El canto de las chicharras era un concierto que aplaudía el sol con la sonrisa de sus rayos esplendentes que caían como azotes sobre el rostro de las plantas. Ese era el ambiente del conuco del periodista Juancho Marcano. Mientras tanto el perro Pipo que había llegado en ese momento, observaba el sembradío y oía un ruido extraño por lo lados de la mata de mango y por eso lanzó un ladrido de alerta que hizo que dos muchachos salieran corriendo y más aún cuando el can empezó a correr también, pero no pudo alcanzarlos, porque los jóvenes saltaron la empalizada y siguieron su carrera por el conuco de Evaristo.
"Que mala costumbre tienen los humanos de estar en terrenos ajenos", se dijo el perro y se dirigió a la mata de mango, cerca de la cual estaban los muchachos. La planta al verlo, le comentó: "Pipo se querían robar mis frutos, aunque ya estaba preparada para esconderlos y se llevaran un gran chasco, y a esperar que vinieran Juancho y tú y los agarraran con las manos en la masa. Pero en eso llegaste tú y huyeron".
- Si, amiga es que los seres humanos no quieren aprender y aparte de irrespetar lo ajeno, se quieren robar los frutos de los conucos, en vez de ellos plantar árboles que es lo que hace falta en este mundo, donde el calor es un fusil que dispara balas con altas temperaturas que amenazan con acabar con el planeta", dijo Pipo a la mata de mango.
La mata de mango, escuchó atenta los comentarios de Pipo, y le obsequió unos frutos en sazón y viendo que el perro estaba apurado por contarle a Juancho lo ocurrido, no comentó nada y lo dejó ir para la casa.
Pipo, rápidamente llegó a la casa y le echó el cuento a Juancho, quien le dijo: "Mira Pipo, es que ahorita muchos valores se han perdido, y ojalá muchos los encontraran, tales como la honestidad, la solidaridad, la sinceridad y la honradez; pero es difícil, pues son cualidades que se aprenden en el hogar y éste como escuela está fallando mucho más que la escuela formal".
Pipo, escuchó a Juancho, no entendió mucho, pero no quiso comentar si no más bien, quería deleitarse, igual que Juancho, con los frutos que le había regalado su amiga común: la mata de mango.