Entrando por el estacionamiento del Centro Vasco de Caracas en El Paraíso, subimos una rampa y a pocos metros hay un pequeño monumento al Eusko Gudari (soldado vasco). Unos pocos metros más adelante, a mano derecha, está el caserío con sus amplias ventanas verdes. En su segundo piso dos mástiles arropan la entrada con las banderas de Euskal Herria y Venezuela, ninguna otra más.
En el salón del Centro hay retratos de Simón Bolívar, un óleo de un baserritarra, cabeza baja, txapela en mano, ante el roble de Gernika y una escultura de un gudari con su fusil, según idea del dibujante Eneko.
Acogidos por las autoridades venezolanas a partir de 1939, los exiliados políticos vascos llegaron con pasaportes emitidos por el gobierno vasco, igarobides, documento reconocido por el gobierno venezolano del general Contreras y, más tarde, por el de Medina Angarita.
Conocí vascos durante mis años en Venezuela que marcharon al exilio con sus pasaportes vascos y volvieron a residir en Euskal Herria sur con sus pasaportes venezolanos, siempre dejando claro que habían vivido sin haber tenido ninguno español.
Desde este Centro Vasco se emitió por radio al Estado español franquista por la famosa radio Txalupa, con la vista gorda de las autoridades venezolanas y las protestas de todos los embajadores españoles que pasaron por Caracas.
El Centro Vasco no pertenece a la Federación de Centros Españoles de Venezuela ni se acoge a descuentos de seguros médicos o agencias de viajes por su negativa a ser miembro de dicha Federación.
A su inauguración asistió el lehendakari Agirre y Jesús Galíndez y durante años nutrió las arcas del gobierno vasco en el exilio. No hay ningún lehendakari que no lo haya visitado. En su frontón se velaron los cuerpos de Esperanza Arana y Jokin Etxeberria, asesinados en 1980 por mercenarios contratados por el gobierno español en Caracas. El Centro Vasco de Caracas asume en sus estatutos el derecho a la autodeterminación del pueblo vasco y se sumó oficialmente a Udalbitza.
La despedida-homenaje ofrecida por la dirección del Centro Vasco de Caracas, presidida por Ibane Azpiritxaga, al embajador español Jesús Silva es una invitación que borra toda la historia anterior. El fervor antichavista de una parte importante, aunque no mayoritaria, de venezolanos borró incluso identidades cargadas de historia y lucha como la de la directiva del Centro Vasco, y los convirtió en extranjeros en su propia patria, extraños, ausentes, rodeados de un mundo que los niega todos los días a todas horas.
Lo que no se pudo consentir en más de 80 años del Caracas’ko Eusko Etxea, que un embajador español lo visitara, lo ha conseguido Chávez desde la tumba. Los dos mástiles con sus banderas que desde hace más de 70 años reciben a los visitantes seguro recibieron al embajador sin ninguna bandera. El protocolo ordenaría colocar la española y la vasca; paradojas del destino, unos y otros estaban comiendo y tomándose fotos por el destino de la bandera del país ausente en los mástiles.