I
El lector tendrá en cuenta que revisamos el pasado por eso hablamos en crónicas, pero son hechos trascendentes dignos de recordar, hasta por lo poético que todo eso encierra.
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Edward Snowden, joven norteamericano, quizás agobiado entre su buena fe, principios democráticos, respeto por sí mismo, la gente y la censurable tarea de espionaje de la cual se ocupaba por mandato de la CIA, optó por tomar un vuelo, hacer una travesía larga que le llevó, uno no sabe si por casualidad, a la capital Rusa, donde ahora, en la incomodidad de un aeropuerto, se halla estancado. La historia por reciente y publicitada la conoce todo el mundo, por lo menos en los aspectos formales y EEUU más quiere se conozcan, sin importar no reflejen la verdad verdadera sino la que le conviene.
Ahora en la tranquilidad de este sábado muy de mañana, revisando mis archivos, encontré un trabajo escrito de cuando Matías Rust, a quien llamaron el Águila Solitaria por recordar a Charles Limberth, en 1987, violó el espacio aéreo moscovita y en un pequeño Cessna, de dos plazas, aterrizó silenciosamente, nada más y nada menos que en plena Plaza Roja, cuando aún existía la URSS y el Partido Comunista ejercía el poder. Eran los tiempos de la "Guerra Fría", e impensable que un gobernante ruso, como ahora Putin, al hablar de EEUU, les llamase un "socio al cual no queremos incomodar".
Matías Rust, según pudieron comprobar los soviéticos, no fue un espía sino un osado piloto que quiso desafiar la seguridad de aquel país y mostrar lo vulnerable que era. No sólo atravesó el espacio aéreo soviético, viajando en su última escala de Finlandia a Moscú, sino que pudo entrar a esta ciudad sin ser detectado y dejar asombrado a sus habitantes, aterrizando mansamente en la Plaza Roja.
Lo de Snowden es otra historia, al parecer vinculada a la política y tendrá sus efectos. Alguien, en algún sitio, habrá de pagar por la osadía y atrevimiento del joven norteamericano además de él mismo, que se atrevió a desafiar al poder más grande del mundo. Por aquel gesto de Rust, puramente romántico, "majaderías de muchacho", pudo haberlo calificado alguien y habilidoso de un capacitado piloto, bastante joven, no llegado a los treinta años, cayó en desgracia gran parte del alto mando militar soviético y los encargados de la seguridad de Moscú. Allí les repongo la historia y yo mismo me recreo en ella.
II
El "águila solitaria", aquel audaz aviador norteamericano, pasó a la historia por haber atravesado por primera vez el Océano Atlántico por vía aérea. Conciudadanos suyos y europeos se quedaron anonadados con la noticia. En efecto fue más sorprendente que la llegada del hombre a la luna, cuyos pasos fueron trasmitidos - segundo a segundo - por la magia de la televisión por satélite. Donde Limberth iba, después de cumplida su hazaña, la gente se arremolinaba a su alrededor para verle de cerca y hasta tocarle, como una manera de constatar que no era cosa de sueños sino la más excitante realidad. Y fue tanta la fama de aquel valiente aventurero que atrajo hacia sí la atención de gente malsana. A Limberth le secuestraron su hijo. Este delito se convirtió en uno de los cangrejos más famosos de la historia.
La llegada de Limberth a Venezuela fue un acontecimiento que conmovió a aquella sociedad pastoril y tranquila por la "diligente vigilancia" del general Gómez. Cientos de venezolanos vieron embobados el suave y hasta sensual descenso del pequeño avión. Caracas en materia de viajes aéreos, no había conocido nada más asombroso que lo poco que aquel curioso personaje de la aeronáutica llamado Santos Dumont, un famoso brasileño, pionero de esta técnica, que en Brasil y Estados Unidos ya había recorrido cientos de metros en globo. Y aquí ¬ como en Europa ¬ fue toda una fiesta general justificada la hazaña del inmortal piloto norteamericano.
Cuando aquel pequeño avión Cessna, de dos plazas, un solo motor, se posó sobre la Plaza Roja de Moscú, puso en movimiento toda una inmensa red de comunicación y espionaje. El cable que llegó a todos los rincones del mundo, increíblemente más rápido que la información sobre Limberth y tanto como la de la llegada del hombre a la luna, dejó constancia que Mathias Rust, un jovencito veinteañero alemán había violado todos los mecanismos de seguridad aéreos soviéticos, tenidos como invulnerables y había atravesado impunemente el espacio aéreo del antiguo país de los zares; desde Helsinki, Rust, como Limberth, entró en la historia a bordo de un avión monomotor y con unos pocos litros de gasolina. Los soviéticos en principio manejaron la hipótesis del espionaje. De acuerdo con esto, el flacuchento aviador sería un enviado de alguna potencia de la OTAN, con un propósito nada amigable. También pensaron que se trataría de un buscador de fama o un individuo que sólo perseguía promoción personal, lo que en definitiva fue la decisión de los tribunales soviéticos. Rust, por su parte, definió su gesto como un intento de "intensificar la comprensión Este-Oeste". En todo caso, el astuto alemán, en su celda del país rojo, firmó un jugoso contrato con la revista de Alemania Occidental de nombre "Stern" para contar su hazaña.
Bien sabe todo el mundo que la travesura de Rust, le costó el puesto a más de un alto funcionario del país comunista, empezando por el Ministro de la Defensa y demostró la vulnerabilidad de los sistemas de vigilancia de una de las potencias más importantes del mundo.
Pocos años después, quien había sido el solitario y más famoso viajero de los últimos años, fue puesto en libertad por el gobierno moscovita y devuelto a su país. El escueto comunicado de Tass, agencia oficial de noticias, se limitó a decir que fue un gesto de humanidad. Rust apenas cumplió la cuarta parte de su condena. En Europa y específicamente en Alemania, se recibió la noticia con júbilo y grandes alabanzas al gesto soviético.
Y no es que los gobernantes rusos estén agradeciendo al osado e imberbe piloto alemán solamente su demostración que les obliga a ponerse en guardia o la justificación para raspar a algunos funcionarios incompetentes, sino que es también un gesto de cortesía o una nueva muestra de la habilidad y amplitud del señor Gorvachov, a quien las cifras revelaron recientemente como un personaje con una alta popularidad en la Alemania de Rust. Las preferencias del pueblo Alemán occidental, en una encuesta muy difundida hace pocos días, están tres a uno a favor del líder soviético frente a Reagan.
Ahora Rust, el niño piloto de la Alemania de Occidente, podrá como Limberth, el pionero de la aviación a gran escala, recorrer el mundo para recibir las felicitaciones y la admiración de la humanidad por su "ingenua destreza y la magnitud de su hazaña".
Ya el oso moscovita no es tan fiero. Cada día el mundo se hace más bello.