Quiero hacer este artículo directo y muy claro. Lo que está ocurriendo en Venezuela, desde Mayo de 2018, es el acomodo para una entrega negociada de poder que resguarde la vida y el patrimonio de los jerarcas de la nomenclatura del partido y del ejercito tanto en el corto como en el mediano plazo. Nicolás Maduro, ha dado todas las señales posibles de querer una entrega negociada del gobierno. No me refiero a una entrega en el sentido literal sino en el sentido del proyecto político que los electores venezolanos piensan que ha heredado de Hugo Chávez y al que su gestión nefasta le ha dado la estocada final, luego de los últimos años de pésima gestión del gobierno de Chávez. Actualmente, Maduro actúa como el secuestrador de un capital político valioso (la herencia ideológico-social de Hugo Chávez) que, sintiéndose rodeado por sus adversarios globales y nacionales, negocia su supervivencia personal y la de su patrimonio familiar ofreciendo la entrega del capital político que lidera. Sin embargo, hay otros actores poderosos que tampoco están dispuestos a entregar sus vidas y patrimonios fácilmente, me refiero a los altos jerarcas del partido y al alto mando militar.
A nivel internacional, quiero hacerle saber a quien no se haya enterado aún, que Rusia apuesta a la reelección de Donald Trump al igual que lo hace la facción gobernante del partido comunista de China. Rusia y Vladimir Putin en lo particular prefieren a Trump debido a que es un político con menos ataduras para la negociación de una salida viable a las crisis económicas, sociales y políticas, posteriores a la pandemia de COVID-19, en el mundo que otro gobernante títere de las elites financieras globalistas, como sería Joe Biden. Durante el gobierno de Trump no ha ocurrido ninguna invasión a ningún país del mundo y claramente se han evitado escaladas de conflictos evidentes con Irán y Corea del Norte. Nicolás Maduro, ha enviado insistentes señales a Donald Trump de querer negociar y de querer buscar una salida negociada favorable a las tres potencias globales (China, Rusia y EEUU). De esto dan testimonio los diversos artículos pagados por el gobierno de Venezuela en periódicos de los Estados Unidos. Por lo tanto, la única vía de paz negociada y cohabitación de poderes a lo interno y a lo externo de Venezuela pasa por la reelección de Donald Trump y la negociación triangulada por medio de Rusia y con participación de China.
Una paz negociada con garantías para la nomenclatura del partido y del ejército (profundamente chavista) al mismo tiempo que para Maduro y su entorno familiar en el gobierno, con resguardo del patrimonio adquirido por todos (nomenclatura del partido, ejército y cleptocracia familiar del entorno presidencial), requiere del consentimiento de las tres potencias con mayor interés en Venezuela y de su visto bueno (EE.UU, Rusia y China). Para Rusia la garantía de resguardo de sus intereses en Venezuela está en la nomenclatura militar más que en cualquier otro grupo del gobierno de Venezuela. Para EE.UU, la garantía del resguardo de sus intereses en Venezuela pasa por la inclusión de elementos de oposición y algunos de la nomenclatura del partido PSUV en un futuro gobierno y para China lo único importante es la estabilidad económica y la responsabilidad en la continuidad de los pagos de la deuda, así como el acceso a los mercados nacionales. China, en este sentido juega como pivote entre Rusia y EE.UU, aunque con una tendencia a dudar de toda intención norteamericana.
Estados Unidos ha ungido como representante de sus intereses a Juan Guaidó, sin embargo, esto puede cambiar y cambiará si la negociación con rusos y chinos exige un cambio de actor por otro mucho más potable para todos. El gobierno de Trump no está para nada satisfecho con el representante de sus intereses en Venezuela (Guaidó) a quien consideran torpe, poco capacitado, tonto y corrupto. Sin embargo, no se hará movimiento hasta tanto no se tenga más claridad sobre las cartas a jugar por Rusia y por China en las próximas semanas. Trump no tiene ni tendrá ningún apego político con Guaidó ni con ningún político venezolano, su gobierno apostará a quien garantice una transición en Venezuela con beneficios económicos sostenibles para Estados Unidos, nada más. Lo novedoso para muchos seguidores ideológicos del chavismo y del Madurismo, es que esta motivación norteamericana no está para nada reñida con los intereses rusos y chinos. Al contrario, pueden ser y son absolutamente compatibles. Trump, como hombre de negocios, tiene esto muy claro. Por su parte, Rusia y China se aferran a Maduro como Peón de cambio, pero no por ninguna aportación ni económico, ni política ni ninguna afinidad ideológica con el político venezolano. Es decir, las tres partes puede mover y cambiar de pieza, todo depende del movimiento de los demás.
Entonces ¿Cuál es la salida? Un movimiento inesperado dentro de la oposición puede destrancar el juego, y ese movimiento lo ha dado Henrique Capriles. Al anunciar su participación en las elecciones de diciembre, Capriles cambia el panorama del juego entre las tres potencias. Henrique Capriles es muy potable para Rusia y China, mucho más potable que Juan Guaidó a quien todos ven como un simple pelele títere del estado profundo norteamericano sin criterio propio, ni ningún tipo valor personal ni capacidad de generar confianza en nadie. Sin embargo, ninguna potencia, ningún diplomático basara su posición en una confianza abstracta en una persona o ideología, todos los movimientos se basan en certezas avaladas por una posición de fuerza. Rusia podría acceder a un futuro cambio de gobierno en el que incluso un presidente como Capriles pudiera resultar electo, siempre y cuando no haya cambios en el ejército venezolano. Si algo ha quedado claro en estos últimos años es que las Fuerzas Armadas son chavistas, digan lo que digan, lo son y además son un hueso muy duro de roer. Al tener la certeza que no habrá invasión por parte de Estados Unidos (como ya se tiene), lo cierto es que al alto mando militar hay que garantizarle estabilidad en su patrimonio adquirido durante estos años y en su posicionamiento geopolítico. Un gobierno futuro de cohabitación pasa por la garantía de inamovilidad en el alto mando militar y autonomía en la gestión de las Fuerzas Armadas para el actual alto mando militar. Esto tiene precedentes en todo el mundo, así ocurrió en Chile (post Pinochet) en la España post franquista, en la extinta Unión Soviética, en varios países de Europa del este, entre otros. Por lo tanto, esta posibilidad es muy factible y tiene notables antecedentes.
Por su parte China solo requiere de una garantía de negocios sostenibles y para ello le resultarían muy útiles las piezas gestoras con las que cuenta el PSUV. El partido rojo como garantía de privilegios en negociaciones internacionales para el imperio asiático sería una condición viable para China. La representación del PSUV en un gobierno de cohabitación sería para China condición suficiente. Las condiciones chinas son mucho menos geopolíticas e ideológicas que las que requiere Rusia y Estados Unidos por su parte.
Las purgas recientes dentro de las filas de la ultraizquierda del gobierno forman parte de la preparación para la negociación final. De cara a un gobierno de cohabitación en el que la presidencia pudiera estar ocupada por un líder de oposición potable como Henrique Capriles, el ejercito permaneciera en manos del actual mando militar chavista (posiblemente con el cargo del ministerio de Defensa también en manos del ejército) y el PSUV tuviera participación dentro de la Asamblea Nacional para garantizar la gestión de los negocios favorables a China (y los diputados opositores defenderán los negocios de EEUU, esos tampoco son ningunos santos), se conseguiría una estabilidad medianamente sostenible. Sin embargo, los grupos radicales de izquierda y derecha, sin duda, harían inviable una cohabitación de este tipo. El gobierno ha dado el primer paso haciendo una purga criminal de cuadros de la más radical izquierda. Por su parte, Capriles ha roto con los radicalismos de derecha personificados en María Corina Machado por una parte y Juan Guaidó por la otra. Los radicales de ambos bandos serán los grandes perdedores de la cohabitación y sus posibilidades de supervivencia previa al pacto de transición son muy escasas; ya luego de establecido un gobierno de cohabitación, la existencia de los radicales de derecha e izquierda surgidos gracias a la polarización inducida por el chavismo-madurismo y la oposición guaidoista, sería absolutamente imposible.
Un gobierno de cohabitación PSUV-Oposición con el alto mando militar chavista en poder de las fuerzas armadas podría ser una salida viable para la paz. Es muy probable que los últimos movimientos políticos vayan encaminados a esa solución. Esto no tiene nada que ver con ideología revolucionaria ni socialismo ni absolutamente nada de eso. El posicionamiento geopolítico venezolano se vería prácticamente inalterado y eso sin duda es condición sine qua non para Rusia. Es decir, Venezuela en un gobierno de Capriles tendría una posición vigilada por las FANB y el PSUV, en el que su actitud geopolítica sería indistinguible de la actual.
La mayor incapacidad del chavismo ha sido siempre la de gobernar. Han demostrado ser siempre incapaces de gobernar eficientemente, ni durante Chávez ni durante Maduro. La burocracia roja ha sido capaz de hacer algo que funcione y más allá de eso ha demostrado ser extremadamente corrosiva en el poder y destructiva en la gerencia de todo lo que cae en sus manos. Por lo tanto, queda claro que ceder el gobierno ejecutivo a una oposición potable, mantener las FANB en manos chavistas y controlar la política exterior por parte del PSUV sería una salida estable para las burocracias de gobierno y oposición, así como para los intereses compartidos de Estados Unidos, Rusia y China. Al final, este proceso comenzado por Hugo Chávez en 1998 ha resultado ser un gran fiasco y su aporte desde la perspectiva histórica será el resultado del arreglo al que se llegue en los próximos meses. La cohabitación vendrá a ser, realmente, el verdadero legado de Chávez para la posteridad venezolana.