Hace algunos años, con Chávez convertido en un líder internacional, invencible, en un encuentro del hoy ausente Carlos Escarrá con la militancia chavista, alguien le preguntó por su alejamiento del entorno del Comandante. Escarrá nos explicó que toda revolución, en ciertos momentos, se veía en la necesidad de sacrificar algunos militantes para sobrevivir. Carlos nos aseguró que si a él le tocaba ser sacrificado por el líder de la Revolución Bolivariana, él aceptaba él asumía el compromiso.
Años después, ya con Chávez en otro paisaje, con Nicolás Maduro sufriendo los primeros embates de la guerra económica, cuando se decía que la misma era un invento para justificar errores, estando nosotros en el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano en Cuba, la propietaria de la casa donde nos alojamos, una profesora jubilada, revolucionaria, nos manifestó que si para salvar el proceso bolivariano, sometido a una iimplacable campaña internacional, era necesario que el gobierno venezolano rompiese relaciones con Cuba debería hacerlo.
Hacemos estas dos referencias en el momento en que el indulto presidencial que beneficia a personas involucradas en conspiraciones, actos terroristas, acciones violentas, crímenes y atentados contra la paz despierta rechazos, debate, polémicas y mucha indignación. Razones las hay para estas reacciones contrarias al indulto. Comprensible la ira que familiares, amigos, compañeros de lucha o ciudadanos comprometidos con la vida de los venezolanos que murieron degollados por una guaya, quemados vivos sólo por el color de su piel o aquellos asesinados de un balazo o una pedrada por el pecado de ser chavistas. Para ellos el indulto es una ofensa, un apoyo a la impunidad, una puñalada a su dolor. ¿Puede un gobierno humanista obviar esa rabia, esas lágrimas al momento del la difícil medida? Aunque nos toque tragar grueso, bajar la mirada y sentirnos mal, la respuesta es sí. Suena feo, pero es así. Es la hora del sacrificio personal para el bien colectivo. Es el paso indeseable que debemos dar para que se nos acepte en el mundo de las poses, de la hipocresía de los organismos a nivel internacional. Nos toca hasta ser simpáticos con aquéllos que encabezan las encuestas gringas.
A Maduro le han creado una imagen de asesino, dictador, ignorante que intentaron también crearle a Chávez. La personalidad arrolladora, cautivadora, simpática, campechana, dicharachera del Comandante logró derrotar ese empeño mediático. No hay dos Chávez. Esa parte de la personalidad espontánea del líder revolucionario, no la tiene Maduro. Mala leche para el proceso, para nosotros. De allí que en el mundo haya gente de izquierda que también considera a Maduro un dictador o, al menos, un intolerante.
En estos momentos urge realizar las elecciones a la Asamblea Nacional, con el mayor número de organizaciones y personalidades participando en las mismas. Se requiere ceder para abrir el diálogo con los que se niegan a participar en las elecciones. Lograr que ceda un poco la agresión internacional, encierra un alivio en lo interno.
Creo que el gobierno se está jugando a Rosalinda, para decirlo desde el argot popular. La cuestión puede empeorar, pero también puede resultar en un aflojamiento de la presión internacional. Al menos, y es plausible. Maduro se la está jugando. Le aplaudimos el esfuerzo y el sacrificio.