Cuando la educación no alcanza para vivir en Venezuela

Viernes, 26/02/2021 09:23 AM

La educación es un proceso destructivo que deforma la realidad de la vida, y quien quiera educarse para aprender a vivir, perderá la vida sin aprender a morir.

Por cincuenta años fue el mejor profesor de filosofía del colegio La Salle, pero después de filosofar la vida por cincuenta años de prosa, ahora el mejor profesor de filosofía del colegio La Salle, es un animal que solo sabe dar gritos en cuatro paredes de amargura, una bestia que no recuerda qué es una bestia, una cosa vieja que vive enjaulada en cuatro paredes, un sucio pedazo de carne que gime el miedo a morir, mientras su hermano mayor abofetea su miserable cuerpo, con miserables manotazos que no cicatrizan en la tarde del melancólico domingo.

Tantos libros leídos, tantos exámenes corregidos, tanta buena ortografía, tanta basura que el egocentrismo no se atreve a reconocer, porque si reconocemos que nos equivocamos, echaremos a la basura cincuenta años de filosofía.

Mi hermano, cada grito de dolor que gritas, yo también lo siento en mi corazón, lo siento desde que me levanto de la cama hasta que me acuesto en el chinchorro, porque no es un trauma de la vida, es tu vida que me trauma.

Yo no sé si es un cuarto de andadera, un cuarto de escalera, un cuarto de silla de ruedas y un cuarto de petaca vieja, pero la ruidosa chatarra metálica que conduce el viejito filósofo de cuarto en cuarto, sin sentido y sin licencia, me otorga la licencia poética que necesito para encolerizarme, por las injusticias que sigo atestiguando en una vida, que no discrimina ni a cuatro poetas ni a una bestia.

No es la pasión de Jesús, es la pasión del viejito filósofo, y no carga una pesada cruz sobre su espalda, porque ya no tiene espalda para cargar el peso de la cruz.

Jubilado sin júbilo, pensionado sin pensión, jodido hasta la jota.

Regresamos a clases para educarnos en el presente, pero nadie nos educa para saber que cincuenta años después de estudiar en las escuelas, terminaremos siendo sucios animales que gimen dolores, que reciben bofetadas, que se niegan a morir, porque por cincuenta años aprendieron a ser esclavos de sus cuerpos, de sus letras, de sus recuerdos, de sus éxitos, de sus fracasos, de sus silencios.

Ellos no tienen la libertad de morir en paz, y para evitar la muerte, son capaces de contaminar espiritualmente al prójimo, que todos los días escucha sus gemidos, sus lamentos, sus dolores, sus llantos, sus necedades de viejo verde.

La dignidad es una sucia careta que se la lleva el viento del tiempo, y mientras pasa y vuelve a pasar el tiempo, la filosofía se olvida de hacer el bien y termina haciendo el mal, porque aunque dicen que la tristeza no se puede oler, quienes viven ahogados en tristezas, bien saben que la tristeza sí se puede oler, porque las frías cuatro paredes de una pocilga, todo lo saben, todo lo huelen, todo lo escuchan, y solo Dios sabe las tremendas desgracias que mis oídos oyeron.

Más de tres años postrado en una cama, y nadie lo visitó.

Más de tres años recibiendo manotazos de su hermano, y nadie lo defendió.

Más de tres años callando el dolor de la vida, y nadie lo comprendió.

Cuando el viejo profesor de filosofía se vio cara a cara con la muerte, pues llegaron todos sus desgraciados familiares, quienes deseaban quedarse con el título de propiedad de la pocilga del viejo filósofo, y con total desfachatez, sus sobrinos le dijeron que llamarían al sacerdote del seminario de la esquina, para darle la bienaventurada unción de los enfermos, para que el moribundo hablara un "ratico" con cualquier amanerado sacerdote, y para que la gran pocilga tuviese nuevos propietarios, nuevos desgraciados, nuevos cuervos analfabetos.

Mis hermanos, en los colegios venezolanos no aprendemos a acelerar el tiempo, no aprendemos a encarar a la enfermiza vejez, no aprendemos a expiar nuestros pecados, no aprendemos a manejar una silla de ruedas sin ruedas, no aprendemos a morir antes de morir, no aprendemos a vivir antes de vivir.

En los colegios venezolanos solo huele a juventud, solo huele a futuro, solo huele a corbata y maletín, solo huele a buhoneros, solo huele a promisorias carreras universitarias, solo huele a sueños por conquistar, solo huele a dinero, solo huele a malandro disfrazado de alumno, solo huele a una cosa amorfa que llaman porvenir.

Un porvenir que cuando realmente llegue a nuestra vida, no será el porvenir que estudiamos sentados en los pupitres del salón de clases, y aunque lo que está por venir es incierto, no hay que ser Einstein para saber que el porvenir es mediocre.

Yo empiezo a creer que el sistema educativo venezolano es tan mediocre, que solo prepara a los jóvenes para que después de vivir la gloria de la juventud, se jodan solitos en una vetusta vejez, que por ignorancia no podrán comprender ni tolerar en sus vidas, porque no recibieron educación para morir con dignidad.

Yo quiero regresar a clases, para no seguir presenciando la crisis del filósofo.

El viejito completamente se olvidó de Gabriel García Márquez.

El viejito completamente se olvidó de Rómulo Gallegos.

El viejito completamente se olvidó de Pablo Neruda.

Alguien diría que gracias a la pluma intelectual de los eruditos de ayer, el viejito triunfó en la vida y supo llegar hasta el callejón sin salida de la vejez, y ciertamente, yo sigo pensando que llegar a viejo es el mayor triunfo terrenal alcanzable en la Tierra por cualquier macho o hembra, más sin embargo, por lo que estoy viendo y resintiendo en la pocilga del viejito filósofo, puedo asegurar que no importa llegar a la vejez, porque lo que realmente importa, es cómo llegas a la vejez.

El viejito filósofo llegó a la vejez, pero ya no sabe ni sacarle punta a un lápiz, además pasó toda su vida yendo los domingos a misa, pero ahora que necesita todo de Dios, ya ni siquiera escucha la santa misa por la radio, ya no sabe rezar el Padre Nuestro, ya no recuerda las promesas de vida eterna de Jesús, ya no sabe qué es la Biblia y ya no sabe qué es la vida, por eso yo creo que no importa llegar a viejo, pues lo que importa es cómo llegarás a tu último día de existencia.

Con o sin pandemia, en las escuelas venezolanas no te dirán que si llegas a viejo, tu familia te dará manotazos de violencia por la cara y por la espalda, ningún profesor te dirá que las matemáticas son estrellitas de locura en el atrofiado cerebro senil, ningún director te echará el cuento de la soledad que mata a un cadete sin graduación, y ningún payaso del circo te sonreirá cuando tengas que enfrentar el acoso del último gran ocaso.

Por dinero, por orgullo, por apostasía, nadie te dirá en ninguna escuela venezolana, lo que realmente te deben decir para morir con dignidad en la vida, por lo que con pandemia o sin pandemia, las escuelas venezolanas no enseñan a aprender a vivir, y aunque hoy un 20 te mostrará la cara de la felicidad, y aunque hoy un 01 te mostrará la cara de la infelicidad, yo estoy empezando a comprender la filosofía que siempre quise saber, y que nadie supo enseñarme.

El viejito filósofo no aprendió la verdadera filosofía de la vida, y ahora el viejito filósofo tan solo genera lástima, molestia, vergüenza, asco y denigración.

Es como cuando un perro se pone tan viejo y tan enfermo, que ahora el astuto gato del vecino entra a la casa del perro y se come la comida de su tazón, porque sabe que el perro tan viejo y tan enfermo, ya no tendrá fuerza ni para ladrar, ni para morder, ni para cagar, ni para mover una pata cansada de una vida cagada.

En las aulas de los colegios venezolanos, se debe hablar más de los astutos gatos. Esos animalitos realmente conocen el significado de la vida, porque los gatos no se quedan gimoteando en sus casas, porque los gatos prefieren morir antes que recibir manotazos de sus familiares, porque los gatos conocen el sentido de la supervivencia humana, que irónicamente, los humanos no conocen.

Todos los días en las escuelas venezolanas se debería estudiar el comportamiento de los gatos, se deberían estudiar los beneficios de comer la mugre de las uñas para apalear el hambre de la crisis, se deberían analizar los latigazos que dio Jesús para purificar el Templo de Jerusalén, se debería incentivar a los alumnos más jóvenes, para que aprendan a construir sillas de ruedas sin ruedas, para que aprendan a caminar sin piernas, para que aprendan a olvidar toda la basura académica que recibirán durante años de vil estupidez.

Yo no quiero terminar mi vida como el viejito filósofo, aunque creo que estoy haciendo méritos para recibir el mismo veneno de ratas recibido por el abuelo, pues yo tampoco me he casado, yo tampoco he tenido hijos, yo tampoco he vivido nada de lo que se supone debía vivir en la vida, y aunque el abuelito pensaba que si vivía lejos del pecado mundano, terminaría siendo premiado y santificado al final de sus días en la Tierra, pues ahora yo estoy completamente seguro, que el viejito filósofo se arrepiente de no haber fumado marihuana en su juventud, se arrepiente de no haber penetrado una vagina el sábado por la noche, se arrepiente de no haber comido cerdo como un cerdo, y se arrepiente de no haber vivido tan solo un ápice de lo que pudo, pero no quiso vivir en su vida.

Ahora yo tengo la experiencia que él no tuvo, no sé si es buena o mala, pero la tengo, y es una experiencia que definitivamente no aprendí en los colegios venezolanos, y es una experiencia que me hace sentir libre del yugo social.

No voy a negar que es fascinante sentirse libre del yugo social, aunque tampoco voy a negar que me siento en una encrucijada moral.

Yo sé que hoy puedo hacer todas las cosas que el viejito filósofo no hizo en el pasado, pero sinceramente, yo tampoco quiero hacer las cosas que el viejito no quiso hacer en el pasado, lo cual no sé si sea una bendición o una maldición, y lo más escalofriante, es que si compro un gato, el gato me abandonará si olvido darle su comida, si me busco a un Dios, el Dios me abandonará cuando se me olvide cómo rezarle, si me busco a una mujer, la mujer me abandonará cuando se entere que amo a los viejos filósofos, por lo que surge la inevitable pregunta del artículo:

¿Cómo puedo regresar a clases para olvidar la crisis existencial?

Yo no puedo regresar el tiempo, mis días de estudiante ya se cumplieron, y de hecho, yo soy periodista de profesión, pero aunque no debo regresar a las clases del pasado, yo tampoco quiero seguir viendo la crisis existencial del viejito filósofo, quien con sus lamentos empieza a profetizar mi decadente futuro en la Tierra, y aunque solo tengo el presente para escapar o para vivirlo, yo tampoco puedo olvidar lo que fui, y no puedo comprender lo que irremediablemente seré, si no tomo la decisión de vivir un presente que estoy echando al basurero.

Mi querido yo, te odio un mundo, por tu culpa me siento así, y no te voy a decir qué es sentirse así, porque si descubres cómo me siento, me vas a hacer sentir la culpa que por tu culpa siempre he sentido, porque sabes que yo no quiero ser yo.

Estoy en un abismo, porque la educación es un abismo, y mientras más aprendes, más te hundes en el abismo, por eso mientras más sabes, más infeliz eres en la vida, y mientras menos sabes, más feliz eres en la vida, porque solo Dios sabe que no tengo idea de lo que estoy escribiendo, y aunque los delirios del saber también se los llevará el viento, no puedo parar de escribir todo el sentimiento de angustia, de ira, de malestar, de zozobra y de rabia, que me está matando y que me lleva al abismo, que yo creé, que yo alabé, que yo viví.

Cuando cese la pandemia y todos regresen a clases, el chamo que sacaba 20 en todo, seguirá sacando 20 en todo, y el chamo que sacaba 01 en todo, seguirá sacando 01 en todo, así como también, la chama que vivía practicando el acoso escolar, seguirá ejercitando su derecho a practicar el acoso escolar, y la chama que siempre fue víctima de acoso escolar en los pasillos, seguirá soportando el martirio del acoso escolar, sin denunciar nada, sin decir nada, sin llorar nada.

Cuando cese la pandemia y todos regresen a clases, la puta de quinto año seguirá siendo la gran puta del quinto año, que se dejará tocar las tetas, que se dejará nalguear el culo, que se dejará preñar dentro del sucio baño de la escuela, y que terminará abortando el feto con una caliente botellita de malta Caracas.

Cuando cese la pandemia y todos regresen a clases, la profesora chavista seguirá siendo la más patriótica docente del colegio público, y el profesor escuálido seguirá siendo el mejor traidor a la patria del colegio privado.

Cuando cese la pandemia y todos regresen a clases, el chamito hijo de un tipo pobre seguirá siendo el chamito pobre de la clase, y la chamita hija de una tipa con plata seguirá siendo la chamita sifrina de la clase.

Cuando cese la pandemia y todos regresen a clases, la directora del colegio chavista cobrará la matrícula estudiantil con soberanos bolívares de corrupción, y el director del colegio escuálido cobrará la matrícula estudiantil con soberanos dólares americanos, que tienen dolores de cabezas por tanta transculturación.

Cuando cese la pandemia y todos regresen a clases, nadie sabrá qué es la transculturación.

Cuando cese la pandemia y todos regresen a clases, no habrá fe, no habrá alegría y no habrá aleluya en los colegios venezolanos, porque el gobernante que se educó de lo malo, no puede enseñar lo bueno, y el esclavo que come del error del gobernante, no puede libertarse para comer el fruto de la dignidad.

Dicen que no se pueden cambiar, las cosas que no se pueden cambiar, y aunque resulta muy simple escribirlo, es tan cierto que no quisiera volver a escribirlo.

Si después de la pandemia, la vida escolar de Venezuela seguirá siendo la misma mediocre vida escolar que yacía antes de la pandemia global, entonces yo me pregunto:

¿Para qué perder el tiempo regresando a las mediocres aulas venezolanas?

¿Para qué fingir que estamos progresando en la educación, si todos sabemos que cuando la arruga de la vejez toque el último timbre del colegio, todos seremos sucios trapos manoteados por la malicia de otro envidioso viejo senil?

¿Para qué seguir engañándonos asistiendo a clases de mentiras y de charlatanes?

Yo lanzo la piedra y el prójimo la recoge, así que es usted quien debe ensuciarse las manos, para responder las preguntas que me ensuciaron el discernimiento.

Mi querido viejito filósofo, no pensé que el fin era tan doloroso, aunque tal vez tuviste mala suerte en la vida, porque hay gordinflones que vivieron sus vidas en excesos y más excesos, pero después de cincuenta años de gulas y groserías, esos gordinflones están más saludables y más rozagantes que un molido viejo filósofo, quien tal vez solo tuvo mala suerte en la vida vivida, y yo sigo sin entender el motivo por el cual, los hijos del Diablo que jamás practicaron el altruismo, viven mejor que los hijos de Dios que pasaron la vida en el altruismo.

Tal vez el viejito filósofo no es tan bueno como yo creo, tal vez tiene un pasado oculto que ahora le está pasando factura en la vida, tal vez si él está muriendo como animal, es porque trató como animal a otro hermano del camino.

Yo escuché decir a un obispo merideño en la Iglesia de la Virgen del Perpetuo Socorro, que la vida era como un restaurante, porque nadie se iba sin pagar la cuenta, aunque yo no confirmo ese razonamiento, también se me ocurre decir que la vida es como un salón de clases, porque nadie se va sin pasar al pizarrón.

Tal vez te equivoques calculando el mínimo común múltiplo, tal vez te equivoques encontrando la sílaba tónica de la palabra, tal vez te equivoques ubicando la geografía del estado Apure en el mapa, y tal vez te equivoques escribiendo casa en inglés, pero quieras o no, y al menos una vez en tu vida escolar, tendrás que vencer el miedo y tendrás que pasar al frente del pizarrón de clases, sabiendo que si te equivocas, estarás a punto de obtener un trauma gramatical que dolerá en el futuro lleno de sucios cigarrillos, y sabiendo que si aciertas, estarás a punto de obtener una gran satisfacción personal, que armonizará el futuro de tu hogar dulce hogar.

Hay formas de escapar del restaurante sin pagar la cuenta, porque podemos escondernos un rato en el baño, podemos distraer a los mesoneros con payasadas, podemos molestarnos y fingir que habían tres cucarachas nadando en la sopa fría, podemos causar terrorismo con una supuesta bomba a punto de estallar en la cocina, y como decimos coloquialmente los venezolanos, también podemos arrodillarnos y salir del restaurante "por debajo de la mesa".

Pero dentro del salón de clases no podemos evadir al pizarrón de la clase, porque dijeron tu nombre y dijiste presente, porque te vieron sano y con tus tres dedos de frente, y porque tu inocencia de joven es tan bonita, que acatará la orden del profesor, y aunque no tengas la respuesta en tus manos, pues tus nerviosas manos tomarán la tiza o el marcador de la clase, y estoy seguro que en ese momento, la vida personalmente te aleccionará para que en un futuro seas un burro fumador empedernido, o para que seas el papá más chévere de la Tierra.

Somos las consecuencias de nuestras vidas pasadas, por lo que si nos humillaron, humillaremos, si nos amaron, amaremos, si nos asesinaron, asesinaremos.

Yo soy asesino y de los buenos, siempre mato a sangre fría, soy amigo de Caín.

La verdad, yo no sé si al viejito filósofo lo humillaron, lo amaron o lo asesinaron espiritualmente, pero lo que sí puedo asegurar, es que yo tuve el privilegio de ver el último suspiro de vida mundana, que suspiró como un dulce suspiro en la vida del viejo filósofo.

La anécdota que hoy comparto fue a mediados del año 2016, cuando yo estaba abriendo la puerta de mi casa ubicada en la parroquia El Sagrario del estado Mérida, y sentí muy cerca de mi espalda una gran ráfaga de viento, que me envolvía, que me sacudía y que olía a vida.

Mis hermanos, esa ráfaga de vida cuyo hechizo duró menos de cinco segundos, fue el soplo de vida del viejito filósofo, quien sosteniendo con su mano derecha una bolsa llenita de pan, me dijo textualmente "¿Cómo está Señor Carlos?

Recuerdo que se me cayeron las llaves de la casa, me di vuelta, lo miré y no le dije nada, porque pasó frente a mis ojos como si fuera un torbellino de vida, y de hecho, yo creo que él tampoco esperaba ninguna respuesta de mi parte, solo me preguntó cómo estaba por cortesía, y sin dejar de sorprenderme, yo observé al viejito filósofo caminar rápido y con firmeza, subir el escalón de la acera con piernas de guerrero, abrir la puerta de su casa, entrar con su bolsa llenita de pan, y me demostraba que el genuino deseo de vivir se regenera día tras día, y que la edad humana no es un impedimento, para seguir sintiendo ese necio deseo de querer comerse al Mundo, ya sea con pan canilla, con café con leche, con atol recién servido, o con un prefabricado saludo matutino que se dice por decir.

Todavía yo recuerdo que cuando recogí las llaves y entré a mi casa, tuve que sentarme un momento y exclamé textualmente: "¡WOW! Mírame al viejito, qué bien se ve".

La verdad, yo creo que el viejito filósofo derrochaba más energía de vida que yo, porque caminaba más rápido que yo, en su bolsa habían más panes que en mi bolsa, saludaba con más alegría que yo, mostraba mejor semblante que yo, y demostraba un enamoramiento terrenal, que yo jamás había sentido en la Tierra.

Ese momento fue el último suspiro de bienaventurada vida del viejito filósofo, por eso dije que yo tuve el privilegio de ver los últimos destellos de victoria, en los pasionales y brillantes ojos de un viejito filósofo lleno de vida.

Semanas más tarde, el viejito filósofo se enfermó, se aisló del Mundo, se jodió.

¡Qué impredecible es la vida!

Yo sé que nacer, crecer y morir es la ley de la vida, y aunque la ciencia algún día logre retrasar la muerte humana, más temprano que tarde, el hombre morirá, porque la vida no fue creada para vivir eternamente, y si algún día logramos vivir eternamente, el mismo hombre se desesperará y se quitará la vida, porque como dije, la vida tiene fecha de natalidad y también tiene fecha de mortalidad.

La presente historia relatada y basada en experiencias reales de la vida, jamás te la contarán en los salones de clases venezolanos, y si te la llegan a contar, los estudiantes estarán dormidos, no prestarán ni atención ni oído al tambor, porque los chamos estarán jugando con las aplicaciones de sus teléfonos celulares, o los jóvenes estarán acosando sexualmente en las redes sociales, o los alumnos estarán fornicando las puntas de los lápices sin saber qué es la fornicación.

El joven está muy joven para escuchar al viejo filósofo, y el viejo filósofo está muy viejo para educar al joven. El joven se aburre, el viejo se muere.

Yo no estoy aburrido y yo no estoy muriéndome, por eso digo lo que digo.

Me parece absurdo que después de la pandemia, los jóvenes regresen a clases en los colegios venezolanos, para seguir desinformándose con contenidos educativos tontos y rebuscados, alejados de la realidad existencial de las calles venezolanas, y ajenos a los dolores que ellos sufrirán cuando sean viles viejos verdes.

Hermanos, yo no quiero ser el viejito filósofo, yo no quiero ser el gordinflón analfabeto, yo no quiero ser Einstein, yo solo quiero ser.

Por querer ser, digo lo que pienso y escribo lo que siento, y aunque sinceramente seguiré siendo el mismo ser de siempre cuando deje de profetizar, pues me alegra haber aprendido a cavar el hoyo de mi propia tumba existencial.

Para finales del mes de enero del año 2021, el viejito filósofo sigue vivo, aunque lo mejor que le podría pasar es morir a la brevedad, porque yo no quiero seguir escuchando sus lamentos, que reflejan mi propio infame futuro por vivir.

Cuando la educación no alcanza para vivir en Venezuela, entonces la educación tampoco alcanza para morir con dignidad en Venezuela, porque yo sé que el viejito filósofo sabe que ya no hay filosofía que justifique seguir vivo en la vida, pero por miedo a morir sin urna, sin velorio, sin entierro y sin cementerio, pues el viejito filósofo seguirá soportando su insoportable enfermedad, y no se atreverá a cerrar sus ojos sin saber cuál será su próximo destino espiritual.

Yo oré por ti, yo lloré por ti, y hasta escribí un artículo en honor a ti.

Gracias a todos por leer mi artículo, bendiciones.

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