"Si al morir los organismos que las sustentan vuelven las conciencias todas individuales a la absoluta inconsciencia de que salieron, no es el género humano otra cosa más que una fatídica procesión de fantasmas que va de la nada a la nada, y el humanitarismo lo más va de la nada a la nada, y el humanitarismo lo más inhumano que cabe. Y el hecho es que tal concepción palpita, aunque velada a las veces, en todos los idólatras del Progreso".
No bien ha sedimentado en cualquier intelectual de la agitación que tal vez le produzcan revueltos pensamientos de fundamental cordura, tórnale otra vez la tentación incansable, la del progreso, la del brillante porvenir histórico, la de la riqueza, la de la gloria, la de la nación en la Historia ahogando a la patria en la eternidad. "Una nación asceta es un absurdo —se dice—; no puede un pueblo huir del ruido mundanal, no puede ser sabio. O progresa o muere. Hay que conquistar cultura y gloria.
Los más abnegados, los creyentes más puros en el Progreso, sólo aspiran a la gloria colectiva, a que llegue a ser una nación fuerte, temida, que se deje ver y se haga oír en el mundo.
¡La Historia! Todo se nos reduce a aquella fe pagana que se encierra en el verso perdurable de la Odisea: los dioses traman y cumplen la destrucción de los hombres para que tengan argumentos de canto los venideros.
A medida que se pierde la fe cristiana en la realidad eterna, búscase un remedio de inmortalidad en la Historia, en esos Campos Elíseos en que vaga la sombra de los que fueron. Perdida la visión cordial y atormentados por la lógica, buscamos en la fantasía menguado consuelo. Esclavos del tiempo, nos esforzamos por dar realidad de presente al porvenir y al pasado, y no intuimos lo eterno por buscarlo en el tiempo, en la Historia, y no dentro de él. Así inclinamos la frente al fatum, al Progreso, tomándole de fin e ídolo, y nos hacemos sus siervos en vez de ser sus dueños. Y el Progreso nos tritura como el carro de Yargenaut a sus fantásticos adoradores.
Cada poder humano tiene su método; es decir, su procedimiento, su modo de conducirse. Lo que llamamos lógica es el método de la razón, el modo de buscar conclusiones que a la razón satisfagan. Así se hace la ciencia. Pero cuando ni se trata de hablar a la razón ni de satisfacerla, no hace falta la lógica. La arbitrariedad, la afirmación cortante porque sí, porque lo quiero, porque lo necesito, la creación de nuestra verdad vital —verdad es lo que nos hace vivir—. Es el método de la pasión. La pasión afirma, y la prueba de su afirmación estriba en la fuerza con que es afirmada.
Nada digno de ser probado puede probarse ni desaprobarse, y por tanto, sé prudente y, ateniéndote siempre a la parte más soleada denla duda, agárrate a la fe más allá de las formas de la fe.
—Desgraciado pueblo, ¿quién le liberará de esa historia de muerte?
¡La Lucha sigue!