9-8-21: En cielo de nuevo anunciando tempestades. Es como una placa de plomo sobre las soberbias hondonadas que van hacia el pueblo, pero también más allá, hacia el norte, hacia Tovar o Santa Cruz de Mora.
Pasa don Juvencio en su mula blanca moviendo el animal sus ancas y su rabo con felicidad inusitada. Veo que cogen hacia el sendero que lleva al boquerón de los pinos.
En revisando las matas, encontramos que una de aguacate, tan frondosa ella hace dos meses, ahora tiene las hojas enjutas y quemadas: ¡Ah!, los cielos rotos quemando las matas; por otro lado, vemos desgarbado y triste el inmenso guamo negro que da al camino, con grandes ramas sin alma; igualmente la higuera sin hojas y sus hijitos calcinados y muertos; moribundos el cebollín, la lechuga y varios cafetos; el cambural con un solo racimo, la uva toda achicharrada en su cuchitril, las cayenas sembradas por los lados de la troja con aspecto de desconsolación y abandono.
Debo hacer notar, que cuando nos sentamos a desayunar, la perra ocupa un puesto entre nosotros como un comensal más. María Eugenia le hace su arepa que se la rellena con lo que nosotros en ese momento estemos comiendo. Se la da en la boca como una inmensa hostia ("-Ya comulgó –dice la dueña"). Solita con sus sólidos dientes sostiene aquella arepa, delicadamente, y procede a llevársela presta al jardín, donde la devora en cuestión de segundos. Luego vuelve a la mesa para ver si aún queda algún resto para sus insaciables tripas.
Pasa Avenildo y dice que las plantas han estado raras porque por un lado hay muchas lluvias, y por el otro el cielo ha estado roto, queriendo decir que por esas roturas se han filtrado unos soles calcinantes.
A lo lejos veo unas cuatro matas de pepeo que tenemos que tronchar cuanto antes, están por los lados de la calzada hacia el margen que da al río. La hoja del pepeo es parecida a la del cedro. Una de esas matas me produjo un severo daño en un brazo y en una pierna que me mantuvo averiado unos veinte días, teniendo que tomar cortisonas, antialérgicos y antibióticos.
En cambio, el jardín encunado al frente de la casa está hermoso: allí cultiva María Eugenia capachos, calas rojas, cuna de Moisés, variedad de suculentas, astromelias, coronas de Cristo, aparte del rosal y de unos helechos, y despegando en unos arriates un cilantro muy espigado y una mata de ají dulce, cargado.
Llegan las dos niñitas hijas de Xioli quienes nos traen en una cestica cuatro zanahorias de unas que su padre consiguió en El Molino. Con aquellas linduras de niñas se forma la periquera y conversamos con ellas de todo, de los osos frontinos y de las lochas que pasan por aquí, de los morrocoyes y las gallinas y de cómo ellas, teniendo apenas la una cuatro y la otra de siete años, ya ayudan en el ordeño a su abuelo don Evencio.
Por la tarde cae un aguacero y se oscurece el día. Tamborilean las canales, brama el río, cantan los pájaros, duerme la perra en la alfombra. Silencio o sedante total.
Por la tardecita vamos a visitar al señor Corsino y nos llevamos a la perra; en el camino nos encontramos con Ángel que baja con un queso que le pedimos. Encontramos el corredor de la casa de los Mora colmado de familiares; estaban los hijos de Evencio y su esposa Consuelo; también los otros hijos del señor Corsino: Ángel, Enrique, Ana e Iraís, y sus nietas, hijas de María y Xioli.
Cuenta Evencio que todo el mundo habla de dólares y todo cuesta en dólares pero que nadie tiene un dólar en su casa. Entretanto, él está estrenando unas botas de goma que le costaron quince dólares.
Volvemos ya de noche a casa, tanteando el terreno porque se nos olvidó llevar una linterna.
10-8-21: Trabajo en la huerta, desyerbando. Sale un sol fuerte por el cielo roto y zurdo del boquerón del sur, y al poco rato se oscurece el día y se impone un fuerte frío. El escardillar me da calor y me desprendo de la camisa. Llega la niña Lucia valentina y me muestra dos parchitas, una para María Eugenia y otra para mí. Le digo que la mía me las deje sobre el cimiento de la estufa. Vuelve y quiere que le adivine sus adivinanzas. Como no las sé comienza a darme pistas y a decir que le vea los movimientos de la boca para que yo pueda adivinarlas. Después se retira, se va hacia la cerca de su casa y vuelve con las manos llenas de "vaquitas", insectos voladores parecidos a la cucaracha pero de caparazón redonda. Me dice que qué hace con ellas, y como yo viera ayer muchas "vaquitas" en las flores de la mata de navidad le digo que las coloque sobre las cayenas que están cerca de la troja. Va y lo hace y me dice que le di una gran idea porque allí se quedaron felices revoloteando entre las flores. Entonces continúa con sus adivinanzas pero como soy tan torpe para respondérselas va y me tira yerbas por la espalda: "- Usted no sabe nada"- me dice.
Más tarde María Eugenia le regala un trozo de aguacate a Lucía Valentina y la niña se va dando brincos de alegría para su casa.
Me río de las travesuras de Lucía Valentina y a las 11 de la mañana tengo que darme un baño con agua helada para quitarme la tierra que me echó encima.
Se presenta Consuelo con una cesta cargada de tomates, cebollas y un buen trozo de auyama. Pasa a la cocina, y le replicamos con un paquete de harina de maíz.
Abortamos la operación de cocinar una yuca verdaderamente dura de ablandar.
Voy al cambural y me traigo un buen racimo que está bien hecho, con dedos que casi parecen plátanos, y es cuando veo a un lado de la cerca, un objeto que se mueve entre los vástagos de un tronco seco: se trata de la morrocoyita de Lucía Valentina perdida desde hace varios meses. Es decir, la morrocoyita se desplazó desde el patio de la vecina unos cincuenta metros.
Pasa Manuel llevando con un cabestro un toro que van a sacrificar. Detrás de Manuel le sigue Baudelio el hombre de la cuchilla y del degüello. Habrá matanza y mañana probablemente baile de zamuros por los alrededores.
Nos visita la señora Rosa la de las rosas con su hija Yenifer. La señora Rosa tiene el más esplendoroso jardín de los Pueblos de Sur, con una variedad abismal de flores que la gente de Canaguá sube para comprarle esas delicias y preciosidades. Vemos a gentes que suben en moto y bajan luego cargados de floridos ramilletes. La señora Rosa trajo cuatro maticas para enriquecer el encanto y la coquetería de nuestra casa. Cómo cambian los colores, la alegría, el motivo y las esencias de los olores que los pájaros y las mariposas enloquecen.
Había decidido ponerle el candado a la reja, cuando ya echado en nuestro lecho, escuchamos gritos y silbidos. Salgo y es la vecina Engracia que trae en sus manos una muy verde chayota. Pero el motivo parecer ser otro. Pasa a la sala con su niñita Lucía Valentina, y a poco de sentarse se desata en preocupaciones y ciertas quejas: la Teniente nueva que ha llegado al pueblo les ha prohibido que maten, de modo que no lo pudieron hacer hoy. También trata de explicarnos que matar en su casa no nos podrá ocasionar ningún daño porque ellos lo hacen a la tres de la tarde cuando los zamuros se recogen, por lo que no podrán venir a posarse en el tejado ni a meterse en nuestro patio. Que ellos pagaron ochenta dólares para conectar una manguera que recogería los desperdicios para verterlos hasta el río. Que el pasado jefe de la guardia nunca les negó el permiso y que en la guardia los demás peseros que lo hacen por fuera del Matadero pagan el diezmo a la guardia y a la policía, consistente en unos dos kilos de buena carne para cada uno. Que si la nueva Teniente les pide permiso para matar, ellos que cumplen con todo, con el requisito de la herradura y demás yerbas, entonces le exigirá a ella que le muestre todas las permisologías de los de la competencia…
Se va la vecina en medio de una noche muy fría y oscura, cuando comienza otra vez a lloviznar.