Hoy es uno de esos días que la memoria descorre la cortina de los recuerdos y le abre las ventanas a los heraldos de la tristeza, por esta razón, y para no sucumbir ante mi propia nostalgia, decidí hacer un paso rasante por la vida revolucionaria de un hombre que con su nobleza, valentía y humildad se burló de la tortura y defraudó la muerte: David Nieves. Para ti son estos versos escritos con el corazón en aquel febrero rebelde que tantos cantos de gloria nos ha regalado.
Temprano, te diría que demasiado temprano, llegaron persistiendo en el desvelo tus definiciones libertarias. Temprano llegó la irremediable poesía del encierro y no pudo obscurecer tu corazón de soles resplandecientes ni tu conciencia revolucionaria, mucho menos ocultarte en las cenizas de la tortura y de la muerte, hábitos de los atormentadores de tu carne imperturbable, de tu eterna sonrisa en los abrazos de Enriqueta consagrada en vinos de ausencias deltanas allá en Guasina, donde se perdieron los sueños de un país ahorcado en la guillotina fascista de su historia de fugitivos, de pequeños seres cercenados en teorías inconclusas, fantasmas agigantados en el ocio y las traiciones atrincheradas en un cronicario de lamentos. Así continuaron los caminos y siguió pasando el tiempo. Un día te capturaron y te enfrentaste, David, contra el Goliat del tormento arando estrellas en la oscuridad de las noches de suplicios, simulando fusilamientos en el comienzo de un interrogatorio sin final, oyendo el grito de macabras voces entretenidas con las rancheras del México insurgente. Acostado en un viejo jergón brilló la chispa en el metal mojado para electrizar tu cuerpo inerte. En el intestino, en los testículos y los oídos entre carcajadas siniestras los psicópatas afinaron el pulso en el morbo del dolor para quemar tu carne con cigarros encendidos de odio. “porki”, “cabezón Cermeño”, repugnantes reptiles asustados junto a López Sisco, sin remordimientos. Pero no pudieron doblegar tus convicciones, eres el vencedor de la tortura y de la muerte. Sólo te quedan los recuerdos como brumas pasajeras, por eso no hay soledad en tu alma no vencida. No hay nada distinto entre aquellos suplicios y el ahora. Has construido el verso de los infinitos y te has cantado a ti mismo como Whitman: “la prueba de lo que soy la llevo yo en mi rostro”. Leemos en tu rostro, en tu diáfana mirada las vivencias que has escrito con tu vida de ejemplos necesarios para los hombres de hoy, para los caminantes de siempre. Caminos que desandaron aquellos compañeros que habitan en tu bíblica memoria que no los deja escapar porque se hicieron dueños y amos de la ternura: Argimiro, Aquino, William, la virgen Roja, Fabricio, Víctor. Motilón contemplando desde nubes liberadas los balazos que las bestias dejaron en su cuerpo. Jorge con su mirada de niño campesino sentado sobre las fracturas de sus huesos, de sus riñones desprendidos, de sus pálidas manos sosteniendo las rosas que eternizan los sentidos y develan la crueldad de los verdugos que coquetean cada instante con el asesinato de inocentes. Lovera, flotando en las brumas del mar que no se hicieron cómplices del pico que le colgaron de su cuello. Fabricio y el viejo Carmelo Laborit escondido en su barba de milenios vividos. Todos habitan en tu propia historia, esa historia que escriben los valientes. Tu herencia, David, es ese libro que escribiste con empeños de moral, con el silencio frente al enemigo que no logró desentrañar los misterios que guardas en tu corazón de soles resplandecientes, en tus definiciones libertarias, en tu conciencia revolucionaria. Por eso, hermano planetario, leeremos ese libro que nos pertenece.