Las redes sociales se han convertido en el espacio que rompe las limitaciones impuestas por la censura, estamos en un limbo político permanente, en el cual el ciudadano común se siente abandonado por las instituciones que tienen como papel fundamental proteger, garantizar, orientar la acción del estado, sobre todo esta última función, como resultado de políticas públicas, de leyes que obligan su cumplimiento y por supuesto; el ejercicio virtuoso del poder. A decir de García Pelayo: "en el constante devenir de la política", nos topamos con quienes hacen la política desde la paz, y pretenden que todo transcurra en equilibrio y con la menor cantidad de conflictos posible, otros harán política desde la guerra y se manejaran en el conflicto permanente hasta someter o doblegar al adversario, que tiende a convertirse desde esa racionalidad en enemigo, por tanto, debe ser exterminado; o por lo menos, reducido a su mínima expresión.
En el caso de la Venezuela actual, estamos acudiendo a la inauguración de una lógica política, que toma los espacios donde naturalmente participaba la gente, y los convierte en guarida de truhanes, en centro de acopio de planes malévolos, en rueda de negocios, donde se transan la complicidad y el desvarío como método para lograr apoyo, condicionado por los niveles de ganancia obtenida, imposible obviar la simbología utilizada por estas "organizaciones", administradoras de la miseria, han sido sustituidos los debates y la voluntad por una especie de lealtad obligada, condicionada por el estímulo material, como aliciente de las necesidades que produce una gestión desastrosa en términos económicos.
Esa misma lógica política, destaca por su vacuidad teórica, se basa en el uso de la fuerza y los recursos del estado para imponer una ideología nepotica, una interpretación política de manada, más bien de jauría, porque caen sobre la presa para destrozarla sin piedad, en ese sentido; una presa es cualquiera que se atreve a la denuncia, que cuestiona públicamente y molesta "la paz" mediatizada, con la estrategia de manipular y repetir los métodos "democráticos" de intervenir en todo asunto y disponer de manera personal lo colectivo. La ausencia de conflictos, contrasta con la judicialización de la protesta y la persecución política, para eso se han aprobado sendas leyes, que autorizan al poder, y definen los limites en los cuales se exigen los derechos ciudadanos.
Aryenis y Alfredo, Rodney Álvarez, Rodríguez Torres, José Pinto, Eudis Girot, Alcedo Mora, Carlos Lanz… son algunos casos emblemáticos de cómo la ley dejo de ser la base de organización del estado y la autoridad, para convertirse en discreción de quien tiene control, obviando derechos e impidiendo el establecimiento de organizaciones privadas para cuestionar las decisiones gubernamentales. El poder judicial, como instrumento de planes políticos al margen de lo que dicta la carta magna, no rinde cuentas; ni se sujeta a lo que los ciudadanos y las organizaciones, como actores interesados, aspiran sea la "independencia de poderes", la transparencia y la celeridad en la aplicación de justicia, no como capricho de quien gobierna, sino por el espíritu de las leyes.
La democracia participativa y protagónica, amerita el establecimiento de un gobierno que rinda cuentas, de instituciones que cumplan a cabalidad con su papel de garantizar el equilibrio, sin que las razones políticas se impongan como excusa para dejar de cumplir sus funciones, en esos escenarios el debate debe volver a tomar los espacios de participación cotidiana, la calle seguirá siendo el espacio natural para medir el pulso de una gestión, si lo hacemos de manera organizada y pacífica, debemos concluir en las razones esenciales para construir una sociedad distinta a la que hoy se nos presenta.
Estamos plenamente seguros que los venezolanos conservan su espíritu de lucha por la libertad y contra la injusticia, nos convence a diario, el trabajo de hombres y mujeres que hacen magia para sobrevivir en un país donde una pequeñísima porción de habitantes, se atragantan, y se jactan de tener una pistola y padrinos para salir bien librados de cualquier "parada". La inmensa mayoría de los venezolanos, queremos trabajar, estudiar, vivir en paz, sin que ello signifique toque de queda o aislamiento voluntario. Para eso necesitamos de un Estado capaz de dirigir sus esfuerzos a la implementación de políticas democráticamente responsables, que sean expresión fiel de las necesidades a cubrir.
Un proyecto basado en la igualdad, que busca desatar las fuerzas productivas para ponerlas en disposición de satisfacer necesidades, también viene acompañado de políticas públicas dirigidas a consolidar los referentes virtuosos de la política, estos referentes; hoy han sido suplantados por la lógica del pillaje, de la indiferencia moral y el descaro de quienes ostentan lo que por derecho es de todos, la última campaña electoral, fuimos testigos silentes de los principios que mueven a los grupos políticos que hicieron la corte, para obtener cuotas y prebendas, en un país donde el salario ya no es un parámetro para medir el valor del trabajo, aunque algunos justifiquen en las acciones externas la situación de deterioro general de la vida.
¿Sigue siendo la revolución bolivariana viable? Una interrogante que surge en todo espacio de discusión, y que tiene respuestas pragmáticas por parte de quienes insisten en borrar de la memoria colectiva todo lo que ha significado el periodo liderado por el presidente Chávez, y pretenden victimizar al presidente Maduro, llegando a decir incluso, "la quejadera es la que tiene al país arruinado", y proponen en una onda mística conjugar las energías para que todo cambie, desear cosas buenas para que se cumplan, "acudir al poder de la palabra", ese razonamiento no lo negamos, pero consideramos que el poder es el acto, y mientras sigamos culpando a otros de nuestra inercia, no descubriremos el potencial que contiene la crisis actual. Pensamos más bien que se viene una campaña de fuerte manipulación en el sentido espiritual, y la fe entrara a jugar contra la ideología, como vacuna contra el virus de la inconformidad frente al desempeño en la gestión de gobierno.