El placer de contar historias

Martes, 02/02/2021 01:35 PM

"No es lo que tenemos, sino lo que disfrutamos lo que constituye nuestra abundancia", eso lo expreso hace siglos Epicuro. Estuvo en lo correcto el pensador, pues, en mi vida, como periodista, he tratado de hacer sólo aquello que me da placer. Poca importancia le he dado al tener. Esa ha sido mi ansiada abundancia. De allí que solo poseo, como herencia las palabras, los verbos y las ganas de contar historias, a través de esas maravillosas y sorprendentes herramientas. Pero al final, lo digo con mi abundante honestidad, no he hecho más que intentar escribir historias, con mucho placer, pero sin resultados gloriosos.

Pero sí conozco, desde lejos, a un periodista que no solo sintió placer al contar historias, sino de alcanzar la cima en ese bonito afán de ser intenso sin perder la sindéresis en su capacidad de crear y acomodar las palabras y construir frases sin aquellos elementos que odiaba en el periodismo. Ese oficio ingrato, para algunos, pero de gran significado para el espíritu. Su nombre: Gabriel García Márquez, mejor conocido en los bajos y elevados círculos literarios como el Gabo.

García Márquez, no fue un aficionado al periodismo, sino un apasionado por la tinta. Reporteó por estos lados y por los otros, también. Incansable en eso de buscarle las cuatro patas al gato, en eso de construir de la nada una historia que cautivaba a sus lectores. Pero, eso sí, era por demás exigente consigo mismo, en eso de no usar grabadora y de alejarse de los adverbios. Sin embargo, como maestro del periodismo, era tan exigente que sus estudiantes no encontraban la manera de entrarle, sin que el Gabo los regañara.

El Gabo, según lo afirmaba entre sus círculos, el reportaje era el género estelar del periodismo, ya que el mismo permitía que el periodista investigara y al leer lo escrito, pudiera reflexionar sobre el trabajo. Con sobrada razón el gran aliado de García Márquez en su vasta obra, fue el periodismo y sus técnicas. Tanto así que nunca se apartó de su ejercicio periodístico, ya que en él descansaba su vida creativa.

"Los adverbios (terminados en -mente) son como el diente de león. Uno en el césped tiene gracia, queda bonito, pero, como no lo arranques, al día siguiente encontrarás cinco, al otro cincuenta... y a partir de ahí, amigos míos, tendréis el césped «completamente», «avasalladoramente» cubierto de diente de león. Entonces los veréis como lo que son: malas hierbas, pero entonces, ¡ay!, entonces será demasiado tarde". Esta cita recoge lo que pensaba García Márquez de los adverbios, sobre todo los de lugar. Yo, en lo personal, intentaré despojarme de tanta "basura" que empobrece un escrito. Y me voy de cita. En esta oportunidad se trata de una que viene de una autoridad literaria: Stephen King, quien aborrece a los adverbios. "En esta guerra a un lado del frente están los adverbios, al otro un héroe solitario o quizá no".

Hospital Juan Graham Casasús

Tendría una hora y media, sentado en la sala de espera, esperando mi turno con la oncóloga Fuentes. Reparé en toda o casi toda la gente que estaban allí por el mismo motivo. Estaba buscando un tema que me inspirara mi historia que buscaba en completo silencio. Cerré mis ojos, y me concentré en la imagen de Mahatma Gandhi, el hombre de un corazón del tamaño del cielo. Aspiraba que su rostro lleno de paz me inspirara para encontrar un tema para mi próxima historia. No sé cuanto tiempo estuve sumido en la paz que generaba el pensador indio. De pronto sentí unos toquecitos, muy delicados en mi brazo derecho. "La doctora llego", oí que me decía una voz de mujer. Con el correr del tiempo la señora ya me había hablado de su hijo Ronaldo. Y cuando regresé a mi residencia, me fui directo y decidido a la computadora. Y escribí.

Ronaldo se cayó

Era un día domingo. Día alegre con un cielo despejado y excelente para jugar fútbol. Ronaldo soñaba como todo joven que comienza a bordear la adolescencia. Uno de sus sueños que más espacio le ocupaba en su mente era el de convertirse en una estrella del futbol, como lo eran sus modelos: Maradona, Cristiano y Messi. Por eso esa mañana salió con sus ídolos en la mente, rumbo al campo deportivo. Su madre lo despidió con las palabras de siempre: "Hijito, cuídese mucho, y Dios me lo cuidará también, no soportaría que se me enfermara". Lo abrazo fuerte y lo besó en la frente.

La vida, a veces nos sorprende. Y nos somete a pruebas duras. No importa la edad para recibir una mala señal. Ronaldo, de tan sólo 12 años de edad, llegó al terreno cercano a su casa y con alegría saludó a sus amigos. Minutos más tarde comenzó a correr. Estaba calentando para entrar a jugar. De pronto se cayó de bruces. Sus compañeros lo ayudaron a ponerse de pie. Pero no pudo jugar. Se había golpeado la rodilla derecha y no soportaba el dolor. Como pudieron los amigos lo llevaron a su casa. Su madre lo recibió angustiada. "No te preocupes, mamá, esto no es nada. Póngame hielo y vera como se me pasa el dolor, y hasta pueda volver al terreno", eso dijo a su madre para tranquilizarla.

"Pero nunca me tranquilicé, señor. Tuve que llevarlo al médico. La rodilla estaba hinchada. Le hicieron varios exámenes y estudios, y el médico tratante concluyó en que mi hijo sufría de osteoporosis. Lo llevé a otro médico, y dictaminó lo mismo: osteoporosis. Oí a algunos vecinos y me recomendaron ir donde una persona que conocía de esas cosas. Le aplico yerbas y ciertas pomadas, pero mi hijo seguía peor. Entonces, mi esposo y yo, nos lo llevamos para el DF. Después de nuevos estudios, uno de los médicos afirmó, categóricamente, que lo que tenía Ronaldo era cáncer".

"Mire señor, a partir de esa infausta noticia, comenzó mi sufrimiento. Lo llevamos a otros médicos y el diagnóstico fue el mismo. Hasta que uno de ellos me dijo: "Señora, no hay nada que hacer, llévese a su hijo para su casa". Eso hice. El cáncer que ataco a mi Ronaldo fue un cáncer agresivo, donde la ciencia médica no podía hacer nada. Y acudí a mi Dios, el que nos ha dado la vida. Le dije: "Dios, tú me prestaste a Ronaldo, y yo, ahora, en mala hora, te lo devuelvo. Te ruego que me lo ayudes a morir. Que no sufra. Él es tan joven que no merece un sufrimiento mayor. Era mi esperanza. Él era buen estudiante, buen hijo y prendado del futbol, su pasión". Y Dios es grande. Me oyó. En uno de esos días en que casi no se podía sostener, lo tomé en mis brazos, lo miré. El me miró. Y en paz cerró sus ojos para siempre".

Villahermosa, Tabasco, México, 31 de enero de 2021.

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