Armado de valor salí, a encarar los vendavales de cielos rotos...

Jueves, 26/08/2021 02:19 AM

Llueve en el campo como en nuestros corazones1. Llueve en los recuerdos y en la música letárgica de los pájaros; llueve en las grandes hojas secas del guamo negro en el que se acurrucan lirios y enredaderas de las parchitas; llueve en la infancia y en nuestros desvelados sueños de insomnes. Llueve en los caminos que van a la infinitud de las batallas dejadas de lado, en las hondonadas de lo aspirado, en las cumbres perdidas del poema que nunca logramos… y sobre los mismos charcales de la desesperanza, llueve.

DIARIO-AGOSTO-2021: Cuando retoco este artículo, van casi una veintena de muertes en el Valle del Mocotíes y en Quirorá (aldea de los Pueblos del Sur). Docenas de viviendas destrozadas, calles y avenidas anegadas de enormes peñascos y árboles. Todas las noches llueve, y en Mérida en cualquier lado hay una quebrada que ruge, un bramar de aguas, como si piedras estuvieran cayendo del cielo; gasas de neblinas por doquier, cortes de electricidad por derrumbes y torres o guayas que se desprenden, que se vienen abajo. Carreteras que han desparecido, ríos de carros y camiones llevados a empellones hacia los vertederos de la muerte. Tovar y Santa Cruz de Mora han quedado convertidos en un mar de escombros y por las redes corren fotografías de familias en otros tiempos sonrientes, cuyos paraderos se desconocen. Días de dolor y luto, y lo más impresionante fue ayer cuando nos enteramos por un video de la sepultura de la casa de Neptalí Mora (de la aldea La Coromoto), personaje infaltable de estos diarios: anegada, ahogada en medio de pantanos, con chorreras destrozando puertas, ventanas y techos. La casa de Neptalí es la muy conocida Mucuposada Las Hortensias, visitada por multitud de venezolanos y extranjeros, tantas veces elogiadas por su gran belleza, por poetas, escritores, periodistas, ecologistas y científicos. Esta parte de los andes llora, al tiempo que espera una ayuda desesperada de todos nosotros.

8-8-21: Ayer acomodamos algunas cosas en la camioneta, entre ellas, 33 ladrillos que le compramos a mi hijo Andrés. Acomodamos también un bidón con veinte litros de aceite quemado con lo que entre otras cositas le vamos a pagar a Manuel por atendernos a Solita. De una vez dejamos desplegado el plástico con el que cubriremos el resto de los macundales, porque hay un tiempo cargado de pedregales en el cielo.

Vamos al campo donde podemos conocernos un poco mejor a nosotros mismos, por el contacto con la tierra, con el tiempo, por los guiños de las nubes y de la luna que están amenazando seriamente la tierra. Se pueden avecinar vaguadas aterradoras, y habrá que prepararse. Por allá, sentiremos mejor las estaciones y estaremos pendientes de las fases de los astros y del esplendor de los silencios. Nuestras emociones habrán de ser más profundas y serenas, y la conciencia de la corta estancia en este mundo se aparejará con los ritmos y colores de los sueños.

En la ciudad, el horizonte está lleno de carros y de un plomizo desconsuelo, y por cielo la gente tiene una placa de concreto y por eso casi nunca lo mira. Los zarpazos de la muerte van llegando a destajo y a crédito en las cárceles de hormigón. Dios no puede revelársenos en la ciudad, no tiene cómo. ¿Cómo poder comunicarse con los dioses entre tantos desplantes y ausencias, quejumbres y estremecimientos de escombros?

Otra gran diferencia del campo con la ciudad, por lo menos a lo que se refiere a nosotros, es que allá en el campo nos hacen visitas. Tenemos por lo menos de tres a cuatro visitas diarias. En Mérida nunca suena el timbre, cada quien anda aterrado con el virus y con el bendito tapabocas tragándose su propia alma.

Domingo: Amanece lloviendo y todo está nublado. Y listos para la partida, a un lado de la puerta de nuestro apartamento están acumulados básicamente los alimentos y coroticos que llevaremos: linternas, una guadaña eléctrica recién reparada, cuerdas y machetes. Yo me he puesto en pie de guerra a la 5 de la mañana. Me preparo café y escribo un artículo sobre Eleazar López Contreras y contesto varios mensajes. Arregló también un material para la página Ensartaos.

En medio de la llovizna arreglamos los macundales en la camioneta, y a las 7:45 ya tenemos lista la "hallaca" en la tolva.

A las 8 estamos partiendo hacia la escuela "Ramón Ignacio Guerra" para ejercer el voto. Aprovechamos y nos llevamos a la vecina, la señora Lila y a su hijo Aarón, para que también voten. Nos encontramos con una penosa sorpresa: la escuela tiene a un gentío agolpado en la entrada y en los alrededores, y queríamos partir temprano. Pero bueno, ahí nos ponemos a hacer la cola con la suerte de que llega una miliciana y nos adelanta los trámites dado que vamos con doña Lila que tiene ochenta y dos años.

Todos estos movimientos en la camioneta nos estrujan el neuma por la gran escasez que hay de gasolina, que pareciera que cuando aceleramos exprimimos un poco nuestra propia sangre.

Ejercido el voto, dejamos a la señora Lila y a su hijo en su casa, y partimos hacia CC Milenio a recoger a Cileni quien se va con nosotros. En recogiendo a Cileni y en acomodando sus macundales en la tolva, enrumbamos hacia Ejido donde tenemos que recoger también a Ana y a su hija Mariángel.

Sigue nublada la ciudad, desolada, con poco tráfico; hay un estado asmático en las desoladas avenidas, un gris turbio con amenaza perenne de lluvia.

A las nueve vamos llegando al puesto de control de la Guardia Nacional en Las González.

A lo largo del camino, el cielo se mantiene toldado, con brillos y suspiros en lontananzas, a lo largo de toda la cadena montañosa que se pierde hacia los llanos de Barinas, hacia la represa de Caparo. Las lluvias han destrozado los caminos, la carretera presenta nuevas troneras, muchos derrumbes y desperdicios, peñascos, árboles atravesados y torrenteras desmadradas. No paramos de conversar durante todo el camino lo que hace que el camino se nos acorte, y vamos disfrutando de las certeras sentencias bíblicas de Ana acerca de algunos comentarios sobre la avaricia, la holgazanería, la codicia, la envidia y la usura de la gente. Le he preguntado a Ana si es evangélica y me contesta que es tan católica como el más humilde de los pobres que cree en Dios y en todos los santos.

Alguien menciona la palabra promontorio, quizá por lo que vemos en algunos derrumbes y me pregunto: ¿por qué el gran Cervantes habrá escogido el nombre Promontorio para el hijo que tuvo en Nápoles? Qué raro. Nos cuenta el señor Corsino, que por los lados de El Viento (aquí en Los Pueblos del Sur) nació un muchacho al que le pusieron por nombre El Aire, y que cuando llegaba a un lugar decía: "-Me llamo El Aire y de El Viento vengo".

En cinco horas de viaje, nos hemos encontrado con sólo dos carros.

Cruzamos el puente Los Ingenieros, el cual no existe, sepultado por la inmensidad de grava que baja de la montaña, un puente que lo han hecho más de veinte veces.

Llegamos a Canaguá poco después de la una de la tarde, y nos dirigimos directo a casa de Cileni para darle la gran sorpresa a su esposo Ramón Isidro. Cuando llegamos al puesto de la guardia nos mandan a parar, y se acerca un guardia junto con una dama también de la guardia y con pistola al cinto. Le hacen una exhaustiva revisión a lo que llevamos en la tolva. La dama nos interroga de dónde venimos, qué hacemos por aquí, y colijo que es nueva en la región. Amablemente, luego de la inspección, nos pide disculpa por el retraso ocasionado y que sigamos nuestro camino.

Nos estamos acercando a El Valle, a casa de Ramón Isidro quien tiene más de dos meses que no ve a su esposa. ¡Señor Nuestro!, hay que ver la falta que hace una mujer en una casa, por eso nosotros los hombres, sin una compañera, solo somos una diminuta partícula sin sentido y sin ubicuidad en el inmenso vendaval de esta vida. Una casa sin una mujer es un contrasentido, contra natura, una absurdidad. Por eso, aquí con nosotros, hemos traído otra gran alegría a casa de los Mora, a Ana, para que le meta el hombro donde están cuatro hombres solos, el señor Corsino, su padre, de 86 años y sus hermanos Manuel, Ángel y Enrique.

En saliendo del pueblo nos conseguimos a Ángel quien se viene con nosotros. En el camino vamos viendo un ambiente como de feria, vemos celebrar entre algunos jóvenes que van dando tumbos por el camino, uno de ellos al sentirnos cerca trató de abrirnos el paso y trastabillando llegó al borde de un precipicio, perdió el equilibrio; estuvo a un tris de perderse en el abismo, pero con la certeza del borracho se asió a la nada y salió a flote: invencible pudo sostenerse de unas matas de café. A lo lejos vimos cómo cogía de nuevo el rumbo, aunque luego nos enteramos que ese día no llegó a su casa.

Al llegar a nuestra casita, nos encontramos con el terreno enmontado, con una filtración en la chimenea, y viendo aquí y allá cómo la perra locamente enamorada, se pone a dar alaridos de felicidad corriendo y saltando por el jardín y el porche. En la entrada se ven como cagarrutas de murciélagos… La casa triste y sola, con olores a meados misteriosos y a etéreas cagadas de pájaros, con telarañas y con el moho de los suspiros y las ausencias.

A barrer, a limpiar colchones, baños y ventanas, a sacar la bombona, las sillas y los chinchorros. La vecina Engracia viene y nos auxilia con carne guisada, arroz y ensalada.

La tarea de la limpieza no tiene fin, recogiendo los palos que se desprenden del guamo negro, poniendo habitable otra vez el nido y el fogón, los calderos y la alacena, y la aldea que ya sabe que llegamos, y la gente que se asoma y nos saluda, y nos avisa que nos visitará; los niños sobre todo quieren hablar con nosotros.

Cuando llega la noche nos visita Engracia con su hija Lucía Valentina y nos da el parte de los últimos acontecimientos y nosotros le informamos de los nuestros. En plena conversa viene y se mete un enorme pájaro de pecho blanco y copete azul que comienza a deambular por toda la casa como si tuviera un nido por el techo. Lucía Valentina corre con un trapo porque quiere atraparlo y llevárselo para su casa. No hubo manera de sacarlo y allí se quedaría toda la noche volando de un lado a otro.

Nos enteramos que Jheyson Guzmán será el candidato a gobernador de Mérida, por el PSUV para las próximas elecciones de noviembre.

Me eché como a las 8 en mi catre y dormí como tenía siglos que no lo hacía, como un carajito…

1 Parodiando a Paul Verlaine…

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