- Hoy, 11 de noviembre de 1993, estoy cumpliendo justo un año que comencé a llevar nuevamente este diario. ¡Qué año Dios mío! ¡Cómo pude sobrevivir! Un año de agoreras agonías y ramalazos intensos en los que veo voracidades y emponzoñadas pestes avanzando por todos lados, día tras día, hora a hora, minuto a minuto. Y en el centro de esos vapores, mi pobre humanidad, considerada a mil kilómetros a la redonda como la única "ladilla indoblegable", desatada, consciente y actuante. Acosada y perseguida. Tal como lo veo, este país aún seguirá por mucho tiempo sin encontrar su rumbo porque aún no aparece el hombre que lo pueda guiar. Porque además, a la inmensa mayoría de sus pobladores le aterroriza asumir compromisos: vive temerosa a la espera de lo peor. Hay mucha desesperanza, pero también mucha resignación y esclavitud mental, casi todo el mundo resignado a padecer lo que le sobrevenga.
- He puesto a temblar a APULA (Asociación de Profesores de la Universidad de Los Andes) con mis denuncias y críticas, y esto no se había visto antes. Y por lo mismo, se ha generado una danza de dioses embriagados con rones y wiskis muy caros, de 18 o 22 años. Han sentido que podrían ser destronados, por lo que les ha dado por difundir por todos los medios costosos remitidos en los que se ponen por encima de San Francisco y Simón Bolívar. Y han orquestado un gran programa de reconocimientos para los profesores, repartiendo medallas y pergaminos como quien abre una piñata y lanza a borbotones caramelos.
- Qué divertido resulta ver a cientos de profesores preparándose para recibir sus medallitas y pergaminos, y verlos llegar muy bien enjaezados, perfumados y arreglados, cuajados de bellezas, de punta en blanco y con tacones agujas moverse con dominio por los adoquinados; los condecorables con sus racimos de familiares: con la esposa y los hijos y los sobrinos y los amigos, y con fotógrafos particulares, en el trajín de los abrazos y de los besos ilusionados, en la alfombra roja de los pocos consuelos que quedan en esta dura vida. Hasta el más pendejo sueña pasearse por alguna alfombra roja.
- Me han dicho que el profesor Aristides Parpellán, el único amigo decidido que me quedaba (el que se autodefinía como el colega del alma, el solidario sin mancha), ha hecho la cola para recibir su galardón, expresamente de las manos agalludas de unos sátrapas sindicaleros que dispararon a mansalva contra su alma. Va a recibirlo de las mismas burdas manos, crispadas, chorizudas que rasgan con sus firmas cheques en las barras de bares de la ciudad, y él lo sabe. ¿Pero cómo puede negarse a recibir un galardón cuando a la vez sabe que son ellos los únicos que pueden entregarlo? Recibirlo de esas manos que arreglan todo a los puñetazos, que de puño a puñeta en ellos no media sino un brindis, un trago.
- ¿Y así como Aristides serán todos los demás? Ese que se dice mi amigo, ese que se acerca a mí y me dice: "Coño, José, soy el único que te trata en esta universidad, porque todo el mundo no hace sino hablar horrores de ti". Bueno lo entiendo. Sí señor: con estos seres tenemos que contar para batallar en este mar embravecido de indiferentes, cogitabundos y erráticos colegas. Son estos hombres los que se quejan de los malditos gobiernos que hemos tenido, como si los gobiernos no estuviesen hechos del mismo barro con el que están moldeados ellos, los sometidos, los rendidos, los cobardes.
- Y vuelvo a pensar en esas manos que entregan pergaminos y medallas, en esas manos inmundas y vilipendiosas, chorizudas, cayudas de tantos halagos, brindis y pleitesías; manos hábiles para moverse en tascas y tugurios oscuros y lúbricos, digo, esas las que imponen reconocimientos a profesores por 5, 10, 15 y 20 años de servicio cuando ellas nunca han trabajado (sin tomar en cuenta que más de la mitad de ese tiempo, 5, 10, 15 y 20 años…, se la han pasado en huelgas y paros).
- Hay un ogro que es el dueño de todas las tascas del saber: de los engaños, de los robos y perdiciones, cuyas garras pelúdicas se han posado vulgarmente sobre las obras sagradas de Andrés Bello, de Juan Vicente González y Cecilio Acosta. Garras que blanden llaves para abrir casinos y garitos, pero que firman a diestra y siniestra precioso pergaminos. Y también blandes porras o machetes para el que someramente pretenda criticar la brutalidad, la ignorancia o la bestialidad de los que se niegan a aceptar tan burdas imposiciones.
- Y allí en la cumbre de APULA está el jefe: el tipo que se niega a entregar cuentas de su gestión pero reparte reconocimientos. ¿Pero por qué él tendría que rebajarse a hablar de los destinos de los inmensos capitales que ha manejado en nombre del saber y del conocimiento? ¡Ay Dios!, las mismas garras que adulteran un artículo de prensa para injuriarme y calumniarme diciendo que soy un violento o calumniador a sueldo de guerrilleros y terroristas.
- Las garras impúdicas apretadas como un mazo cada vez que se habla de justicia transparencia y libertad. Garras sobadoras de barra y mesones, en permanentes goces, alzando y chocando copas, cantando a coro, dejando cuentas morosas o derrochando lo ajeno con el uso de tarjetas corporativas. Garras catadoras de marcas de botellas de whisky o de cerveza; costrosas y atropelladoras, que se dan el lujo de imponerle cordones azules o blancos, verdes o rojos a esa ristra de honorables ancianos que dicen estar abriéndole paso a las nuevas generaciones para que no sean tan bobos como ellos… los de las honrosas canas, pelucas o peluquines o calvas lustrosas o postradas…, las atropellantes garras que entregan a mares borbotones de botones y pergaminos a profesores meritocratísimos, que han recibido premios por supuestas insólitos descubrimientos o investigaciones jamás inaplicables por sus profundidades… en ninguna parte.
- Garras peludas y escudriñadoras, que no sabiendo escribir por sí mismas una carta, embadurnan cualquier cuartilla con cuentos y alabanzas, pero tienen escribas a sueldo, extremadamente serviles, que también saben rasgarse los pechos y autoclavarse puñales como la virgen aquella de Sevilla, para poder hablar con altura de los despreciables "becados", de los buscadores de bonos extras y enjundiosas reivindicaciones. Garras estrujadoras de otras manos sedosas, viles y cuarteadas por tantos mecateos indecentes, sencillamente para llegar a donde han llegado; garras en fin que viven entrelazadas con golpecitos por las espaldas encorvadas, amorronadas o solicitas. Garras sobadoras emeritus, descuajadas y grasosas, sofocadas. Glamorosamente reptoras, que han nacido para ocultar el sol con sus ilícitos procederes, con pergaminos, cordones y medallitas doradas.
- Manos robóticas, palúdicas y chantajistas. Manos que van llamando uno por unos a esa infinita fila de profesores ínclitamente inclinadas para poder pasar por las horcas caudinas de sus protuberantes buitres. Profesores, a fin de cuentas, ávidos de reconocimientos porque ya se sienten EMÉRITOS POST MORTEN. No importa quién se los entregue.
- Así como jamás el profesor Andrés Zavrostki recibió una mención honorífica, como tampoco la recibirá el padre Santiago López Palacios…, ni un saludo a la bandera…, como tampoco la tendrá J. E. Ruiz Guevara, ni Tablante Garrido ni Ramón Darío Suárez o Juan Félix Sánchez o Epifania Gil, porque no cuentan entre los seres que se les pueda engañar con tabas; pues así es por lo que la mano de los sindicaleros acaban por volverse diestra y siniestra para repartir papeles chulos, títulos burdos y burlescos que a la postre irán a morir como todos en las bazofias de los baúles o en los closets con las pocilgas, ratas o cucarachas.
- Panorama deprimente de los que han perdido su vida en unas universidades que nunca educaron ni enseñaron lo más importante en la vida: SER FIEL A UNO MISMO. A pesar de que se autodenominaban "revolucionarios" de todos los calibres; enjundiosos ciudadanos que fueron dejados en el pasado a la deriva por esa misma ASOCIACIONES DE PROFESORES DE TODAS NUESTRAS DE UNIVERSIDADES, que nunca se ha sabido siquiera para qué existen. Aleteando cordones azules o verdes, negros o blancos, con sus pergaminosas sonrisas, llenos de indecibles gozos serviles; un gozo tan grande como el del mismo demonio de los infiernos. Lugares en los que nadie quiere auto-aguarse la fiesta. La ilusión. La ilusión con la que nos vamos a morir y con la que vamos a condenar a nuestros hijos, a todas las generaciones por venir.
- Jolgorio de cartones dorados enlazados con un cordoncito tricolor. Y alguien que tiene el valor de recordar aquella condecoración, la Orden del Libertador en Primera Clase colgada por el presidente Lusinchi a su Primera Barragana Blanca Ibáñez. Abogada de la república, título obtenido en la Universidad. ¿Para qué?
- No cuento con nadie en mi soledad y en mi lucha. No espero nada de nadie. Esto es horrible; no cuento con el apoyo ni lo quiero de grupos de partidos. Viendo a mi alrededor a los indiferentes, a veces sonrío con lástima o crueldad de lo que nos espera. De ahora en adelante para los que me vengan a hablar de lo mal que está este país les repartiré bombones para que endulcen sus protuberantes panzas.
- No es propiamente a Lusinchi a quien hay que condenar. No es propiamente y únicamente a CAP, no es a Blanca Ibáñez ni a la Cecilia Matos a los que hay que condenar. El horror es mucho más profundo y espeso, y mucho más íntimo. Está en el centro de la dejadez y de la indolencia de todos nosotros. CAP está en el colega que te saluda y que al hacerlo maldice a la banca que lo explota; en el que maldice al gobernante de turno, al rector que le escarnece y lo degrada. CAP y sus ejemplos están en el corazón y en los nervios de este pueblo indiferente y servil que todo se lo traga y lo degluta con resignación y hasta regodeándose en su impotencia. Está en esos que ansían un cambio pero sólo para verlo por televisión, echados en una poltrona y que creen que ese cambio les traerá todas las maravillas que ansían sin mover un dedo y sin sacrificarse por nada. Los habituados al morbo de los escándalos y de las muertes, del rumor, de la mentira.
- He pensado qué pasaría si aquí llegara de veras un hombre visionario y heroico como Bolívar y se lanzara a tratar de regenerar a este pueblo tan dañado y pervertido, ¿podría este hombre resistir los embates de los esclavos y sometidos, pero también de los burgueses y todos los poderosos asesinos del planeta, de los cerdos de los imperios gringos y europeos…? ¿Podría?
Aquellos años de pesadillas y pergaminos, y aquellas risas de las calaveras…
Por: José Sant Roz
Sábado, 11/09/2021 09:32 PM