12-9-21: El cielo amanece no roto sino "rompío" y con un barniz gris agonizante: anunciado una vaguada, tal vez. Recuerdo aquel verso de un campesino de mi tierra, allá en Las Mercedes del Llano, y que mi madre solía recitar:
Tengo los calzones rotos
y los bolsillos rompíos
pero mi corazón lleno
de amores correspondíos
Las paletadas en cuestión de segundos se van derritiendo al tiempo que asoma una luz opaca que invade la maravillosa V de esa hondonada que va hacia el pueblo. Hoy la V es de gris vacuo tendiendo a oscuro y no de victoria.
Por la ventana observo cómo los pájaros devoran las madres de agua, esas enormes taras marrones, que parecieran tener dientes. Las madres de agua suelen aparecer en tiempos de lluvia, las anuncian.
Día que amenaza con ser asoleado, quemante cual plomo derretido que uno no se aguanta mucho tiempo trabajando la tierra. En la escuelita hay tres obreros apaleando ramas de caraotas. Para guarecerse de los ramalazos del sol estos obreros han montado una tienda con un plástico; levantan un polvero y lo soportan sin chistar. Van recogiendo los granos en un costal, y hablan de un fulano que ya está camino de regreso de la frontera y otro que se viene por el daño en un ojo y porque nadie lo asistía en esos hervideros de muerte que se encuentran en Colombia. Entre susurros por el viento escuchaba el conjuro de las voces en el que uno de ellos decía:
- Si te cuento que me encontré en el CDI a la carantoñera y la vi vieja, más vieja pero seguía teniendo algo de bonita. Se había cortado el pelo. Me saludó de besitos, sin respetar el uso del tapabocas ni lo del distanciamiento. Sentí algo de lástima, y cargaba en los brazos a su sobrinita, la de su hermana Felicia que también la dejaron en la calle. Hay que decir que ellas se lo buscaron. Cuando se fue despedir me dijo: "adiós, adiós, adiós, adiós", cuatro veces.
- Será que la vida las castiga, no es uno el hombre el que las daña, es la vida. Ahora con quién estará.
- Qué va a hacer, pasar de uno a otro. Menos mal que no le han puesto un muchacho.
- Será por eso.
- Yo te digo, que con cualquiera uno puede, es lo que pienso. Cuando uno quiere vienen y se te presentan las oportunidades, pero lo malo y bien malo es que a ellas se les va pasando el tiempo, y no es como antes que cuando un hombre se conseguía a una era para toda la vida así fuera vieja o joven; ahora no se perdona que se vayan poniendo viejas, así como tú te encontraste a la Estela.
Corría un viento fuerte, se batían las cortinas y sonaban algunas puertas. Llegaba olor a café recién colado. Se escuchaba en la radio de la vecina:
Tú quisiste estar allá
Dijiste que quizás ese era tu destino
Después que todo te falló, hoy quieres regresar
Y ser feliz conmigo
Pero tú no piensas que mi amor
Por siempre te olvidó y exiges mi cariño
De veras, lo siento, no podré volverme a enamorar de ti
Ya no es lo mismo
De nuevo invasión de hormigas por los alrededores de la casa.
Nos visita el señor Corsino y sus hijas Iraís y Ana. El día está esplendoroso. Nos ponemos a conversar en el porche. Se unen a la conversa Engracia y su hijita Lucía Valentina. Vemos a Ángel que sube del pueblo. Pasan Baudelio y Manuel que están cargando un armario que pertenecía a Gaudi.
Gaudi ha tenido que vender algunas de sus pertenencias para poder trasladarse a Mérida y llevar a su pequeña hija a una consulta médica.
María Eugenia se da cuenta de que a la perra se le partió un diente.
13-8-21: Ha venido Ángel y nos ha tumbado las cuatro matas de pepeo que rodeaban nuestro terreno por allá, por el borde que da al río. Ángel nos contó anoche que a él de muchacho lo bañaron con agua de pepeo para que nunca más le afectara cuando estuviera cerca de esta mata o cuando la tocara. Las historias sobre la gente intoxicada por pepeo en esta aldea son de terror, gente que se le ha inflamado todo el cuerpo, hasta los testículos, las axilas, las espaldas, los ojos, de modo que han tenido que utilizar una ponchera de agua a la que le han vaciado una lata de creolina para bañarse con ella.
Día de pertinaz lluvia.
Ángel ha almorzado con nosotros lentejas, cambures verdes sancochados y ensalada con aguacate. Tomamos jugo de guayaba. De postre, torta. Luego con Ángel, nos hemos puesto a cambiar de lugar la antena del televisor para ver si cogemos señal, pero la lluvia se ha interpuesto en nuestro trabajo.
Avenildo nos mandó con sus nietos un racimo de cambur. Después hemos escuchado que se detuvo una moto frente a la casa: se trata de José Gregorio el hijo de Abraham, guardia nacional, quien también nos trae un racimo de cambur. De cambures estamos bien. Nunca está demás, porque así llevamos para Mérida y repartimos a familiares y vecinos. La gente, allá en Mérida, cree que nosotros tenemos una finca. "- ¿Van para la finca…?", "- ¿Vienen de la finca…?". Al principio dábamos explicaciones diciendo que lo que tenemos es una casita con unos mil metros cuadrados de terreno, ahora cuando nos lo preguntan sencillamente asentamos con la cabeza: "-Sí, venimos de la finca". La verdad es que nos sentimos más millonarios que cualquier terrateniente: no manejamos millones, ni tenemos dólares, ni dolores de cabeza ni quienes nos codicien o envidien por lo que tengamos que cuidar… sólo nuestra perra que vale por mil mansiones o fincas súper productoras de café. Es tal la idea que ya han cogido de que tenemos finca, y la costumbre de traerles algo, que a veces cuando no conseguimos por La Coromoto lo suficiente, les compramos algunos cambures en la propia Mérida de modo que ninguno de los conocidos que ya saben de "nuestra finca" quede sin recibir algo. Finquero es finquero aunque lo niegue…