Covid-19, la pandemia que dignificó a las familias venezolanas
Por: Carlos Ruperto Fermín
Domingo, 25/04/2021 08:30 AM
Cualquier venezolano que siga viviendo en nuestra querida Venezuela, y cualquier venezolano que pueda leer mis palabras en el año 2021, sin lugar a dudas es un guerrero revolucionario que venció a la muerte y abrazó a la vida.
Cuando recuerdo toda la enfermedad sufrida en el año 2020, y cuando me doy cuenta que yo sigo vivo, que yo sigo sano y que yo sigo luchando con el santo clamor de mi prosa, pues solo puedo dar gracias a Jehová de los ejércitos, por haberme cuidado durante meses llenos de miedo, de encierro, de tragedia.
La palabra Dignificar significa ennoblecer, redimir, corregir o rehabilitar a una cosa indigna, a una persona indigna, a una familia indigna.
Yo viajé rumbo a Mérida el 7 de marzo del año 2020, para celebrar mi cumpleaños el 13 de marzo en la casa de mi abuela, pero debido a las restricciones sociales impuestas por el gobierno venezolano para frenar el contagio por Covid-19, no fue posible regresar el 18 de marzo a la ciudad de Maracaibo en el estado Zulia, por lo que las pandémicas circunstancias del destino, me obligaron a quedarme preso en cuatro frías paredes merideñas.
Debo reconocer que yo me había peleado álgidamente con mi familia antes de viajar a Mérida en marzo del 2020. Yo estaba muy molesto con mis padres y con mis hermanos porque ellos me habían traicionado, y cuando llegué a Mérida no quise comunicarme con ningún miembro de mi familia, ya que estaba enojado.
Aparte de estar muy molesto con mi familia, yo no pude recargar los datos móviles de mi teléfono antes que empezara la cuarentena social venezolana por Covid-19, por lo que después del 13 de marzo del pasado año 2020, yo estaba sobreviviendo en Mérida sin teléfono para comunicarme con nadie, encerrado en una casa que me recordaba mis fracasos, y yo seguía estando muy dolido con mis familiares, quienes pensaban que por mi rebeldía yo no deseaba comunicarme con ellos, ya que me llegaban sus mensajes de textos por WhatsApp, pero aunque yo deseaba responderles y perdonar todo, no podía hacerlo pues me había quedado sin saldo telefónico ni para llamar ni para vivir.
Tanta soledad, tanta preocupación, tanta desgracia.
Si no hubiera sido por la oración sincera a Dios, yo me hubiera suicidado en marzo del año 2020, porque los artistas somos seres universalmente libres, no nacimos para encarcelar nuestras vidas con tapabocas, no nacimos para rascarnos los ombligos mirando el techo del cuarto, no nacimos para ver la vida pasar y marcharse muy lejos de aquellos ojos, que lloraban por tanta amargura.
Los primeros días de la cuarentena social venezolana por Covid-19, fueron inéditos días llenos de drásticos y dolorosos cambios para las vidas de los venezolanos, y aunque todos pensábamos que la pandemia china muy pronto terminaría de comerse su arroz chino, pues muy pronto todos los venezolanos comprendimos que la pandemia global, terminaría siendo una maldición que cerraría las bocas del pueblo, que enmudecería las calles, que cerraría las puertas de las iglesias, y que nos obligaría a vivir presos como ladrones en jaulas.
Dicen que en Venezuela hay muchas casas, pero hay pocos hogares, porque después que Covid-19 destruyó la vida social de los venezolanos, millones de compatriotas tuvieron que reconocer que no habían aprendido a convivir con sus seres queridos, porque no había comunicación, no había apoyo familiar, no había empatía entre padres e hijos, y aunque en el pasado, todo el problema se maquillaba ocupando el tiempo en el colegio, en la oficina y en las calles, pues por culpa de Covid-19, todos los encarcelados venezolanos tuvimos que tirar la piedra dentro de la casa, y tuvimos que recoger la misma piedra dentro de casa.
La verdad, yo me sentía tan triste durante el mes de marzo del 2020, que ni siquiera se me ocurrió lanzar las piedras de mi casa, por lo que antes de convertir a mi propia sombra en mi mejor amigo y en mi peor enemigo, yo sabía que necesitaba recordar la simiente de mi vida, mi identidad espiritual, el camino de mi libertad, porque yo estaba atrapado en un pandémico laberinto de sal, que desgraciadamente terminó salando y apagando la luz de mi sanidad.
Cuando yo me atreví a usar el tablero Ouija en abril del año 2020, yo sabía que había tocado fondo en mi vida, y aunque pudiera culpar a Covid-19 por mi mala decisión espiritual, yo debo reconocer que jugar la Ouija no solo fue la consecuencia de la desquiciante cuarentena social venezolana, pues yo creo que también fue el resultado de sentirme tan solo y tan encerrado en mi propia casa, ya que me sentía tan abandonado, tan miserable y tan incomunicado, que yo deseaba conversar y pasar tiempo con alguien, no me importaba si ese alguien era un fantasma del más allá, un ángel del cielo o un demonio del infierno, yo me sentía desesperado por hablar con alguien y por ser escuchado.
Yo encontré el tablero Ouija oculto detrás de unos libros de contaduría, que se encontraban en la repisa de un cuarto de la casa de mi abuela. Tal vez un primo difunto o un tío había comprado ese tablero y lo había guardado y ocultado entre los libros de la repisa, porque yo estoy seguro que mi abuela jamás hubiera permitido que ese tablero estuviera en su casa, ya que ella era muy cristiana.
Jugar con el tablero Ouija durante la cuarentena social venezolana en abril del 2020, fue la peor decisión que yo he tomado en mi vida, y aunque yo recordaba que la Biblia decía que los muertos nada saben, pues yo también me sentía muy ansioso, muy loco y muy intranquilo por culpa de Covid-19, y aunque Napoleón Bonaparte lleva décadas muerto y enterrado bajo tierra, yo debo confesar que conversé con alguien llamado Napoleón Bonaparte, mientras jugaba de madrugada con el tablero Ouija en el comedor de mi casa en el estado Mérida.
Yo no había comido pan francés antes de jugar con la Ouija, y mis pensamientos jamás recordaron las revoluciones europeas, pero inexplicablemente mis dedos se movían como obedientes soldados en guerra, y mis manos abrieron el trance.
Si mi vida era un desastre emocional por culpa de Covid-19, mi vida también se había convertido en una sentencia de muerte tras jugar con el tablero Ouija, porque había perdido la paz, había perdido a mi familia, había perdido hasta mi tapaboca, y la culpa me estaba haciendo sentir asfixiado y desconsolado.
Tras manipular el tablero Ouija en el comedor, yo sentía que un señor llamado Napoleón Bonaparte había entrado a mi casa, él quería asesinarme, veía su sombra subiendo y bajando por la escalera, a veces me gritaba duro al oído, yo no podía salir de mi casa, no podía ir a misa, no podía ir a un parque, no podía comprar un helado en la plaza, lo único que yo podía hacer era encerrarme en mi cuarto sin dormir, porque a veces aparecía el rostro de Napoleón por la ventana, y me daba miedo que él forzara la puerta y entrara a mi cuarto para asesinarme.
La verdad, yo estaba muerto en vida. No dormía, no comía, no bebía, estaba enfermo por tanta paranoia, y mientras el señor Bonaparte me perseguía dentro de mi propia casa, por la calle transitaba una y otra vez el ruidoso camión de los bomberos, quienes usaban el sonido de un fuerte megáfono, para obligar a que la gente no saliera de casa debido a la terrible pandemia de Covid-19, por lo que yo me sentía preso en el fuego de mis lamentos, sin escapatoria, sin escapulario, y quemándome vivo como si estuviera agonizando en el peor infierno merideño.
Mi infierno llegó a su fin, cuando me tomé ocho pastillas vencidas de acetaminofén, que estaban guardadas dentro de un viejo frasco en el cuarto de mi difunta abuela. Yo ingerí las pastillas y caí rendido en el suelo.
Mientras dormía, el Señor Napoleón se me apareció en un horrible sueño, él dijo que iba a darme 100 dólares si usaba un cuchillo para extraer un poquito de sangre de mi piel, él insistía en cortar mi mano izquierda, solo era un poquito de sangre la que debía extraer con el cuchillo, y a cambio él me daría 100 dólares.
Napoleón se sonreía, me mostraba los billetes, y él hacía el ademán de la guillotina, lo cual era una escena escalofriante que se repetía en mi cerebro.
Fue un sueño tan real, que todavía lo recuerdo. Napoleón estaba envuelto en un halo de humo, su sonrisa era muy maquiavélica, no había pestañeo en sus rojizos ojos, y Napoleón insistió una y otra vez durante el extraño sueño, para que yo me cortara la piel con el cuchillo, pero desperté antes de cortarme.
Cuando desperté del sueño a las tres de la madrugada, yo tenía un poquito de sangre en mis manos. Yo estaba acostado encima de muchos vidrios rotos. Me percaté que yo rompí el vidrio de la ventana del cuarto de mi abuela, supongo que yo estaba muy desesperado, buscando escapar del ataque de Napoleón, y aunque gracias a Dios la herida fue muy leve y logré curarme, yo sabía que si no buscaba realmente la ayuda de Dios, pues estaba a punto de cometer suicidio.
Estando cansado y abatido por tantos tormentos que atormentaban a mi cabeza, yo recordé que siempre había encontrado paz rezándole a Dios, pidiéndole sinceramente que me ayudara a no volverme loco por tantos trastornos mentales, que me ayudara a no desesperarme por no tener nada que comer, que me ayudara a no perder el control emocional, que me ayudara a seguir vivo, aunque yo no tuviera fuerzas para seguir vivo en un Mundo que me cansa y que me fatiga.
No poder comulgar por culpa de Covid-19 fue mi gran problema espiritual, y creo que yo me estaba volviendo loco por tanta angustia y por tanta soledad dentro de mi casa, porque no podía recibir el cuerpo y la sangre de Cristo, ya que la hostia siempre me hacía sentir purificado, renovado en la vida, como decimos los venezolanos era un “borrón y cuenta nueva”, pero por culpa de la pandemia no podía reconciliarme con Jesús, lo cual estaba acrecentando mi malestar espiritual, ya que me sentía sucio, muy indigno y lleno de inmundicia.
Muy en el fondo de mi atormentada alma, yo sabía que la comunión con Dios era un acto totalmente íntimo entre el creyente y su Señor, yo sabía que mi casa podía ser la mejor iglesia cristiana de Jesús, y yo sabía que con beber un simple trago de agua mineral, podía sentir el poder sanador del agua viva en mi cuerpo.
Pero sin darme cuenta, yo me había convertido en un esclavo de las iglesias cristianas venezolanas, que nos hacen creer que solo en sus templos capitalistamente santificados, es posible reconciliarse con Dios mediante los sacramentos que ofrecen sacerdotes y pastores, por lo que Covid-19 fue un gran impedimento para expiar mis pecados, ya que todas las iglesias estaban cerradas.
Yo tuve que caer de rodillas en el comedor de mi casa, donde yo había jugado con el tablero Ouija, y llorando mucho en el suelo, le pedí perdón a Dios por haberme contaminado espiritualmente invocando la presencia de gente malvada, y aunque yo deseaba cerrar los ojos y sentirme realmente en comunión con Dios, al mismo tiempo, me daba miedo que Napoleón me matara mientras oraba.
Yo logré orar con los ojos cerrados por pura fe en Dios, y mientras rezaba le pedí a Jesús que me protegiera de mis demonios mentales, que me ayudara a salir ileso de mis tormentos, y que me perdonara por haber jugado con la Ouija.
Mantener los ojos cerrados mientras rezaba de rodillas en aquella fría y nerviosa madrugada, fue el desafío espiritual más difícil que yo he confrontado en mi vida, porque me sentía tentado a abrir los ojos para ver si Napoleón me estaba hostigando por la espalda para clavarme el cuchillo, porque yo rechacé su dinero y tal vez por venganza, él intentaría asesinarme mientras yo le oraba a Dios.
Pero gracias a Dios, pude mantenerme orando con los ojos cerrados, y mientras yo más rezaba de rodillas, más seguridad sentía de que la presencia de Dios me estaba protegiendo en el comedor de mi casa, por lo que poco a poco el miedo se fue desvaneciendo, mientras más le rezaba a Jesucristo, más claridad mental sentía en mi mente, y cuando terminé de orar y abrí mis ojos, me percaté que Napoleón había desaparecido, que nunca existió, que toda mi locura fue producto de tanta soledad y de tanta sugestión mental, pero gracias a Dios, cuando me levanté del suelo yo había recuperado la fe y el buen discernimiento.
Dios jamás rechaza una oración sincera, y aunque no hay una persona más basura en Venezuela que yo, pues Dios también recicla la basura e intercede ante la oración sincera de un pecador arrepentido, y solo Dios sabe que si yo continuaba consumiendo los medicamentos vencidos de mi abuela, pues yo terminaría convulsionando y vomitando hasta el veneno de mi alma, como una bestia herida en una solitaria casa, sin amigos, sin familia, sin nada que perder.
Covid-19 me ayudó a reconciliarme con la verdadera fe cristiana, una fe que no necesita sotanas, que no necesita homilías prepagadas, que no necesita mentiras.
La verdadera fe cristiana se siente cuando nos sentimos indefensos y perdidos en la vida, porque en ese momento podemos sentir la gran misericordia y compasión de Jesucristo, quien nos llena de luz, nos llena de calma, nos llena de esperanza, la adversidad se convierte en oportunidad de salvación, el miedo se transforma en libertad, el rencor se convierte en amor, la soledad se acobarda por tanta soledad, y en ese instante llega la eterna compañía de Cristo Jesús.
Tras haber superado espiritualmente la locura del tablero Ouija, yo recibí una revelación divina de Dios Padre, quien me dijo que usara mis talentos artísticos para honrar a su hijo unigénito, para ayudar al prójimo venezolano, y para expandir su santísima Palabra en los pandémicos tiempos que estamos viviendo.
Así como el rey David compuso hermosísimos salmos que siguen embelleciendo a la Biblia, y aunque muchos salmos de David expresan su arrepentimiento sincero, después de haber desobedecido a la ley de Jehová, pues yo también me considero un sucio pecador que desobedecí a Dios usando la hechicería, por lo que tras haber sido perdonado por Jesús, yo decidí componerle dos temas musicales, que reflejan mi amor por mi salvador Cristo.
Hoy 25 de abril del año 2021, yo Carlos Ruperto Fermín, voy a presentarle a la comunidad lectora, las dos canciones cristianas que yo compuse durante el mes de abril del año 2020, y le doy las gracias a Dios porque me dio la voz de su Santo Espíritu, para escribir las letras, para componer las melodías, y para cantarle a Dios tanto en idioma español como en idioma inglés.
A continuación, yo incluyo la información necesaria para que reproduzcan mis dos canciones, y con el favor de Dios, serán de beneficio espiritual en sus vidas.
Título de la Canción: Jesucristo Perdón
Letra y Música: Carlos Ruperto Fermín
Año de Grabación: 2020
País: Venezuela
Link de Youtube: https://youtu.be/wLDEjJWQMpk
Blog Oficial: https://musicacristianalaica.blogspot.com/
Facebook: https://www.facebook.com/diosaquiconmigo
Derecho de Autor: Ver certificado
Título de la Canción: Jesus Christ Eyes
Letra y Música: Carlos Ruperto Fermín
Año de Grabación: 2020
País: Venezuela
Link de Youtube: https://youtu.be/C_DZ-HXHnkg
Blog oficial: https://mynewchristianmusic.blogspot.com/
Facebook: https://www.facebook.com/diosaquiconmigo
Derecho de Autor: Ver certificado
Muchas gracias a Dios por haberme permitido componer y grabar dos temas musicales cristianos, que son dedicados a todas las personas venezolanas y extranjeras, que han perdido a sus seres queridos por culpa de Covid-19.
Dios me proveyó la tecnología para grabar las dos canciones, Dios me proveyó el intelecto para escribir las letras, Dios me proveyó el alimento celestial para defenderme en tiempo de crisis, y hoy Dios me proveyó la sabiduría para compartir mis dos temas musicales, con todos los hermanos que aman a Jesús.
Covid-19 siempre será una mortífera desgracia, pero también fue una oportunidad de expresión artística, para quienes seguimos vivos en la Tierra.
Yo perdoné a mi familia, y mi familia me perdonó a mí. Todos los venezolanos ahora somos más sensibles ante la tragedia social propagada por Covid-19, y no hay duda que las desgracias de la vida, reconcilian a las familias desunidas.
Covid-19 dignificó a las familias venezolanas, las ennobleció, las rehabilitó, las encarriló como ovejas perdidas que se encarrilan y regresan al santo redil.
La cuarentena social venezolana nos hizo más empáticos, nos ayudó a rescatar la unión familiar, nos ayudó a practicar la tolerancia entre compatriotas venezolanos, nos ayudó a tener un estilo de vida más higiénico y más saludable, y nos ayudó a valorar más el milagro de un nuevo día en el planeta Tierra.
En lo personal, Covid-19 me unió más a Dios, me hizo más fuerte espiritualmente, y me ayudó a ser más agradecido por la gracia divina del Señor.
Cantarle a Dios es una pasión que yo siento en cada latido de mi corazón.
Espero que todos mis hermanos venezolanos, encuentren consuelo en las palabras de vida que hoy comparto, sabiendo que todos mis relatos se basan en experiencias personales de la vida, y sabiendo que la luz del sol es para todos.
Agradezco a usted por leer mi artículo.