Y con esto de ser base de acción y cimiento de moral el sentimiento de la incertidumbre y la lucha íntima entre la razón y la fe y el apasionado anhelo de vida eterna, quedaría, según un pragmatista, justificado tal sentimiento. Más debe constar que no le busco esta consecuencia práctica para justificarlo, sino porque la encuentro por experiencia. Ni quiero ni debo buscar justificación alguna a ese estado de lucha interior y de incertidumbre y de anhelo. Y si alguien, encontrándose en él, en el fondo del abismo, no encuentra allí mismo móviles e incentivos de acción y de vida, y por ende se suicida espiritualmente, o bien renunciando a toda labor de solidaridad humana. Y aparte de que las malas consecuencias de una doctrina, lo que llamamos malas. Un mismo principio sirve a uno para obrar en tal sentido, y a aquél para obrar en sentido contrario. Y es que nuestras doctrinas no suelen ser sino la justificación a "posteriori" de nuestra conducta, o el modo como tratamos de explicárnosla para nosotros mismos.
La vida es lucha, y la solidaridad para la vida es lucha y se hace en la lucha. Y lo que más le une a cada uno mismo, lo que hace la unidad íntima de nuestra vida, son nuestras discordias íntimas, las contradicciones interiores de nuestras discordias. Porque la Historia, que es el pensamiento de los hombres, carece de última finalidad humana, camina al olvido, a la inconciencia. Y todo el esfuerzo del hombre es dar finalidad humana a la Historia.
Las únicas uniones fecundas son las que se hacen sobre un fondo, no ya de diferencia, sino de oposición. Un Parlamento sólo es fecundo cuando luchan de veras entre sí los partidos que lo componen, sino que todos se entienden entre bastidores y salen a las tablas a representar la ridícula comedia de la oposición.
Hay que luchar, y luchar de veras, y buscar sobre la lucha, la solidaridad que a los combatientes une. Se entienden mucho mejor las personas y los pueblos, y están más cerca de llegar a un cordial acuerdo, cuando luchan leal y sinceramente entre sí. Y es indudable que harían un grandísimo servicio a la causa del progreso de Venezuela, a la de su cultura, y se lo harían muy grande a sí mismos, mostrasen su oposición a todo lo que les repugna en el modo de ser de los otros y procura cada una de esas castas imponer a las demás su concepción y su sentimiento de la vida.
Y no sirve utilizar sobre la hermandad. Son hermanos los que han nacido bajo un mismo techo y viven en una misma casa, aunque no sean hijos naturales del mismo padre. Y la nación venezolana es una casa que nos ha cobijado a todos y a cuyo amparo nos hemos hecho lo que somos cuantos pueblos hoy lo constituimos.
O salvarse todos o hundirse todos. Tal es la única divisa que puede llevarnos a la salvación común. El que quiera salvarse dejando que su hermano se hunda, se hundirá también con él.
—¡El Cristo nació de una mujer! Y hasta el Cristo histórico, el que resucitó de entre los muertos. Pablo nos cuenta cómo fue Pedro por quien fue visto el Cristo. Pero el cuarto Evangelio, el que alguien llamaría el Evangelio femenino, nos cuenta que la primera persona a quien se apareció el Cristo resucitado fue una mujer, María Magdalena, y no un hombre. La fe es pasiva, femenina, hija de la gracia, y no activa, masculina y producida por el libre albedrío. La visión beatífica es buena para la otra vida; pero ¿es visión o audición? La fe en este mundo viene de Cristo, que es el resucita y no de la carne.
¡La Lucha sigue!