La esperanza jamás nos será arrebatada

Jueves, 07/01/2021 07:45 PM

La historia de la humanidad hasta ahora ha sido la historia de la violencia, de guerras, de invasiones, de conquistas, de despojos, saqueos y pillaje. Asentamientos humanos contra asentamientos humanos, tribus contra tribus, pueblos contra pueblos, ciudades-estados contra ciudades-estados, reinos contra reinos, imperios contra imperios. Naciones contra Naciones, Alianzas de imperios y naciones contra Alianzas de Imperios y Naciones, rebeliones intestinas de una misma clase o rebeliones masivas de clases antagónicas. Esto ha sido nuestro Karma como especie humana.

No es difícil imaginar las primeras escaramuzas entre grupos humanos recolectores luchando contra otros por los espacios de influencias, similar al que mantienen los animales. Luego, los pueblos nómadas atacando a los pueblos sedentarios o entre ellos mismos. Posteriormente, encontramos las peleas entre tribus, entre pueblos enteros de unos contra otros, por apropiarse de la manera más fácil de los bienes y riquezas de unos o de otros. Y ya, en una etapa históricamente más documentada, las migraciones de pueblos nómadas y beduinos, en sus procesos de asentamientos atacándose unos contra otros dando origen a los reinados, principados, ciudades-estados, imperios, países, naciones y colonias.

El objetivo perseguido, como común denominador, de todo esto han sido las riquezas del dominado, los bienes materiales, incluidos los esclavos o vasallos, el oro, las piedras preciosas, los bienes de consumo, la materia prima, los territorios geográficos, las áreas de influencia, la energía,... Todo ello denominado Botín de Guerra. Unas veces motivado y adornado bajo supuestas inspiraciones religiosas; otras, por el rescate de una mujer, Elena de Troya, o por la escasez de féminas, el rapto de las sabinas. Lo verdaderamente real, más allá de los adornos, de la mitología y de las excusas aparentes, las razones de fondo, puras y duras de todas las invasiones, guerras y agresiones siempre han sido las riquezas materiales o territoriales del otro. Hoy en día los adornos o excusas son los derechos humanos, la lucha contra el terrorismo, la lucha contra las drogas, los valores democráticos, la libertad y la civilización contra la barbarie.

Resulta descaradamente cínico que quienes nos hablan de defender derechos humanos, democracia y libertad, apoyaron e impusieron todas las dictaduras violadoras de éstos principios y valores que hubo en el siglo XX en Centro y Suramérica: Pinochet, Videla y Galtieri, Chapita Trujillo, Anastasio Somoza, Fulgencio Batista, Stroessner, Pérez Jiménez y pare usted de contar. Elaboraron manuales de torturas y crearon centros de entrenamientos y de torturas en distintos puntos del planeta. Y no solo eso, cuentan bajo su amparo con el centro de reclusión donde se dan las mayores violaciones de derechos humanos conocido, donde sus presos no tienen derecho a juicios y aún hoy se desconocen las identidades de todos sus detenidos: La cárcel de Guantánamo en Cuba, territorio anexado por los Estados Unidos desde 1,898.

Las drogas también sirven como excusas para guerras e invasiones, y se instalan 7 bases militares de los Estados Unidos en el principal país productor de drogas del mundo supuestamente para frenar su producción: Colombia; y, pese a ello la producción de pasta de coca, cocaína procesada y narcotráfico sigue aumentando.

El terrorismo es otra justificación aparente, pero hoy se conoce, por documentos desclasificados, que quien financió, creó y entrenó a AlQaeda, fue la CIA y los gobiernos de Estados Unidos con el objeto de enfrentar la invasión soviética en Afganistan. De Alqaeda, nacerán luego sus hijos y nietos: Daesh, Isis y Al Nusraf, que hoy asolan de terror buena parte del mundo. Hasta hace poco se protegió en territorio estadounidense a Luis Posada Carriles, connotado terrorista quien colocó la bomba en el avión de Cubana de Aviación en el año 1.976, donde murieron 75 personas, incluyendo 25 deportistas de la selección nacional de esgrima de Cuba. Este acto fue conocido como el mayor acto terrorista de la historia reciente en América Latina.

Tanta amnesia. tanto cinismo y tanto descaro no tiene parangón en la historia.

Frente a todo esto que ha sucedido y que probablemente continuará sucediendo en los años y siglos venideros, siempre se ha levantado como contraparte LA ESPERANZA. Esperanzas colectivas o individuales. Ese esperar que tenemos los seres humanos en un futuro mejor, que a veces se confunde con la fe. Esperar que las tribulaciones del hoy podrán tener un mejor mañana ha estado también presente como una constante a través de la historia. A veces como una suerte de resistencia silenciosa, otras con una actuación activa a través de la confrontación directa. Esperanza que, a veces se convierte en realidad y supone la concreción de utopías y anhelos soñados. Sucede muchas veces, que esa esperanza, que ya deja de serlo al ser un hecho cierto y real, se va convirtiendo en la repetición de lo cuestionado, pero con nuevos actores y con otros discursos. Algo así como que si ayer yo criticaba la tortura hoy me convierto en el torturador; ayer cuestionaba la corrupción hoy me convierto en el corrupto. Y comienza un proceso de desilusión, de hartazgo; y se llega a pensar que la historia tiende a repetirse, que todo es un círculo vicioso que se recicla, como que el mundo es así y no hay remedio, que es una fatalidad humana, que podrán venir nuevos mensajes, nuevos colores, nuevos gritos, pero inexorablemente estaremos condenados al círculo vicioso de lo que se cuestionaba originalmente. Entonces, se consolida la desilusión, el no creer ya en lo que se creía, pensar que la vida, lamentablemente es y tiene que ser así y que la frustración de la esperanza está condenada a repetirse periódicamente en la historia, que pareciera una fatalidad del destino, que no es posible un mundo mejor. Es cuando se llega a pensar que la esperanza es la desesperanza.

Pero se sigue viviendo, y mientras haya vida hay esperanza y ésta, es como un porfiao, cae y vuelve a levantarse, no se queda quieta con las caídas momentáneas, sino que se yergue orgullosa de nuevo, porque es intrínseca al ser humano, renace de las cenizas, como el Fénix, y vuelve a provocar entusiasmo, a producir reflexiones, a revitalizarse y a insuflarse de nuevas energías y a buscar reenderezar su camino, a no sucumbir ante la tristeza, y a repensar de que un mundo mejor si es posible. Y esto no es un hecho coyuntural o momentáneo, es un hecho histórico.

Que otra cosa si no fue la Esperanza la que mantuvo a los cananeos, hoy derivados en los palestinos, frente a la migración judía en las tierras del Canaán, esperanza que sigue viva hoy en la población palestina en su derecho a existir como nación en esa confrontación desigual contra el sionismo israelí. ¿Acaso no fue la esperanza la que mantuvo a ese mismo pueblo judío, por cierto, durante 4 siglos de esclavitud, frente a los faraones egipcios?; ¿No fue la esperanza la que mantuvo vivo al pueblo judío frente al holocausto nazi?. Las paradojas de la historia, los que ayer fueron oprimidos por el Nazismo son los opresores de hoy del pueblo palestino. ¿No fue la esperanza en un mundo libre para ellos, la que llevó a Espartaco a la mayor rebelión de esclavos de la historia frente al Imperio Romano?; ¿No fue la esperanza la que prevaleció en la resistencia de los denominados pueblos bárbaros frente al avasallante dominio del imperio romano durante unos cuantos siglos?; ¿Qué otra cosa si no la esperanza fue lo que llevó al empobrecido pueblo francés, con su naciente burguesía revolucionaria, a terminar con la monarquía absolutista en el siglo XVII que impactaría a todo el mundo?; ¿Acaso no fue la esperanza en un mundo distinto la que llevó a todas las rebeliones americanas frente al colonialismo de las potencias europeas?. Fue la esperanza la que llevó a Mohandas Gandhi a liderar con su resistencia pacífica la independencia frente al Imperio Inglés. Fue la esperanza la que mantuvo en pie de resistencia al pueblo soviético en el sitio a Stalingrado de las fuerzas alemanas propinándole la primera y más grande derrota a los nazis, marcando un punto de inflexión definitivo en la segunda guerra mundial. Fue la esperanza la que impregnó durante decenas de años al pueblo vietnamita para enfrentar y derrotar las invasiones de los ejércitos franceses y estadounidenses en el sudeste asiático. Que decir de la esperanza personificada en Nelson Mandela contra el apartheid en Sudáfrica. Fue la esperanza la que condujo a las victorias electorales progresistas en finales del siglo pasado y lo que va del presente en Venezuela, Argentina, Ecuador, Bolivia, Brasil. Paraguay y Uruguay, en pleno patio trasero del más grande imperio que haya tenido la humanidad. Es la esperanza la que mantiene en resistencia a todos los pueblos del Medio Oriente frente a las invasiones de las grandes potencias norteamericanas-europeas-israelíes en los pueblos libio, iraquí, afgano y sirio. Y la historia no se queda allí, existen miles de ejemplos más de lo que se afirma, tanto en grupos sociales, pueblos como en las experiencias personales de todos nosotros.

La esperanza, entonces, ha transversalizado la historia. Está ligada a nuestra esencia humana, diría que genéticamente. Se nos envían permanentemente mensajes de resignación, que el mundo es así porque es así y no se puede hacer nada; que este mundo es como es porque Dios quiere que así sea. Que en el mundo siempre ha habido y habrá opresores y oprimidos; que siempre han existido y seguirán existiendo ricos y pobres; que somos egoístas por naturaleza, que en este mundo no hay lugar para la solidaridad; que pensar en un mundo más justo es una quimera, que debemos aceptar esta vida como un valle de lágrimas para tener una vida mejor, pero en el cielo, no en la tierra; que el mundo es solo para los más aptos o que la historia ha llegado a su fin; Y como esos, miles de mensajes más, subliminales, claros e inteligibles, y no tan claros, su objetivo es aniquilar los sueños, matar la esperanza, aceptar la vida como es, como nos la han impuesto; que el mundo que nos imponen es el único que tiene cabida: el mundo de la triquiñuela, de la trapisonda, del egoísmo, del cuanto hay pa eso, de la viveza criolla, quítate tú pa ponerme yo, del sálvese quien pueda, de la anti solidaridad, del irrespeto, de la negación del trabajo productivo por la trampa del que comercia con el que comercia con el que comercia, el mundo de la ausencia de todo valor ético.

Esto ha transcurrido, con mayor o menor intensidad, a través de toda la historia, y seguirá ocurriendo, pero siempre han existido pueblos e individuos que nos han demostrado que un nuevo y mejor mundo es posible. Un nuevo y mejor mundo es la única opción que tenemos para poder sobrevivir como humanidad. El otro mundo que se nos propone es insostenible, no tiene soporte real en el tiempo y en el espacio, porque significa acabarnos unos a otros, comernos unos a otros, exterminarnos todos contra todos, acabarnos en un santiamén en una conflagración nuclear, las naciones poderosas exterminando a las débiles, y después éstas se exterminarían entre ellas y luego una suerte de autofagia entre las facciones del país que sobreviva, si es que sobrevive. Ese mundo no es viable, ese mundo no es posible. Ese mundo no puede ser el que soñemos.

Podemos tener dudas, podemos tener momentos de desazón, podemos irritarnos con quienes elegimos colocando nuestras esperanzas en que desarrollarían políticas diferentes, actuaciones éticas diferentes. Que se acabaría la corrupción o que ésta sería castigada con prontitud y entereza, que las grandes mayorías serían beneficiarias de las políticas centrales del Estado, que se establecería un nuevo modelo de desarrollo, que se rompería con el rentismo petrolero, que la salud y la justicia dejaría de ser un privilegio de pocos. Que la educación sería de calidad y para todos. Que los cargos principales de gobierno serían para los más capaces y más comprometidos con la idea de un mundo mejor y no para los amigos y familias de los entornos de poder. Todas estas son razones poderosas para los arrebatos momentáneos de decepción que humanamente podamos tener. Peor aún, que ante la crítica constructiva y positiva la respuesta que se reciba sea la descalificación, el aislamiento, y la remisión de los soñadores a una suerte de gulag contemporáneo. Podrán reducirnos, podrán minimizarnos, podrán hasta casi exterminarnos, podremos tener momentos de frustración, decepción y desilusión, podrán quitarnos el agua, la tierra, hasta el aire; lo que jamás podrán quitarnos, como decía Miguel Hernández, es arrebatarnos la esperanza.

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