No sé quién va a persistir más, si el virus que se resiste a desaparecer y muta continuamente, se renueva con nuevas cepas para insistir tercamente en sus advertencias y lecciones o nuestra sordera para escucharlas y hacerle caso. Las advertencias que el covid 19 viene repitiendo con una insistencia indoblegable son bien claras: debemos cambiar el ritmo alocado de un progreso que está acabando con el planeta , que siembra destrucción y muerte por todos lados y mantiene a miles de millones de personas en una espantosa miseria. El covid 19 viene denunciando también la hipocresía de nuestras sociedades que ha puesto a los mejores científicos del mundo y ha invertido muchos miles de millones de dólares en combatirlo, y sin embargo no mueve ni un dedo para combatir todas las pandemias ocasionadas por los seres humanos y que ocasionan muchas más víctimas como son el hambre, la miseria, la corrupción, las dictaduras económicas y políticas, las guerras. Con sus gritos silenciosos y su resistencia a morir, los virus nos siguen advirtiendo que necesitamos un cambio profundo de conciencia, ver todo y a todos con ojos misericordiosos; que debemos convencernos de una vez de que o nos salvamos todos o a la larga no hay salvación para la humanidad; que es urgente que cambiemos el rumbo y empecemos a vernos como conciudadanos con idénticos derechos a una vida digna, lo que nos obliga a superar la mera retórica de los derechos humanos y de la naturaleza y convertirlos en hechos, en realidades. Debemos abrirnos a la fraternidad ecológica, a una vida más sencilla, austera e igualitaria, un mundo donde no nos dejemos aplastar por la ambición ni por el ansia enfermiza de tener y de dominar.
Al comienzo, cuando la humanidad se sentía sin conocimientos para combatir al virus y sufrimos aterrados su agresividad, se levantaron voces en todos los rincones del planeta para que asumiéramos esta pandemia como una oportunidad para cultivar la conciencia planetaria y la fraternidad universal. Todos habitamos el único planeta tierra, tan maltratado. Todos nos descubrimos vulnerables y comprendimos que, al cuidarnos, estamos cuidando a los demás; y si no lo hacemos nos convertimos en peligro y amenaza. La pandemia nos ha evidenciado que estamos ligados unos a otros, que nos necesitamos. Los virus no respetan fronteras, clases, culturas, razas, religiones, y nos ayudan a descubrir que todos somos igualmente humanos. Por ello, muchos pensaron que, después de este inesperado golpe, el mundo ya no sería igual y hasta imaginaban un cambio profundo en la mentalidad que nos llevaría a una mayor convivencia, a trabajar por un mundo más solidario y más justo, y a profundizar en el sentido de la vida. Por ello, se habló de que del virus saldríamos distintos, a una "nueva normalidad". Sin embargo, a medida que se generalizan las vacunas y se le va perdiendo el miedo al virus, ya no se habla de nueva normalidad, sino de vuelta a la normalidad tan anormal de antes, donde la economía no está al servicio de la vida, y estamos perdiendo la oportunidad de comprometernos en la construcción de un mundo más justo y fraternal.
Todavía estamos a tiempo de escuchar al virus y despertar de nuestra inconciencia. Para ello, es importante que nos sumemos a la invitación del Papa Francisco a firmar el pacto educativo global que recupere el sentido profundo de la educación para todos como medio esencial de construir una humanidad más justa y fraternal.