En Venezuela cabemos todos: el capitalista y el explotado por el capitalista; los privilegios de los ricos y la esclavitud de los pobres; la víctima y el victimario, en la democracia madurista ¡cabemos todos!
La idea de igualdad democrática de Nicolás Maduro es la paradoja de la democracia burguesa, donde cada quién tiene "la oportunidad" del éxito si supera los obstáculos del poder, y el primer obstáculo es necesitar mucho dinero. El segundo es sortear sus normas, o sea, sus leyes, y hacerlo de forma individual, sacrificar al resto de la sociedad indiferente a su destino, perder tu condición social y humana; el poder al estilo burgués lo exige así. Si están los capitalistas en el paraíso burgués, es porque afuera yacen los trabajadores que lo sostienen y la sociedad marginal que sirve de reemplazo a su fuerza de trabajo. La igualdad democrática de Maduro no pasa de ser una frasecita tonta: "En Venezuela cabemos todos", a la cual le debe añadir, "siempre que te dejes explotar por los capitalistas", si no quedaras fuera del sistema e irás preso.
La paradoja de la democracia burguesa fue resuelta por Marx de esta manera: igualdad es dar a cada quien según sus necesidades y exigir de cada quien según sus capacidades. Igualar respecto a las necesidades y diferenciar respecto al derecho, a las obligaciones. En una Venezuela que se supone socialista, un señor como Cisneros, por ejemplo, no paga impuestos o paga lo mismo por educación, salud, alimentos y medicinas, que un trabajador, que no tiene en dónde caerse muerto. En la Venezuela socialista no cabemos todos; o entramos todos, en igualdad de condiciones, es decir, exigiendo a cada quien según sus capacidades, o no se salva nadie. Mientras no desaparezcan los privilegios no puede haber igualdad, justicia y paz.
Ese plan que sostiene Maduro en sus manos https://twitter.com/i/status/1298758733380681729 (que nada tiene que ver con el plan de la patria original de Hugo Chávez (Maduro lo sabe bien, pero no lo dice), otorga ventajas a los capitalistas, propietarios hartos de privilegios – Además de las heredadas, el plan de maduro otorga ventajas como no pagar impuestos y regalías a los petroleros, a los consorcios mineros, a los seudo empresarios importadores, supuestos productores del campo –, sin embargo obliga a los consumidores a pagar IVA y el impuesto mayor: la hiperinflación. ¿Quieren saber de esas ventajas?, ¡Lean la Ley de Zonas Especiales de Desarrollo Económico, y la Ley de inversiones Extranjeras! ¡Lean las adulteraciones el Plan de la Patria de Chávez! Además de la realidad, esas leyes desmienten a Maduro y su idea absurda de igualdad, diciendo que "en Venezuela cabemos todos todos todos toditos". Maduro debería ir preso por incitar al odio de los que no tienen nada.
El solo hecho de otorgarle el control de la economía a los que más tienen, a los ladrones de nuestras reservas y de nuestras esperanzas, convertidas en ruinas, en chatarras y escombros, es suficiente razón para decir que Nicolás Maduro es un manipulador y un mentiroso, y que sus palabras no significan nada…, ni siquiera sus insultos significan nada.
Todos sabemos cómo se han privatizado las empresas del estado, desde los Abastos bicentenario, las tiendas Clap, hasta PDVSA, pasando por Lácteos Los Andes, Diana, La Gaviota, etc… cedidos a la "burguesía revolucionaria", una enorme contradicción asociada a Castro Soteldo y el madurismo, y a sus deseos pequeñoburgueses ocultos. Este descaro es el preámbulo al fascismo.
Frente a la democracia de Maduro, Hugo Chávez junto a su Plan de la Patria parece ser un sedicioso comunista, el más radical de los radicales. Pero si invertimos el ángulo de visión, visto Maduro desde los ojos de Chávez, el primero parece ser un traidor, trabajando a favor de la causa de los propietarios privados (pequeños y grandes, desde Fedeindustrias hasta Oswaldo y Gustavo Cisneros, Lorenzo Mendoza, Nestlé, P&G, etc.), los aprovechadores de una lumpen burguesía corrompida en connivencia con los oportunistas y aprovechadores lumpen marginales: la burocracia y los gestores facilitadores, traficantes de influencias del gobierno.
En televisión se lo ve a Nicolás Maduro lleno de soberbia y desfachatez, cree que con asumir la responsabilidad de su traición al socialismo conjura su pecado. Con cinismo, quiere degradar al país a su nivel de desvergüenza; ¡que nadie sienta vergüenza por cometer un crimen o abusos, o se indigne ante una injusticia!, ¡que el descaro sea su redención y sea norma moral!… "¡Sí: yo fui el autor, no culpen a Castro Soteldo, fui yo!... ¡¿Y qué?!" ¡Qué deja Nicolás Maduro para sus directores, o a sus ministros, si toda la impudicia queda con él, si acapara toda la desvergüenza! En eso ha tenido éxito, en alardear de su incontinencia, mostrar su verdadera naturaleza sin pudor.
En comparación, Hugo Chávez debería ser beatificado. La obsesión de Maduro por el despilfarro, su inclinación a la comodidad delegando el trabajo a otros – que solo lo hacen para su propio beneficio, cuando trabajan, porque de resto roban y especulan –, frente al empeño de Chávez por cambiar ese vicio, el de la flojera, la mentira y el robo, heredado de lo más feo de nuestra historia.
¡No hay puntos de comparación o de encuentros entre uno y otro; uno va contracorriente al otro. Uno es reformista (o intenta serlo) comiéndose inútilmente el dinero del Estado, como un vicioso, profundizando las diferencias sociales. Y el otro trasmitiendo un último intento para hacer una revolución socialista, para alcanzar un punto de no retorno al capitalismo, advirtiendo a cerca del peligro, del cáncer del reformismo y de la lógica del capital, solo meses antes de morir a consecuencia de su asesinato.
Ese falso plan en manos de Maduro desmiente el sentido que le quiso dar a sus palabras. Alza la prueba de su delito, con descaro. Luego, como el machetazo de Noriega, descalifica a los que critican su sumisión al capitalismo.
¡Viva Chávez! ¡Patria socialista o muerte!