Fíjense bien en el nombre de este artículo. Entiendan bien su significado. Desde ya debe saberse, que el análisis y conclusiones que siguen tienen carácter relativo, de comparación entre pares, y de ninguna manera son valoraciones absolutas. No hablo de candidatos buenos, no porque no los pueda haber, sino porque no es el propósito de este análisis, que sólo desea aportar elementos de cierta objetividad para que el elector opositor pueda decidirse por la mejor opción de la manera más inteligente posible, sin atenerse a prejuicios ni a afectos y desafectos. No es mi objetivo tampoco hacer un análisis de la calidad de los candidatos presentados, ni de su idoneidad, ni de lo acertado de sus programas y proposiciones, algo muy importante, pero de mayor complejidad y donde la diversidad de opiniones posiblemente es mucho mayor. No hablo de los candidatos del gobierno, pues allí no existe tal diversidad de opciones.
Otro aspecto a tener en cuenta es que mi intención es llamar al voto inteligente de los votantes opositores, como fórmula de intentar arreglar las insensateces de partidos y candidatos de oposición, en relación a las muchas opciones presentadas al electorado para una misma plaza comicial. En Venezuela no hay segunda vuelta, que permita decidir entre los dos candidatos que llegaron en los primeros dos lugares, cuando el vencedor no sacó una proporción suficiente de votos que lo haga el indiscutible receptor de las simpatías de la mayoría de los votantes. Esta situación hace que cualquiera pueda imponerse en la contienda electoral con un respaldo minoritario. Gana quien tenga la mayor de las minorías, sin importar incluso qué proporción de votos lo separe de su inmediato seguidor. Algo absurdo y nada democrático, pero diseñado de esa forma para gobernar sin necesidad de respaldo popular suficiente.
Para quienes aún tengan dudas sobre la validez de lo afirmado o sigan inspirados y enceguecidos con el cuento de que tenemos el mejor sistema electoral del mundo, simplemente les llamo la atención de que nuestra Constitución establece, para la aprobación de ciertas leyes y decisiones del Poder Legislativo, una mayoría calificada de 2/3 de los votos (66,6 por ciento), lo que hace incomprensible, en sana lógica aristotélica, que no se exija mayoría absoluta (más del 50 por ciento de los votos) o alguna cifra por lo menos cercana para elegir a quienes nos van a gobernar. Esto nos lleva a otros temas: la doble vuelta electoral, las mayorías necesarias para ser declarado ganador, el quorum requerido para que una elección sea válida, el voto en blanco, la no reelección inmediata, asuntos importantísimos que no abordaré en este artículo, aunque deberían ser discutidos y redefinidos más pronto que tarde.
El posicionamiento electoral del candidato, el origen de su candidatura, la coherencia en sus posiciones democráticas, el desempeño en funciones públicas anteriores, sus enfoques reales y actitudes para el logro de la unidad necesaria, la conducta plural desplegada en su actividad cotidiana y su compromiso con los intereses de la gente por encima de la disciplina partidista, serían elementos fundamentales a analizar y sopesar por los electores, como pasos previos a la toma de la decisión de por quién votar. Si algún candidato reúne todas las condiciones señaladas no debería dudarse de que es la mejor opción para enfrentar al gobierno. Pero las comparaciones usualmente no son tan fáciles, pues algunos candidatos serán superiores en unos ítems, mientras otros lo serán en otros aspectos. La importancia de estos tampoco es idéntica, ni se dispondrá de toda la información necesaria, lo que dificulta las decisiones.
De allí, que la existencia de un grupo de analistas venezolanos, que se encargue de efectuar estos estudios en los casos concretos más emblemáticos y presentarlos públicamente en forma detallada, sería de una gran ayuda para los electores y de gran importancia para el país. Sería además una forma de participación de la sociedad más allá de los partidos y grupos políticos.