No pretendo aventurarme con que mis reflexiones sean las más acertadas dentro de este gran escenario de la complejidad del pensamiento; sólo esbozar lo que desde mi punto de vista considero en relación al sentido de pertenencia que siento por mi país, tierra que me vio nacer; y, que si algún día llego a morir allende sus fronteras; que las blanquecinas nubes descarguen mis cenizas en mi terruño patrio. Aunque el título de estos flacos argumentos parezca arrogante y filantrópico; no hay que dejar de subestimar que como simple ciudadano de a pie, observador cautivo, como cualquier venezolano, de los altos y bajos en el contexto social de Venezuela, tu país, mi país. Opinar sobre lo que uno piensa; creo que no es pecado, amén que el pensamiento es libre. Trato, en lo posible, de no caer en apasionamientos viscerales, ni apreciaciones apresuradas.
Primero Venezuela, no es una proposición de xenofobia; no es dirimirle el valor a lo extranjero. Considero, que estamos en un mundo globalizado, donde formamos una gran comunidad de seres humanos con sus disimilitudes. Pienso que, es ese sentido de percibir lo nuestro con elevado grado de agradecimiento hacia el predio donde abrimos los ojos por primera vez. No puede olvidarse el lugar donde se nace, vive y crece. El vínculo tiene que existir siempre atado de donde provenimos. El espíritu de lo venezolano deberá ser como una sombra que siempre nos acompaña en las buenas y las malas, en los éxitos y las derrotas. Para cerrar este párrafo, con su permiso, voy a permitirme traerles una comunicación de una persona desconocida, tal cual, como la envió a mi correo privado, una de tantas, de las que a veces recibo con punzantes epítetos.
-"Estimado amigo:
Antes que nada un saludo venezolanista.
Acabo de leer su artículo "Habla mal de mí, si te apetece, más no te expreses con infamia de nuestra querida Venezuela" y lo suscribo totalmente.
Justamente en estos días hablaba de este tema con varios amigos y se lo manifesté a un sobrino que actualmente está en España. Les planteaba que oía y leí con gran dolor y estupor un sinfín de expresiones de algunos de nuestros "coterráneos" como "en este país de mierda no se puede vivir" y cosas por el estilo.
Entiendo que vivimos una situación compleja, difícil. Eso no se puede negar. Pero denigrar de la Patria eso sí que no lo concibo. Respeto que alguien despotrique del gobierno, que eche pestes a los funcionarios corruptos y/o ineptos, etc.
Si bien soy descendiente de "musiúes", me crié en el interior y al igual que usted amo a este país. Cada vez que leo las gestas de nuestros grandes hombres, no sólo sobre los héroes militares de nuestra independencia que ya eso sería suficiente para admirar, sino de personajes como Andrés Bello, Simón Rodríguez, Cecilio Acosta o Juan Manuel Cagigal, siento entonces un orgullo indescriptible de haber nacido en esta tierra.
Reconforta entonces saber que aún hay una gran reserva humana -personas como usted- y pienso que hay que bregar dura para inculcarle a nuestra juventud esos sentimientos patrios, más no patrioteros.
Veo con preocupación que nuestra educación formal en escuelas y liceos no cumplen su tarea en estos menesteres para que la juventud conozca los logros de nuestros coterráneos en diversos ámbitos del quehacer humano. Tampoco está cumpliendo su función la educación de hogar y menos aún los medios de comunicación.
Como venezolano agradezco su escrito que espero haga reflexionar a más de uno.
Con un caluroso saludo venezolanista"- (Así finaliza el mensaje del emisor).
En mi opinión, ser venezolanista no implica ser conservador y cerrado como un viejo baúl. No es mirar con hostilidad todo lo que le es ajeno. Hay que observar con buenos ojos todo lo que se accede para el progreso, el desarrollo de nuestra amada Venezuela; descartando las cosas negativas y todos aquellos elementos que puedan causarnos daños. Eso sería como imitar una enfermedad. Nuestros valores deberán ser incólumes; por supuesto, no estancarnos en un conformismo patológico; no obstante, valernos de nuestra capacidad para desarrollar nuestra cultura, en franca armonía con lo que nos viene de afuera: Primero, no despreciar lo nuestro en aras de lisonjear lo externo; descartar lo perjudicial hacia nuestra cultura y; mantener nuestras tradiciones. En conclusión, todo se resume en: ¡Primero Venezuela, segundo Venezuela; y, tercero Venezuela!
¡Dios mediante! Seguimos leyéndonos.