninguna autoridad de la capital, no se ha pronunciado el Fiscal General, no ha dicho ni pío el PSUV, que se mete prácticamente en todo. Un caso emblemático es la Asamblea Nacional Constituyente. Al conocer el desaguisado, envié mensajes a los dos grupos de chat de la ANC en los que me incluyo, el del Bloque de Caracas, que debería ser doliente, y el de la Comisión de Comunicación a la cual pertenezco. Eso fue hace 48 horas y he esperado alguna respuesta, aunque fuera dándome alguna explicación o mandándome el diablo. Nada, ni una palabra de directivos o de miembros en general. Mencioné explícitamente a la Comisión de Ecosocialismo. Nada. Okey, reconozco que yo soy invisible y que nadie está obligado a tomarme en cuenta, pero no lo son el patrimonio de la ciudad ni los inevitables árboles. Bien, cada quien hace de su camisa un sayo, como decía mi santa madre. Yo por mi parte respondo a mi conciencia.

Me escribió una amiga -antigua compañera de la Universidad- que pasó por la Tres Gracias después del desaguisado. Aludió su tristeza al mirar los mudos y acusadores tocones. Yo pasé unos preciosos años de mi vida haciendo esos recorridos. Esa plaza es más mía que de la gente bruta. Recuerdo los bellos sauces llorones contrastando con la frialdad del paisaje urbano, recuerdo amores, luchas, alegrías que se vinculan a esos árboles de singular esplendor. Pienso que el drama va mucho más allá de mí y de ellos mismos.

Siento el dolor de la civilización depredadora en la que me tocó vivir, en el descaminado destino que parece conducirnos al apocalipsis, que acaso ha comenzado en estos tiempos de pandemia y de destrucción paulatina de la Amazonía.

No dejo de ser ingenuo y aun espero alguna justificación ¿Estaban enfermos los sauces y hubo que sacrificarlos? ¿Por qué nadie pregunta ni nadie explica? Si fuera así, pido disculpas de antemano. Pero no por ello dejará de haber gente bruta, silencios ominosos ni complicidades oportunistas.

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