Maduro y el Marqués de El Toro o mueran el ganado, su carne pecaminosa y la unidad

Miércoles, 09/09/2020 02:32 AM

I.- Unos comen carne y otros sólo miran el festín

El presidente en sus sueños gloriosos, concibió que en Venezuela la gente comía carne por demás y hasta llegó, por eso mismo, a preocuparse que nos subiese en exceso el colesterol. Mirándose en el espejo y, como automáticamente, dejó correr sus manos sobre sobre su cuerpo, en modo descendente desde el pecho hasta la parte baja del abdomen, pensó que eso era culpa de la carne de ganado y entonces, como algunos montoneros del siglo XIX, le provocó gritar "¡abajo el ganado!" Y también, "¡a bajar el colesterol se ha dicho!".

Quizás, quien sabe, hasta Castro Soteldo, llegó en uno de esos reportes semanales que debe hacerle, si es que el Covid y sus comparecencias en televisión le dejan tiempo para recibirle cuenta, llegó a decirle:

"Presidente, póngale un parao a esta vaina. La gente ha cogido lo de la pandemia y el encierro en casa, para vivir en francachelas y en una comedera de carne, haciendo parrilla, no ya los fines de semana, sino todas las noches, lo que amenaza con acabar lo que tenemos, y lo que es peor, enfermarse todos por el exceso de colesterol, que luego nos van a provocar más gastos en medicinas y atención médica gratuita, mucho más allá de la que ya bastante le damos."

No contento con lo anterior, agregó:

"Hasta la gente nuestra, las noches que salen al aire nuestros programas banderas, como "La Hojilla" y "El Mazo", las vuelven una fiesta, jolgorio y comedera de carne "asá", prendedera de carbón y esa humamentazón que pareciese que el país se estuviera incendiando. Dando hasta como motivo para que los gringos, viendo aquella humareda, creyendo que aquello es así, al fin se decidan y nos invadan."

"No le estoy diciendo que que esos programas suspenda, Dios me salve la parte, si Diosdado eso llegase a creer, sino lo que le dije al principio; póngale un parao a esa comedera de carne y para eso vamos a exportar todo el ganado que tenemos. Así matamos dos pájaros de un tiro, nos bajamos el colesterol y permitimos que nuestros productores se metan unos cuantos billetes de los verdes."

Cuando Maduro escuchó aquello se sintió feliz. Empezaba a ver sus sueños hechos realidad. Y además, coincidía con su saludable reflexión después de mirarse al espejo. Por eso, sin consultar con nadie que le pusiese en la honda y le evitase decir contrasentidos, llamó a camarógrafos, luminitos, manejadores de escena y todos esos de la televisión que le rodean minuto a minuto y se lanzó al aire y hasta al ruedo, dado que el asunto era de ganado vacuno y, mientras se acompañaba de unas tomas que le mandó Castro Soteldo de reses subiendo a unos barcos, dijo:

"En vista que los venezolanos todos, empezando por los trabajadores y terminando con los viejitos pensionados del IVSS, están hastiados de comer carne, es decir, el mercado interno está totalmente cubierto, he decidido exportar el excedente. Aparte de meternos unos dólares que bastante falta nos hacen, rebajamos la oferta para que no sigamos comiendo carne en exceso, rebajemos la lipa, dado que estamos engordando demasiado y el colesterol pa´ arriba va."

Sentía alcanzadas sus metas, quizás la que más anhelaba, que los venezolanos comiesen carne bastante, hasta por demás y a cada instante se reuniesen en familia, grupos de amigos, alrededor de la parrillera a meterse sus morcillas, ristra de carne y bastante chinchurria, pero había que ponerle a eso un parao, pues todo tiene su límite y es necesario cuidar la salud. Y pensó y eso le hizo subir su felicidad, en lo hermoso, generoso y sublime de su revolución. Una revolución carnivora, festiva, saludable y vacuna.

Castro Soteldo tenía toda la razón; la mejor manera de parar aquel derroche y deterioro de la salud, era exportando esas reses, de manera que el consumo volviera a los límites normales, disminuyendo la oferta y a aquellos tiempos de Chávez, cuando en eso éramos muy discretos.

II. El ganado orejano, el de todos, se lo cogieron los mantuanos, cuyo jefe era el Marqués de El Toro

La crónica cuenta como, cuando los ejércitos participantes en la guerra por la independencia se movían en el llano, debían sus jefes enviar por delante patrullas que fuesen dispersando las manadas de ganado que inundaban aquellos espacios, abundante de agua y pasto, para que el tránsito transcurrirse con la mayor normalidad y prontitud. Era el ganado orejano, no porque no estuviese marcado, sino porque no tenía dueño. Ese que se reproducía con toda libertad en aquellos dichosos espacios, como los animales de caza. Eran tiempos de cuando el llanero, estando en su rancho o transitando por la sabana, al momento de comer, sin ningún trámite ni permiso de nadie, mataba alguno de aquellos animales para satisfacer su necesidad. Nadie sabía en esos espacios, que era eso de mercado y menos de oferta y demanda.

Los ejércitos mismos, sin costo alguno, comían de esa carne y se apertrechaban de la misma salada para las largas caminatas más allá de los espacios llaneros y hasta de especies vivas, en pequeños rebaños, llevaban en la retaguardia para comerla fresca cuando fue necesario y lo demandase el simple deseo. Y eso era así, mucho antes que se prendiese la guerra.

Pero la constitución de 1811 determinó que todas esas tierras tenían dueños. Estos, quienes ya eran propietarios y cuya opinión pesó en el Congreso de ese año - vainas y hasta trampas del Estado que no acabamos de descubrir y entender – terminaron apoderándose de lo que no era suyo y para remate de todo el ganado que en ella se encontraba y al orejano comenzaron a herrar, ponerle sus marcas y considerar que todavía el no marcado era suyo, bastaba que estuviese en sus tierras y estas ya toda era de ellos, por disposición de los constitucionalistas de entonces, donde la clase propietaria ordenaba; tanto que hasta el elegir estaba solamente destinado a ellos. Y el jefe de todos esos terrófagos y herradores de ganado alzado, de nadie y de todos, era el Marqués de El Toro.

Entonces el llanero se quedó sin tierras, casi ni siquiera por dónde transitar y sin aquel abundante ganado que era su comida, la base de su sustentación que dejó de ser suyo y de todos. Su vieja costumbre de matar una res que por allí andase para cubrir sus necesidades y la de su familia, se convirtió en un delito contra la "propiedad" de la gente de El Marqués de El Toro. Y por cosas como esas apareció Boves y la guerra se hizo demasiado cruenta y se dividieron los venezolanos, tanto como para que unos estuviesen en un ejército u otro, hasta en el que era ajeno a su bandera y deseos de justicia y de independencia de la corona española.

III. Una guerra cruenta por falta de carne, tierras y unidad

Y la guera fue cruenta, dura y larga. Muchos que debían estar de un lado aparecieron en otro, porque quienes hicieron las cosas fueron tan malos en eso que convirtieron en enemigos a quienes tenían muchas cosas que compartir con ellos. Y se alinearon con quienes no debían y los pobres buscaron quien les defendiese donde no estaban. Como quienes además de quitarle el ganado y las tierras, les quitaria otros derechos, la patria y sus querencias. Porque la unidad no es solo cosa de deseos y bellos sueños sino en el hacer las cosas como demandan las circunstancias y el equilibrio. Y dado un objetivo, la unidad tiene que ser con quienes tengan el mismo y para eso hay que modelar, rebajar las aristas, renunciar a algunas cosas que creo indispensable pero no lo son y entender que para unirme con otro, debo yo y él tambien, buscar el acomodo, el molde, las vueltas, salidas y entradas donde los dos cabemos. Pues debemos entrar los dos y hasta si es un poco incómodo no importa. Para lograr la unidad tengo que dar y recibir, renunciar a algo, empezando por mi egolotría y el puro interés de grupo. Quitarme un poco de lo que creo debe ser mío y dárselo al otro que también tiene sueños y deseos.

Hubo que guerrear por años, ver morir a miles de ciudadanos de buena fe en un lado y otro, hasta combatiendo por lo mismo, pero unos en contra de los otros, en medio de aquella confusión y alineamientos sin sentido, lógica ni interés clasista, como tampoco nacionales. Y al final, las tierras y el ganado quedaron en manos de la gente con las mismas ambiciones del Marqués del Toro y los suyos.

IV..Por una unidad con cadenas y sepulcral silencio o cuando las vainas se hacen mal no habrá muchos que las compartan

Pasó lo de la carne y también lo de la industria petrolera destruída y tantas cosas largas de enumerar desde el salario. Como que en 1811, los republicanos que controlaron el congreso intentaron quedarse con todas las tierras y el ganado orejano y por allí se metió lo ofensiva española y los apetitos ajenos a una y otra causa. El asturiano Boves aprovechó todo aquel descontento y movió enormes masas, no contra la república, la naciente nación y menos en favor de la corona española, sino en favor de su propio proyecto aunque indefinido, montado un poco sobre el descontento, la frustración y la rabia.

Y Por todo aquello, la naciente república, se llenó de cadáveres. Pero en fin de cuentas, aquellos descuidos, forma de hacer, ignorando a los potenciales y reales aliados, como al pequeño campesino sin tierra, criador en ciernes de ganado, le abrieron espacio al enemigo de la república, de la unidad de los patriotas, aquella nación nueva y hombres que querían ser libres y dieron motivo y fundamento a una guerra larga, muy larga, donde perdieron la vida miles de venezolanos, para que al final quedase la mayoría tan desamparada o más, en una sociedad agraria y pastoril, como estaban antes que estallase el conflicto. Todo por falta de unidad, pues esta no se alcanza porque a mi me da la gana, es como digo, yo soy el jefe, el unguido, el heredero y los demás me deben devoción y porque todo lo que ustedes dicen es paja.

La unidad no se decreta, ni se alcanza porque yo tengo las cadenas en las manos y menos por pensar que los demás le deben devoción a mi palabra y mandato.

 

 

 

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