Una forma de resistencia cultural

Jueves, 18/02/2021 11:09 PM

¿Cómo presenta la historiografía burguesa a la conquista? ¿La falsa conciencia de la historia tradicional expone a la invasión como una hazaña prodigiosa? ¿La ocupación fue emprendida y llevada a cabo por un puñado de valientes y bizarros hombres? ¿La llegada de la Pinta, de la Niña y de la Santa María dominaron, casi con su sola presencia, en nombre de Dios y de Castilla, a millares de seres primitivos y salvajes? ¿Qué pueden decirnos las Crónicas de la época? ¿Qué dimensión tuvo la resistencia de los pueblos originarios, una vez pasada la sorpresa y la confusión del encuentro? ¿La creencia de la llegada de supuestos dioses anunciados por la tradición cultural indígena sería sustituida por la conciencia de la excesivamente terrenal y cruel naturaleza de los invasores?

Las interrogantes podrían desbordar la imaginación, exceder las perspectivas, salirse, incluso, de la lógica. Las interpelaciones andan y desandan. Hay que destruir toda la ideología, (falsa conciencia), que sobre la conquista diseñaron las clases dominantes y el sistema escolar se encargó de verter sobre las mentes de los estudiantes, docentes, familia, comunidad, nación hasta convérsenlos que esa interpretación era la propia, la histórica y la acertada. Habría que calcular cuántos hombres y mujeres de Venezuela, por lo menos, comenzaron a pensar con la mente, valores y teorías de los invasores. Pensar con la cabeza de los explotadores resulta un escollo histórico a superar. Un impedimento intelectual de alto calibre de la dominación.

El desmadre de la invasión no tiene parangón en la historia universal de la humanidad. Un desbórdese que trastocó, vilmente y en su totalidad, por lo menos 40 mil años de historia, de culturas originarias diferentes, incluso disímiles. No menos de 2.400 comunidades étnicas, indígenas y originarias, diferentes, hasta por su lengua materna, experimentaron y vivenciaron cruelmente la colonización, conquista, despojo y holocausto, a decir de nuestro profesor Ronny Velásquez, en su contundente y amplio trabajo: Culturas Prehispánicas de América, (Foro del Futuro, 2008). …no fue la Edad Media la que "descubrió" este continente, sino el Renacimiento, pero, al no comprender bien qué era lo que había "descubierto" entonces, a sus anchas, destruyeron y sometieron a los pueblos autóctonos, bajo el más vil de los procesos de explotación, de despojo, de vejación, de engaño y humillación que haya visto alguna vez ninguna sociedad humana, (Velásquez, 2008). Una historia añeja de pueblos aborígenes, originarios y naturales fue silenciada por la conquista, destruida, olvidada, puesta en el exilio, despreciada históricamente hasta, incluso, su desaparición total. ¿Sigue siendo la resistencia cultural la gran respuesta histórica y contemporánea ante todas las formas de colonialismo y neocolonialismo imperialista? ¿La Resistencia tiene que ser, inexorablemente, política, social, histórica, étnica, de género, de pueblos, comunidades y de naciones, Cultural? ¿Resistencia Cultural, el camino, la opción preferencial, la digna batalla de todas las batallas?

A estas y a otras muchas interrogantes se les puede encontrar respuesta históricas, acertadas y no menos impresionantes en un libro, de obligada e ineludible lectura, intitulado: La Resistencia Indígena ante la conquista, cuya autoría le pertenece a Josefina Oliva de Coll (Siglo Veintiuno Editores,1976. 2da. edición). Este trabajo ha sido compañía desde los estudios diversificados de bachillerato y ya sexagenario volvemos a su encuentro, a su lectura apasionada y vehemente. Volvemos a un refrescamiento necesario y a su militancia siempre presente, vigente y contemporánea. Un compromiso histórico revolucionario resulta inexcusable e ineludible con nuestro legado cultural indígena. Volver sobre los pasos transitados resulta extraordinario, aunque esa consecuencia histórica de la derrota duela, desanime y produzca una profunda arrechera. Resistir, resistir es el camino.

Es inevitable e inexcusable apoderarse del pasado histórico indígena, apropiarnos de nuestro alegato originario étnico-cultural y nuestra herencia colectiva y cosmovisión cultural. El proceso de dignificación de los pueblos y comunidades indígenas parece haber comenzado con la Revolución Bolivariana y su Carta Magna. Por primera vez en la historia del constitucionalismo de Venezuela, los pueblos originarios alcanzan rango fundacional, superior, fundamental. Y si bien es cierto se ha elaborado y aprobado toda una variada y rica legislación indígena específica; no menos cierto es que su aplicación anda lejos de una práctica cotidiana, real y contundente. Si la norma jurídica no se aplica socialmente, en toda su justa e invariable dimensión pasa a ser letra muerta. La resistencia indígena resulta histórica y digna. La letra muerta es parte de la traición. Y la traición es el pecado social más asqueroso de todos los tiempos.

Las crónicas demuestran que la oposición a la invasión de los europeos sería encarnizada y sistemática. La resistencia es decidida y valiente, suicida a menudo, de aquellos hombres y mujeres desnudos e indefensos que luchan contra las armas de fuego, los caballos, los perros amaestrados, cebados en indios; cosa de grande crueldad, que los despedazaban bravamente, (Oliva de Coll, 1976). Ni matar ni robar indios se tuvo en estas Indias por crimen, (Las Casas, s/f). Se trata del eterno problema de la conquista con su secuela, el colonialismo, con, la huella que deja inalterable a través de los siglos del hierro candente, huela presenta aún después de casi quinientos años, pese a todas las demagogias lo mismo democráticas que seudorrevolucionarias…Visibles aún en el estado de sumisión miserable, en el subdesarrollo y analfabetismo de los pueblos de esa América en agonía o la dignidad mancillada.

Hace apenas 49 años, el 29 de junio de 1972, siete colonos acusados de asesinar 16 indios, el 23 de diciembre de 1963, a sangre fría, luego de invitarlos a un sarao de comida, fueron absueltos porque no sabían que matar indios era un delito. Los hermanos de la tribu juiva fueron atraídos a una hacienda La Rubiera, los cuales mientras se alimentaban fueron acribillados a tiros y rematados a machetazos. Regaron con gasolina sus cuerpos y les prendieron fuego, entre los que había féminas y niños. Durante toda la democracia burguesa, la matanza de indígenas era una práctica demasiado común. Un doble genocidio se llevó a cabo contra nuestros pueblos originarios: un genocidio étnico y un genocidio cultural. Aniquilación cultural y extermino físico, ambos sistemáticos, deliberados y con los cinco agravantes del crimen: premeditación, alevosía, nocturnidad, ventaja y superioridad física. Sin embargo, la resistencia continúa. La resistencia cultural es permanente actual e histórica.

Una resistencia que se expresaría con el incendio de pueblos y ciudades, así como sembradíos al avecinarse o aproximarse las tropas invasoras y usurpadoras; se manifiesta con la huida a las montañas de los moradores de pueblos; con los abortos que las féminas desesperadas se provocan ante la esclavitud y el hambre que esperaban a su descendencia o para no parir bastardos. Una severa y firme resistencia que se expresa en suicidios de millares de personas y almas convencidas de su impotencia para sacudirse y hacer temblar el yugo. De igual manera, se expresaría en la lucha armada constante, firma y decidida y tantas y demasiadas veces admirable. Afirmaría Bartolomé de las Casas: Dondequiera que falta justicia se la puede hacer a sí mismo el opreso y agraviado. Entre tanto Sergio Bagú precisa: América nace en la historia del mundo occidental cuando el absolutismo es la meta y la intolerancia el método en la existencia diaria. Al parecer se necesita ilustras más y mejor la resistencia indígena, incluso así sea con el dolor a derrota que propina esa historia.

Luego de más de cinco siglos, 529 años se cumplen en el 2021, se continúa exaltando y, de una u otra manera, aclamando la conquista. Aun se escucha decir: España, La Madre Patria. Todavía se quiere decir que el gran logro de la conquista fue la evangelización. La cristianización más asquerosa fue la que se emprendió y realizó contra los pueblos originarios y todavía permanece. Optamos por la Fe liberadora y el diálogo interreligioso. Quien quiera, se proponga y lleve a cabo el imponer sus creencias, venga de donde venga, hay que mandarlo al mismísimo carajo. Tomar conciencia histórica de lo que significó culturalmente la invasión, pero, sobre todo, hacerse dueños de aquellos que resueltamente se opusieron, incluso con un heroico desprecio por la vida. Una verdadera lucha contra la opresión hay que celebrarla, tomarla por asalto, enseñarla, trasmitirla, empoderarse de ella, multiplicar su difusión y promoción permanentes. Siempre será poco lo que se escriba y se diga sobre el holocausto de la conquista, pero la labor hay que emprenderla, así sea tímidamente. Poca a poca, como dicen las campesinas y los campesinos del estado Sucre. Sin prisa, pero sin pausa, palabras de Shakespeare. La batalla cultural, la resistencia cultural, tienen que ser, indefectiblemente, encarnizada y sistemática; creadora y, por sobre todas las cosas, revolucionaria y liberadora.

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