El panteón está hecho para que a él llegue gente que se lo merece, pero que eso tenga reconocimiento colectivo. No porque un grupo, su grupo lo cree hecho para eso. Entonces, ese honor hay que ganarlo, con una obra que no merezca dudas, por lo menos a la mayoría de la gente. Que trascendía más alla de los deseos y aspiraciones de un pequeño universo, una clase o tendencia política. Porque el panteín tiene algo de la síntesis del amor y entrusiasmo nacional. Claro eso tampoco debe hacerse como cuando la publicidad instala en la multitud una idea falsa e inconsistente. Que gran parte y, bastante, de la gente con conocimiento y sensatez ese honor reconozca y acepte. Y hay distintas formas y motivos para acceder a él. Creo pues, que al panteón debe ir todo aquel que lo merezca, por haber dejado una obra en beneficio público que, de alguna manera deje satisfecha a la comunidad, para la que ese panteón es como el gran salón de festejos, el museo, el altar y sentimientos íntimos del alma colectiva. Es decir, yo no puedo pedir el panteón nacional para mi papá.
Pero también, "hay que darle tiempo al tiempo", como para que la razón se sobreponga a los sentimientos, tanto como para que los proponentes y la comunidad toda, juzguen con sensatez, equilibrio y justicia. Hay que esperar, darle tiempo a la gente, al colectivo, para que entienda y admita el valor del homenajeado.
Una vez, hablando con un amigo, le pregunté, ¿los franceses alguna vez se decidirán llevar a Jean Paul Sartre al panteón nacional de Francia?
Él, pensó un rato y luego me dijo:
"Es posible. Ellos tienen el panteón de los héroes de la patria y tienen otro que creo llaman el de los notables."
"En este", continuó, "van personas como Sartre, Víctor Hugo o Edith Piaf. Es decir, se trata de un espacio donde no antecede el juicio político, aquel que en buena medida envuelve a lo que llaman héroes que pudiera dividir a la gente. Entonces el reconocimiento a Sartre, podría venir por su trabajo literario, ese que le hizo acreedor al premio Nobel, su obra filosófica y hasta dramática."
"De esa manera, los franceses más prácticos y previsivos que nosotros, resuelven asuntos como ese." Esto también lo dijo mi amigo.
No sé, como decimos los cumaneses, "a mí no me hagan caso", si los franceses tienen esos dos panteones, pero es, una buena opción, mejor que la de terminar teniendo varios, al gusto de cada quien, como que cada grupo político o de otra naturaleza tenga el suyo.
Pero en Venezuela, hay uno sólo y allí están los héroes de la patria como Bolívar, Páez y un buen número de los tantos que tuvimos, a la mejor hubo fallas y hasta gestos preferenciales, como que están unos y otros no, pero quienes están se lo merecen y sin duda, hay mucho que lo merece y no está. Esta el Mariscal de manera simbólica, pues sus restos siguen en Ecuador. Y luego llegaron, esos que, según la información de mi amigo, los franceses calificarían como los notables. De estos, que recuerde, son Teresa Carreño, Rómulo Gallegos y Andrés Eloy Blanco. Personajes estos tres que, aparte que bien eso merecen, están allí por sus valores artísticos y literarios; la primera, excelente pianista y compositora, una de los mejores del mundo en su tiempo y el segundo, novelista que sólo con Canta Claro y Doña Bárbara, lleno en buena medida la narrativa venezolana y, el tercero, un poeta de altura que tuvo la extraña virtud de ser leído, recitado y escuchada su poesía con atención y veneración y profundo afecto por el pueblo todo. Tanto que el fin de año, con las campanas que anuncian la entrada del nuevo, alrededor de la mesa venezolana se recita "Las uvas del tiempo".
Al referirme a Andrés Eloy y el encanto popular de su poesía, recuerdo que Aquiles Nazoa, puso como un valor importante, adicional, que un novelista de alto nivel literario entrase o mejor sonase en una rockola y se refería a Gabriel García Márquez y a uno de sus personajes de "Cien años de Soledad", Mauricio Babilonia, el de las mariposas amarillas, a quien cantó la música vallenata.
Si algún universo merece estar representado en el panteón, es el de los servidores públicos. Como policías, maestros, enfermeros, bomberos, médicos, etc. Es decir, ese universo debe tener allí una representación, una imagen y hasta muchas, pero una como tal. Lo que no contradice que sea un espacio para individualidades destacadas. Pero uno no puede escoger al primero que se le ocurra, con una visión parcializada, porque es de los de acá o de los cargaba en la cartera el carnet. No. Debe ser alguien que se ganó ese mérito que se puede demostrar con los números, informes bien y equilibradamente elaborados o por la simple percepción, observación de la gente, tanto que, si usted lo propone, por lo menos entre quienes de eso saben, y los personajes candidateables para el panteón aparte de estar muertos, siempre vivieron en el pasado, quienes los recuerdan o averiguan de quien se trata, no dudarían en aceptarlos.
Hagamos del conocimiento público su labor, con todos los medios disponibles para que el pueblo los juzgue. ¿Por qué no llevar al panteón un representante del atleta o deportista venezolano? Se puede escoger alguno que, por alguna particular circunstancia, represente a todos ellos y sea de la aceptación de la comunidad nacional. En ese campo tengo uno, pero no puede ser el mío. Nadie se incomodó cuando escogieron a Gallegos y Andrés Eloy, pese estar ellos vinculados a la actividad política. Hubo algo y algunos procedimientos que fueron valederos.
Entonces, en representación de ese universo de los servidores públicos, combatientes de todos los días por el bienestar de la gente, destaca Apascasio Mata.
Estoy hablando de un humilde policía, nativo de uno de esos pueblos mirandinos, que prestó sus servicios en la policía de Caracas en tiempos de Pérez Jiménez. Hacía diariamente, en las horas de la mañana, de director de tráfico, creo que en la esquina de sociedad o San Francisco.
Teniendo yo apenas 17 años, llegué a Caracas a estudiar 5to. año de bachillerato, un error que cometimos mi madre y yo, inducidos por recomendaciones de un amigo, quien pensaba que graduarse en Caracas era más ventajoso para poder acceder a la UCV. Digo que fue un error, porque pude conseguir cupo en el recién creado liceo Carlos Soublette, en la parte norte de San Bernardino, lo que significaba para mí un enorme esfuerzo llegar allí a las 6.30 a.m. y bajo un frío espantoso, sin desayuno y regresar a la casa donde estuve alojado, en Coche, Urbanización Carlos Delgado Chalbaud, por lo lejos y complicado del transporte, casi a tres de la tarde. Y también fue un error, porque los docentes que allí hallé, estaban muy por debajo del nivel de los que tuve en el Liceo Sucre de Cumaná.
Por tener que hacer diariamente ese recorrido, desde los sótanos del Silencio, donde llegaban los autobuses de Coche, hasta la Av. Urdaneta, ida y vuelta, vi centenares de veces a Apascasio Mata en sus labores.
Aquello era en gran medida un espectáculo. Era como un rey o mejor un príncipe, domador de fieras en el centro de la carpa del circo, un bello samaritano, un hermoso servidor púbico, todo eso era él. En ese espacio, todavía no habían puesto semáforo que ya había en otros. Allí el mando lo ejercía aquel humilde policía negro, que, como un mago, con su varita de virtud, detenía a los vehículos que venían en una dirección para que pasasen otros y cada cierto tiempo, perfectamente bien calculado por él, la gente. Pero por encima de todo, pese aquel su poder, que él con inteligencia y buena fe tenía en las manos, lo ejercía con generosidad al servicio de la gente.
Porque Apascasio, no era una máquina, un burócrata, un semáforo humano o un simple policía puesto allí "para que dirigiese el tráfico". ¡No! Él estaba allí, todos los días y casi todo el día, como un ser humano inteligente, bondadoso, excelente servidor público y en beneficio de la gente y no de los carros, aunque estos tuviesen placas oficiales.
Bastaba que uno, dos niños, estuviesen parados esperando para atravesar la calle, para que Apascasio detuviese los vehículos que correspondía, sin importarle su marca, modelo, volumen y menos placa, para que el director del tráfico le ordenase con energía se parase. Primero estaban aquellos niños, más si daban muestras que iban a la escuela. Y si a la esquina arribaba un anciano, dos ancianos, bastaba que Apascasio los mirase y el tráfico en todas direcciones detenía. Dejaba su espacio, su trono, aunque nunca se sentaba, se llegaba hasta donde aquellos esperaban, les tendía los brazos y les conducía de una esquina a la otra atravesando las dos calles. Les despedía con muestras de cariño y alegría y volvía a su puesto de trabajo. Sólo así, el tráfico se ponía en movimiento.
Ahora cuando hay como una moda, según la cual cada quien tiene su candidato al panteón, me atrevo, en justicia y equilibrio a proponer el mío. Al servidor público, en la figura de alguien que, desde un humilde trabajo, dejó sentada una cátedra del buen servir de amor por la gente. ¡Y miren que ese si sirvió de verdad a la gente!
El panteón no puede servir para hacerle reconocimiento a personas que sólo hayan llenado las expectativas, sueños, deseos de un grupo, de un pequeño