Un alegato constituyente

A propósito de "Teorías de la república y prácticas republicanas", de Macarena Marey

Domingo, 19/09/2021 08:31 PM

“Ni hay sectores que puedan abstraerse de un colectivo que, en este caso, desde el concepto que estamos utilizando, es la República, la cosa pública.

 Yo creo que estamos en momentos para demostrarlo, para emprender acciones que permitan restituir el sentimiento republicano verdadero, el amor por la república, por la patria.”

Hugo Chávez, "'Res publica'=cosa pública" en Discursos Fundamentales: ideología y acción política, vol. I, 1999, Caracas, Foro Bolivariano de Nuestra América, p. 132-133

“Nosotros esperamos convenceros de que todo aquel que es súbdito o vasallo de reyes no es más que un vil esclavo, y que sólo un republicano es verdaderamente un hombre.”
Toussaint L’Ouverture, “Carta a Jean François”, 13 de junio de 1795

Los dos términos del silogismo de la oligarquía son perfectamente coherentes: por un lado, los dogmas históricos, por el otro los dogmas económicos; detrás de ellos, el imperialismo. Nuestra posición es inversa: Creemos que solamente se puede obtener la liberación económica nacional a través de la destrucción de esos dogmas históricos falsamente fabricados.
John William Cooke en Cristian Leonardo Gaude, El peronismo republicano. John William Cooke en el Parlamento Nacional, Buenos Aires, Ediciones UNGS, 2015, p. 97.

La editorial Herder acaba de publicar una meritoria antología, compilada por Macarena Marey, que lleva por título un ya de por sí sugestivo Teorías de la república y prácticas republicanas (2021). Se trata de un conjunto de ensayos de una nueva generación de intelectuales republicanas latinoamericanas que invitan a reflexionar desde América Latina sobre el poder político y las desigualdades sociales desde una perspectiva en la línea del republicanismo plebeyo de Antoni Domènech. Con un pie en el ámbito académico y con otro en las luchas sociales que de Colombia a Chile retumban en las calles se pone en solfa al republicanismo de salón o de smoking tan característico de la escuela anglosajona de Cambridge.

Se trata de una antología que llega en un muy buen momento y que merece toda la atención desde la península ibérica. Lugar de recepción en el cual justamente el republicanismo es tan interesante en la medida que evoca luchas sociales y estrategias constituyentes desde Euskal Herria hasta Andalucía pasando por Catalunya, y de modo creciente por el conjunto de los Países Catalanes.

En este sentido, los ensayos que se recogen tienen dos grandes aciertos generales. Por un lado, el hecho de animar a establecer una agenda que restaure el valor intelectual del republicanismo latinoamericano. Tal como señalan Luciana Cadahia y Valeria Coronel, hay una oportunidad para “reactivar una historia plebeya de las repúblicas”[1]. De Benito Juárez a José Martí pasando por John William Cooke o Jorge Eliécer Gaitán hay unos líderes y unos movimientos a revalorizar, aunque sea críticamente y teniendo en cuenta la necesidad imperiosa de sacar a la luz los liderazgos femeninos y la participación de las mujeres en las luchas republicanas, tantas veces dejadas de lado.

En segundo lugar, este rescate de una tradición republicana plebeya comprende una necesaria repolitización del republicanismo como estrategia revolucionaria que ha estado bien presente en los procesos constituyentes andinos de principios del siglo XXI, así como en el actual cambio político chileno y peruano.

Así pues, en esta extensa reseña me gustaría señalar los aciertos de una antología que invita a pensar los puntos de contacto de un espacio iberoamericano de solidaridades recíprocas tal y como históricamente se han dado: desde el apoyo de Pi i Margall a las luchas de los independentistas cubanos al refugio ofrecido por la República mexicana de Lázaro Cárdenas a los y las exiliadas republicanas de la guerra civil.

¿Hacia una agenda republicana iberoamericana?

Si el republicanismo tiene algún interés político es porque conlleva de forma intrínseca una concepción popular de la democracia con el afán de materializarse en “los lugares de la acción política efectiva”[2], como señala Marey en la introducción. Así, las luchas sociales que han recorrido América Latina en estos últimos treinta años son una poderosa invitación a hacer teoría desde la práctica y en esto reside el secreto del republicanismo, de forma semejante al marxismo, al feminismo o al ecologismo, que se trata de una teoría materialista que “está en mejores condiciones frente a la praxis porque en gran medida está motivada por la praxis misma, por las inequidades entramadas en las relaciones sociales”[3].

De este modo, los aspectos más emancipatorios de las luchas independentistas y republicanas latinoamericanas pueden observarse bajo este prisma comprometido por el ansía de justicia social. Y que, de hecho, un análisis de revoluciones republicanas como la de Haití, bajo el protagonismo de los llamados «jacobinos negros», contribuye a visibilizar “el pasado republicano de los indígenas, afroamericanos y demás sectores subalternos”[4].

Así, en un doble movimiento se anima a restaurar el valor intelectual de la historia en el pensamiento político y el papel de las clases populares en cada historia nacional. Esta constituye una de las grandes diferencias con cierto republicanismo académico y de derechas que utilizando argumentaciones antihistoricistas termina generando genealogías que son profundamente elitistas y, además, perversamente sesgadas.

Articular el pensamiento republicano con la producción historiográfica, tal como animan tanto Marey como Luciana Cadahia y Valeria Coronel en su contribución, es una de las tareas más necesarias para edificar un pensamiento político arraigado en las estructuras populares y en luchas sociales concretas que impregnan la historia de un país determinado. Rescatando aquello que desafortunadamente algunas perspectivas decoloniales han menospreciado de forma injusta, al decir de Cadahia y Coronel:

Mientras sus autores elaboran sus teorías desde la universidad metropolitana, financiados, además, por corporaciones dispuestas a apoyar el conocimiento desde el centro, su discurso plantea, sin argumentos suficientes, un escepticismo sobre la universidad latinoamericana vista como un lugar lejano a la lucha social[5].

Como explica en su parte Julio César Guanche, “Diversidad y derechos en Cuba. Una perspectiva republicana”, la lucha contra la esclavitud fue uno de los elementos propulsores de las luchas republicanas e independentistas. La revolución haitiana tuvo un innegable efecto radicalizador del republicanismo siendo además empoderador de los esclavos. Tal como sucedió en las luchas cubanas completamente imbricadas en la liberación de los esclavos mediante un Ejército Libertador compuesto en su mayoría por esclavos y con un 40% de oficiales negros. Generando la lucha cubana un impacto directo en las luchas por la Primera República española, tal como se atrevió a señalar José Martí en su folleto de 1873 La República española ante la revolución cubana. Folleto en el cual sacaba en claro el código federal, inscrito en el ideario republicano, en favor del derecho a la autodeterminación y la secesión:

Saludo a la República que triunfa, la saludo hoy, como la maldeciré mañana cuando la República ahogue a otra República (…) no constituye la tierra eso que llaman integridad de la patria. Patria es algo más que opresión, algo más que pedazos de terreno sin libertad y sin vida, algo más que derecho de posesión a la fuerza[6].

El republicanismo de derechas y la metamorfosis de Pettit

Otro aspecto de la antología que merece una atención palpitante tiene que ver con el republicanismo de derechas: como problema político e intelectual. No es casualidad que salga a colación teniendo en cuenta que en América Latina el republicanismo ha sido utilizado como un discurso de ley y orden para garantizar a cualquier precio la autoridad y los privilegios de las elites. De forma semejante al viraje del republicanismo francés, en Argentina se ha querido hacer del republicanismo una defensa aristocrática explícita del neoliberalismo.

Por ello, el capítulo de Pablo Facundo Escalante, “La soberanía confiscada. República y tradición liberal en la Francia moderna”, tiene un indudable interés a tener bien presente.

Ya que en los debates ibéricos sobre el republicanismo en más de una ocasión se ha aducido que el ingrediente necesario para un cambio constituyente consiste en la existencia de una derecha republicana. Cuando justamente un análisis político de nuestras propias experiencias históricas, en la Primera República y en la Segunda, muestra en buena medida que la dificultad para consolidar estos regímenes populares fue culpa de los monárquicos embozados de republicanos que boicotearon sistemáticamente los intentos de reforma agraria, reforma fiscal redistributiva, transformación democrática del ejército y del mismo Estado centralista autoritario.

Como han destacado Antoni Domènech y Gerardo Pisarello, esta tradición elitista fruto del Termidor y del bonapartismo francés representa una modernización de la reacción oligárquica. De ahí la preferencia estructural por la formula presidencialista a modo de monarquía electiva mientras que la tradición republicana revolucionaria apuesta sistemáticamente por el parlamentarismo. En palabras de Escalante:

la Montaña se mantuvo en el poder el tiempo suficiente como para colocar la piedra fundacional de un «republicanismo revolucionario», caracterizado por una concepción radical de la libertad, (…). La innovación de 1793 consistió, sin embargo, en conceder a la ciudadanía la facultad de juzgar la conveniencia de las leyes aprobadas por el Cuerpo legislativo, de manera tal que el ejercicio de la representación nacional no supusiera, en la práctica, una usurpación de soberanía. (…). Además, el rol del Poder Ejecutivo fue redefinido completamente, subordinándolo al legislativo y volviéndolo un órgano colegiado (…) definiéndose, ante todo, como una forma de gobierno diferente y opuesta a la monarquía[7].

Frente a esta concepción del poder, y de su forma, pensada para garantizar una representación democrática compatible con la democracia directa con los evidentes efectos confederalistas que ello significa, nos hallamos con una concepción fruto del golpe contrarrevolucionario de Termidor que inaugura la república sin republicanos. Giro conservador que daría las riendas de la república francesa a Bonaparte, responsable de coaligar liberalismo y republicanismo. Motivo por el que es pertinente la alerta de Julio César Guanche; “El liberalismo se ha construido para sí, retroactivamente, un largo pasado.”[8]

De tal modo que “la solución bonapartista permitió clausurar la disputa por el principio de la soberanía nacional, suprimiéndolo del vocabulario constitucional y consagrando así la confiscación de la soberanía que se había iniciado con el Directorio.”[9] Se trata pues de una «domesticación de la democracia» sin paliativos hecha por sus adversarios, que ha conseguido como efecto nada paradójico que la tradición liberal disimule sus tendencias monárquicas, como denuncia Escalante[10]. Aunque en el caso de Emmanuel Macron no haya ningún reparo en reivindicar el monarquismo de forma abierta:

En la política francesa, este ausente es la figura del rey (…). No obstante, lo que se espera del presidente de la República es que cumpla esa función[11].

Esta función monárquica, que también cumplen perfectamente el presidencialismo y el neoliberalismo, tiene que ver con la concentración y la centralización del poder y la riqueza. Una forma monocrática del poder que la V República francesa reinstauró en 1959 con el golpe de Estado de Charles de Gaulle artífice, en sus propias palabras, de una «monarquía republicana»[12].

Este debate no es por cierto nada ajeno al Estado español ya que Rodríguez Zapatero contrató como consejero honorífico durante su primera legislatura (2004-2008) para dar una aureola “republicana” y “cívica” a su mandato a Philip Pettit. Del mismo modo, este republicanismo sin república fue justificado por Zapatero, en un debate con Alberto Garzón, para oponerse a toda participación democrática, por ejemplo; a un referéndum sobre la forma de Estado.

Años más tarde hemos sabido que el rey Juan Carlos no solo ha actuado de comisionista corrupto sino que en la legislatura republicana y cívica de Zapatero se multiplicaban por diez las exportaciones de una industria militar subsidiada por el Estado, y dirigida por el mismo rey, a la hora de sellar los contratos militares con todo tipo de dictaduras y regímenes autoritarios, según ha desvelado recientemente el diario Público.

Es por ello que la acertada crítica de María Julia Bertomeu da en el clavo a lo que representa Pettit y a otros académicos republicanos de la Escuela de Cambridge: al desanudar la soberanía del republicanismo se obvia completamente la cuestión de la autodeterminación, en el doble sentido de ésta; como emancipación popular y a la vez como liberación nacional.

Bertomeu muestra el largo hilo aristocrático, consistente en hacer operaciones imposibles para conciliar regímenes oligárquicos con muy pequeñas dosis de derechos sociales, rescatado por uno de los historiados de Cambridge como es G. A. Pocock:

“En la década de 1970 se difundió su extenso trabajo de reconstrucción de tal tradición que Pocock ancló en Aristóteles y en el historiador griego Polibio, y que buscaba, entre otras cosas, hallar rastros del bien aristotélico, concepto de «repúblicas mixtas», aunque también se concentró en las líneas de pensamiento que van de Cicerón a Milton y de Maquiavelo a Harrington, entre otros.”[13]

No tuvo reparos Antoni Domènech en criticar esta conciliación de dos principios incompatibles como son el aristocrático y el democrático. De hecho, Francisco Fernàndez Buey criticó la reactualización del mismo llevada a cabo por Pettit a semejanza de la tarea acometida también por Gerardo Pisarello en Dejar de ser súbditos. El fin de la restauración borbónica (Akal, 2021). Siendo uno de los aciertos del libro el retomar la crítica inaugurada por Thomas Paine al ejemplo moderno de este modelo mixto que es la monarquía británica. Una monarquía que presume de parlamentaria y de decorativa porque los únicos republicanos que han cuestionado su poder político y económico real han sido los y las republicanas irlandesas ante los extraños silencios de la izquierda inglesa, sin desmerecer honrosas excepciones como la de Tony Benn, el último líder republicano y confederalista del Labour Pary. Pese a que Le monde diplomatique en español haya señalado las prácticas de fraude fiscal y la especulación inmobiliaria de la que es responsable la Corona Británica mediante la empresa Crown State, propietaria hasta del suelo del fondo marino.

Curiosamente, estas no son cuestiones preocupantes para el republicanismo informal à la Pettit que en una de sus más conocidas obras destaca por la crítica a la autodeterminación que ve en el republicanismo plebeyo de la mano de Rousseau. De hecho, como explicaba el propio filósofo irlandés en un artículo de 2005:

“El potencial combustible del republicanismo francés se incrementó exponencialmente cuando la doctrina de la soberanía popular devino una doctrina de la autodeterminación nacional.”[14]

Es más, en 2016, diecinueve años después de escribir la diatriba contra la autodeterminación en Republicanismo: una teoría sobre la libertad y el gobierno (Paidós, 2017 [1997]), Pettit escribía un artículo en The Irish Times, que podría haber sido escrito por el líder republicano irlandés Gerry Adams, al apoyar las luchas colectivas del pueblo irlandés contra la austeridad, los recortes y las privatizaciones, incluyendo de forma destacada la lucha por la «libertad nacional», que:

Nuestro deber como ciudadanía es poner la economía a trabajar, como deberíamos poner todas nuestras instituciones a trabajar, al servicio de la libertad democrática, personal y nacional[15].

Eppur si muove. Lo bueno de la política, así como del pensamiento teórico, es que siempre es posible cambiar y en este caso semejante metamorfosis sólo se entiende recorriendo las luchas sociales, sindicales y civiles que al transformar el pensamiento de un país también han generado cambios ideológicos y teóricos hasta en las torres de marfil más recónditas.

Las confluencias posibles de un republicanismo del siglo XXI

Uno de los temas absolutamente centrales para el arraigo popular del republicanismo es sin duda la confluencia con el feminismo, tal como se ha encargado de señalar de una forma brillante Ailynn Torres en su aportación en el capítulo “Republicanismo y feminismos. Una conversación necesaria”. Contribución que señala la potencia de la crítica republicana al patriarcado y por tanto su más que parecido con las perspectivas feministas.

El patriarcado como figura de autoridad, de jerarquía y de propiedad, presente en los ámbitos doméstico, civil y político es puesto en cuestión en la medida que impide las condiciones materiales de las personas subyugadas y niega completamente su libertad. No es casual, como señaló Antoni Domènech, que en la tradición democrática ateniense se criticara el autoritarismo con el apelativo de “despotismo” que no significa otra cosa que el cabeza de familia, el padre, tal como el vínculo familiar deriva de una concepción jurídica romana autoritaria hasta el punto de que familia proviene de la designación de famulus, es decir, esclavo. Como resumiera la escritora feminista y republicana Mary Wollstonecraft en su Vindicación de los derechos de la mujer en 1792; “Los tiranos de todas las denominaciones, desde los reyes hasta los padres de familia, actúan y razonan igual.”

Por ello, como dice Torres; “Ningún liberal doctrinario diría que personas y grupos no son políticamente libres por estar desposeídos. El republicanismo lo afirma. Los feminismos también”[16]. Al tener esta afirmación un carácter integral lógicamente deriva en un enfoque de economía política de estas formas y vínculos tan familiares de acumulación y desposesión.

Es algo que han puesto en valor tanto el marxismo como la economía feminista al determinar el carácter patriarcal de la financiarización de las economías. Las crisis de la deuda con sus mecanismos dependientes generan efectos en cascada hacia todos los ámbitos tal y como hemos podido comprobar en las distintas periferias, europeas y latinoamericanas.

La deuda, como ha mostrado también el republicanismo, esclaviza. Y hoy es un dispositivo privilegiado de las nuevas formas de explotación. La financiarización de las economías ha venido de la mano del endeudamiento de quienes trabajan de manera asalariada. (…). La deuda no solo reproduce, sino que agrava la desposesión y la dependencia; compromete la vida con una estructura de perpetua obediencia. La deuda verifica el principio republicano del ensamblaje entre libertad y propiedad[17].

Torres reactualiza así la consideración de las luchas entre prestatarios y deudores como una de las formas centrales de la lucha de clases que el mismo Marx señalara lúcidamente en varios momentos de El Capital como una forma histórica de acumulación por desposesión e instauración de servidumbre:

La lucha de clases en el mundo antiguo, por ejemplo, se desenvuelve principalmente bajo la forma de una lucha entre acreedores y deudores, y termina en Roma con la decadencia del deudor plebeyo, al que sustituyen los esclavos.

En la Edad Media la lucha finaliza con la decadencia del deudor feudal, que con su base económica pierde también su poder político. Aun así, la forma dineraria —y la relación entre el acreedor y el deudor reviste la forma de una relación dineraria— en estos casos no hace más que reflejar el antagonismo entre condiciones económicas de vida ubicadas en estratos más profundos[18].

La feminización de la pobreza y de la explotación es sin duda uno de los efectos de esta radicalización de la dependencia. De forma concreta, la deuda doméstica habilita a abusos directos y a formas de violencia propietaria; desde los desahucios a los cortes de agua y luz.

Por otra parte, la servidumbre doméstica significa que las mujeres realizan el 77% del trabajo en los hogares, lo que de promedio significa un 20% del PIB de los países de América Latina, como señala Torres. La violencia y los asesinatos machistas son un caso extremo, legado por la concepción romana de la familia y de la potestad patriarcal, de esta feminización de la servidumbre. De las 87.000 mujeres asesinadas en 2017 el 58% de los casos fue a manos de la pareja o miembro de la familia, según el informe de la ONU[19].

Pese a todo ello, los diagnósticos similares, las confluencias posibles, Aylinn Torres parece tener toda la razón cuando da cuenta de una desafortunada evidencia: hay una desconexión evidente entre feminismo y republicanismo, en buena medida porque el segundo no se hace cargo de las consecuencias de su mismo análisis de lo que representa la estructura familiar-patriarcal del poder. Sin embargo, este puede ser un reto a solventar de inmediato puesto que: “La conversación entre ambas tradiciones y programas necesita su propio revival[20].

La lucha contra la deuda, las políticas de desendeudamiento, pueden ser la espita de este revival de modo que den lugar a lo que Torres da en llamar como un “programa democrático integral”[21].  Una perspectiva idéntica, diría yo, a la señalada por Júlia Cámara en el libro coordinado por Jaime Pastor y Miguel Urbán; ¡Abajo el rey! Repúblicas (Viento Sur, 2020).

Por último, respecto a este apartado, cabe señalar sin embargo una confluencia pendiente que aunque no aparezca en el libro estoy seguro que las editoras estarían de acuerdo en su inclusión en este debate. Se trata del ecologismo y el programa para dar una respuesta democrática a la emergencia climática. Desde el Green New Deal a las apuestas por la transición ecosocialista y el decrecimiento hay una amalgama de propuestas con denominadores comunes con el republicanismo. No puedo evitar señalar por elso que las luchas sociales y la obra de Murray Bookchin y Janet Biehl son una magnífica invitación para entablar las bases de un ecologismo republicano y de izquierdas.

Debates y combates republicanos

Pese a no abordar otros elementos indispensables, tales como la crisis migratoria y la negación de ciudadanía a las personas migrantes, frente a lo que el republicanismo opone soluciones en las antípodas de la extrema derecha, o la relación en el caso de América Latina con los pueblos indígenas originarios y las luchas indianistas, son temas tratados con toda la profundidad que aparecen en varias contribuciones en el libro enriqueciendo de esta manera la perspectiva republicana. Con un espíritu semejante al del amado activista republicano catalán Arcadi Oliveres, que hizo de la lucha contra el racismo y las prisiones migrantes que son los Centros de Internamiento de Extranjeros un combate vital a lo largo de toda su vida.

Por todo lo señalado a lo largo de esta reseña creo que Teorías de la república es una invitación intelectual y política a tomarse el republicanismo no sólo como un interesante campo de discusiones académicas, sino sobre todo como una agenda para el combate social y popular contra la monarquía española y lo que ésta representa en el Estado español y continúa representando, por cierto, en América Latina.

Es por este motivo que considero que, cuando María Julia Bertomeu señala con razón el boicot, o directamente el desconocimiento, de la obra de Domènech en el ámbito académico anglosajón por el hecho de estar escrita en castellano, quizás deberíamos no concederle demasiada importancia a este hecho y en cambio apreciar la divulgación popular de su pensamiento entre partidos y movimientos sociales, que es lo que ha producido de hecho hasta la propia metamorfosis mencionada de Pettit pese a que este no haya leído a Domènech hasta la fecha o al menos que yo sepa. De ahí diría, de acuerdo con una frase de Unamuno, que ahí reside el valor intelectual y social de una lengua, expresar una determinada concepción del mundo en un terreno vivo:

El primer deber de sinceridad es hablar y escribir cada uno, en cuanto le sea posible, en la lengua en que piensa y lengua que piensa a la vez, en la que es carne de sus ideas. (…). Si el catalán escribe en castellano, perderá algo de su alma propia, y eso que pierda es precisamente lo que más nos interesa conocer a los no catalanes, porque es lo activo en él y lo durmiente en nosotros[22].

Y por eso es una lástima, desde mi punto de vista como republicano catalán, que Domènech no haya escrito o traducido ninguna de sus obras más importantes al catalán. Porque como decía Gerry Adams “la cultura es algo demasiado importante como para dejarla en manos de los especialistas culturales”[23]. Y junto con ello querría señalar la nota discordante que representa la extraña crítica de Elias Palti al derecho de autodeterminación en su aportación[24],  ya que creo que los motivos han quedado expuestos con suficiente claridad para ver claro el vínculo intrínseco del republicanismo revolucionario con el derecho de autodeterminación de todos los pueblos oprimidos.

Ya que, si en América Latina el populismo ha representado el movimiento popular concreto para modelar las repúblicas de un modo plebeyo, del mismo modo podríamos afirmar que en Europa el republicanismo ha presentado de igual manera un movimiento populista para construir Estados plebeyos y en esto no difieren las luchas chilenas, colombianas y peruanas de las luchas vascas, catalanas, gallegas, andaluzas y castellanas por sus propios procesos constituyentes.

Albert Portillo es doctorando en Historia contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona

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[1] Cadahia, Luciana y Coronel, Valeria, “Volver al archivo. De las fantasías decoloniales a la imaginación republicana” en Marey, Macarena (ed.), Teorías de la república y prácticas republicanas, Barcelona, Herder Editorial, 2021, p. 78.

[2] Marey, Macarena, “Teorías de la república y prácticas republicanas” en Marey, Macarena (ed.), op. cit., p. 9.

[3] Op. Cit., p. 13.

[4] Op. Cit., p. 27.

[5] Cadahia y Coronel, Op. Cit., p. 63-68.

[6] Martí, José, “La República española ante la Revolución cubana”, Obras Completas, tomo 1, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, páginas 89-98.

[7] Escalante, Pablo Facundo, “La soberanía confiscada. República y tradición liberal en la Francia moderna” en Marey, Macarena (ed.), op. cit., p. 203-205.

[8] Escalante, Op. Cit., p. 208.

[9] Escalante, Op. Cit., p. 208.

[10] Escalante, Op. Cit., p. 217.

[11] Escalante, Op. Cit., p. 213.

[12] Escalante, Op. Cit., p. 219.

[13] Bertomeu, María Julia, “Reflexiones republicanas sobre la libertad y la dominación: conceptos y actores” en Marey, Macarena (ed.), op. cit., p. 37-38.

[14] Pettit, P., “The Tree of Liberty: Republicanism; American, French, and Irish”, Field Day Review, Vol. 1, 2005, p. 29-42.

[15] En “The republican image of freedom offers a moral compass for our country”, The Irish Times, 15 de mayo de 2016. Disponible aquí

[16] Torres, Aylinn, “Republicanismo y feminismos. Una conversación necesaria” en Marey, Macarena (ed.), op. cit., p. 163.

[17] Torres, Op. Cit., p. 170.

[18] Marx, Karl, "Capítulo III: El dinero o la circulación de mercancías" en El Capital. Crítica de la economía política, Tomo I, Siglo XXI, México, 2010 [1867], p. 165-166.

[19] En Torres, Op. Cit., p. 182.

[20] Torres, Op. Cit., p. 186.

[21] Ibidem.

[22] Unamuno, Miguel de, “Sobre el uso de la lengua catalana”, en Obras Completas, vol. VI, Madrid, 1965, p. 687 y 689.

[23] Adams, Gerry, "Cultura" en Hacia la libertad de Irlanda, Tafalla, Txalaparta, 2003 [1986], p. 177-189.

[24] Ver en Palti, Elías, “En busca del Santo Grial. El republicanismo en el debate teórico-político contemporáneo” en Marey, Macarena (ed.), op. cit., p. 372-373.

 

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