"El viento soltaba sus jaurías, que pasaban rápidas, con un clamoreo de selvas y torrentes. Las tronadas distantes empujaban hacia aquellas cumbres el rodar de sus cien mil esferas de bronce".
—La historia presente es la viva y la desdeñada por los desenterradores tradicionalistas, desdeñada hasta tal punto de ceguera que hay hombre de Estado que se quema las cejas en averiguar lo que hicieron y dijeron en tiempos pasados los que vivían en el ruido, y pone cuantos medios se le alcanzan para que no llegue a la historia viva del presente el rumor de los silenciosos que viven debajo de ella, la voz de hombres de carne y hueso, de hombres vivos.
Hay que ir a la tradición eterna, madre del ideal, que no es otra cosa que ella misma reflejada en el futuro. Y la tradición eterna es tradición universal, cosmopolitita. Es combatir contra ella, es querer destruir la humanidad en nosotros mismos, es ir a la muerte, empeñarnos en distinguirnos de los demás, en evitar o retardar nuestra absorción en el espíritu general, que desentierran de nuestro pasado de aventuras, y que "han sido verdaderos en nuestro daño, los vuelva nuestra muerte con ayuda del cielo en provecho nuestro".
El estudio de la propia histórica, que debía ser un implacable examen de conciencia, se toma, por desgracia, como fuente de apologías y apologías de vergüenzas, y de excusas, y de disculpaciones y componendas con la conciencia, como medio de defensa contra la penitencia regeneradora. Apena leer trabajos de historia en que se llama glorias a nuestras mayores vergüenzas, a las glorias de que purgamos; en que se hace jactancia de nuestros pecados pasados; en que se trata de disculpar nuestras atrocidades innegables con las de otros. Mientras no sea la historia una confesión de un examen de conciencia no servirá para despojarnos del pueblo viejo, y no habrá salvación para nosotros.
La Humanidad es la casta eterna, sustancia de las castas históricas que se hacen y deshacen como las olas del mar; sólo lo humano es eternamente. Más para hallar lo humano eterno hay que romper temporal y ver cómo se hacen y deshacen las castas, cómo se ha hecho la nuestra, y qué indicios nos da de su porvenir su presente.
A partir de comunidad de intereses y de presión de mil agentes exteriores a ellas y que las unen, caminan las voluntades humanas, unidas en pueblo, al contrato social inmanente, pacto hondamente libre, esto es, aceptado con la verdadera libertad, la que nace de la comprensión viva de lo necesario, con la libertad que da el hacer de las leyes de las cosas leyes de nuestra mente, con la que nos acerca a una como omnipotencia humana. Porque si en fuerza de compenetración con la realidad llegáramos a querer siempre lo que fuera, sería siempre lo que quisiéramos. He aquí la raíz de la resignación viva, no de la muerte, de la que lleva a la acción fecunda de trabajar en la adaptación mutua de nosotros y el mundo, a conocerlo para hacerlo nuestro haciéndonos suyo, a que podamos cuanto queramos cuando sólo podamos querer lo que podamos llevar a cabo.
Hasta llegar a este término de libertad, del que aún, no valen ilusiones, estamos lejos, la Historia va haciendo a los pueblos, la Historia, que es algo del hado. Les hace un ideal dominando diferencias, y ese ideal se refleja sobre todo en una lengua con la literatura que engendra.
¡La Lucha sigue!