Venezuela: como Juez Antonio de Navarro, es peor la solución que el problema

Viernes, 01/10/2021 09:45 AM

—¡España llevó la civilización y la libertad a America! La presidenta de Madrid critica al Papa Francisco por pedir perdón a México.

¡HAY LES VA!

—"La Brevísima Relación de la Destrucción de las Indias de Fray Bartolomé es un verdadero tratado de la criminalidad y el sadismo de los españoles en América".

Diego de Losada "aquel capitán valeroso y esforzado". En una de sus entradas al Valle de Caracas, hace tantos estragos entre aquellos infelices que Oviedo, que tan magnánimo se muestra en juzgarle, comenta: "no podemos negar que en la mortandad ejecutada tuvo mucha parte la crueldad". Escribe el mismo autor refiriéndose a las atrocidades que hacían los hombres de Losada en los primeros días de la conquista de Caracas: "Los derribaron a balazos y empalándolos después, (SEÑORA DE MADRID, sabe cómo es empalándolos) los dejaron puestos en la loma para escarmiento y terror de los demás". Juan Catalán se cita entre ellos. Fundada la ciudad de Caracas y caminando hacía el Valle de Salamanca, llamado también el Valle de los Locos, le mataron a Diego de Losada dos soldados: Losada monta en cólera y ordena a Jerónimo de Tobar que haga un escarmiento entre los indígenas. Así lo hace el conquistador. Se embosca con cuarenta hombres y espera pacientemente, como un cazador, el paso de la presa. "Al romper el alba al día siguiente se empezaron a descubrir cómo quinientos gandules que bajaban por uno de los caminos que venían a parar en la emboscada; de que gozosos los nuestros los dejaron empeñar para asegurarlos bien, y viendo que hasta cincuenta de ellos estaban ya metidos en parte que no podían escapar, dando Tobar la señal de acometer, sólo libró la vida un cacique llamado Popuere, quedando los cuarenta y nueve hombres hechos pedazos". Satisfecho Losada con esta demostración para el castigo, prosiguió su camino. Acusado por Francisco Infante de este y otros delitos, fue destituido por ser el gobernador Ponce de León.

Crueldad. El robo a los naturales y la extorsión a los gobernadores, lo mismo que el atropello y la inhumanidad de los encomenderos, es otra de las caracteriscas de los españoles en Venezuela. El levantamiento de 1553 de los esclavos negros en las minas de Buría no tiene otra causa. Dice el Padre Aguado que había un vecino de Barquisimeto llamado Pedro de los Barrios, que daba muy mal trato a sus esclavos. Un día "quiso castigar con rigor a un esclavo de los que a su cargo estaban, llamado Miguel, negro muy ladino en la lengua castellana. Este esclavo, viéndose en esta aflicción, determinó no obedecer ni temer sufrimientos más, hallando allí a mano una espada se defendió del minero y se fue huyendo al monte". Era tal el resentimiento que había en esos lares contra el conquistador que en un momento logró alzar a todos los esclavos de la región y a ciento ochenta indios.

Treinta años más tarde del alzamiento de Miguel, se produce la rebelión de los negros de Maracaibo. La forma en que son reducidos y tratados los prisioneros llenaría de espanto a cualquiera. Fueron tales las afrentas y crímenes que cometieron los españoles contra los indígenas, en Coro y el Tocuyo, que los jirajaras se mantienen en pie de guerra, negando todo parlamento con los blancos, hasta 1628, fecha en que finalmente son reducidos.

La encomienda en Venezuela, como en toda América, tiene tres símbolos: hambre, látigo y cepo. Los indios trabajan para sus amos desde el amanecer hasta la caída de la tarde. "Trabajan para el dicho encomendero en labranzas de maíz y caña dulce que muelen en un trapiche que tiene, trasnochándolos y madrugándolos para la dicha molienda y demás dello compran de su pobreza las herramientas con que trabajan porque el dicho encomendero no se las da". No les dan tiempo a las hembras ni para criar sus hijos. Aran la tierra, despueblan bosques con los dolores de entuertos. Violan las indiecillas antes de que les salga el seno. El hijo del encomendero Hipólito Rodríguez tortura a un indio llamado Miguel, y luego lo cuelga de una viga porque ha dicho al gobernador que la daba malos tratos. Hay cuentos de expedientes como éste. Uno dice: "Dixo que el dicho encomendero asota de ordinario a los indios y después los aprisiona en grillos, cadenas y otras priciones de madera". Veamos otro: "Los mata a palos con un palo gordo que trabe. A un indio principal lo coxió y amarrados a manos y pies, le dio muchos azotes hasta que lo dejó medio muerto".

Los españoles de Venezuela en nada se diferencian de los de Santo Domingo. Trasladan hombres y mujeres de una encomienda a otra haciendo caso omiso de sus nexos afectivos. Separan a los padres de los hijos, a los hombres de sus mujeres. A los quiriquires los sacan del Tuy para llevarlos a Petaquire, los de Puerto Cabello van a Paracoto, los de Los Teques a Santiago de León. Por el camino van cayendo centenares de infelices. Terminarán por extinguirse en el fondo de las encomiendas.

Los encomenderos se roban unos a los otros. Esteban Lorenzo y Juan López Dorado se acusan mutuamente de ladrones. Francisco Infante, después de intrigar todo lo que puede, termina por robarle las tierras al cacique Baruta. Garci González de Silva, además de romántico, es la personificación del terrateniente agresivo. Desposee por las malas a sus compatriotas Miguel Hernández, Baltazar Fernández y a doce pequeños propietarios. Con las armas en la mano se metió en las tierras de Manuel Figueredo.

La pacificación del Valle de Caracas y sitios circunvecinos se realiza en forma similar a la que emplearon Alonso Galeas y García González con los mariches. Francisco Carrizo, el teniente de Tácata, reprime la rebelión cortándoles las narices y las orejas a treinta y seis indios y al cacique Cumaco; Sancho García, ahorcando a la madre del nuevo caudillo rebelde. Un soldado de apellido Tapia, en una de las expediciones de Pedro Alonso contra los Quiriquires, se encontró en la playa de un río a una criatura de ocho a diez meses: "Cogiéndola por un pie y diciendo: yo te bautizó en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, la arrojó en medio de un río, donde, sumergida en las ondas, le sirvieron de sepulcro los cristales.

Oviedo y Baños dice: "remitimos sus nombres al silencio por excusar a sus descendientes el rubor, que podrá causarles la memoria de una acción tan indigna y fea en quien tenía sangre noble". Este mismo pueblo contempla impasible el empalamiento de los veinticuatro caciques mariches que ajustició Losada. Oviedo y Baños comenta sobre este particular: "se olvidaron nuestros españoles de las obligaciones de católicos y de los sentimientos humanos, pues faltando a los respetos de la piedad, entregaron aquellos miserables a la muerte más cruel. Oviedo acusa de esta crueldad inaudita a Pedro Ponce de León, hijo del gobernador, y a Martín de Antequera, a la sazón alcalde de Caracas. Esta misma gente verá a "Amigo" el feroz perro de Garci González de Silva, sacándoles las entrañas al indio Tamanaco.

El Padre Aguado afirma que a fines del siglo XVI quedaban en la región de Coro unos doscientos caquetíos. En la época de Juan de Ampíes eran unos 14.000.

Juan de Orpín, en una representación que hizo a la Audiencia de Santo Domingo a principios del siglo XVII, decía que los Palenques se habían reducido de 500.000 a 50.000 en los años que iban de conquista. Según Arcila Farías, el mal trato de los encomenderos hizo desaparecer los dos tercios de la población indígena de Barinas. El visitador Vázquez de Cisneros encuentra que hacia 1620 la despoblación indígena ha sido tan grande en la Provincia de Mérida que sólo quedan 3.114 indios varones. Arcila señala como causa fundamental de esta mortandad las guerras de la conquista. En orden de importancia siguen: enfermedades, malos tratos, esclavitud, expediciones y suicidios.

Así fueron los años primeros de Caracas. No llegaban a trescientos hombres cuando este malestar sobrecogió a sus pobladores.

Decía el gobernador Mazariegos en Carta al rey, en 1571, que en toda la provincia de Venezuela había ocho pueblos y quinientos españoles (Arcaya, O.C., pág. 249). El Padre Froilán de Río Negro dice en su obra El Fundador de Caracas, D. Diego de Losada, que Caracas tenía 50 ó 60 vecinos en 1568; cuatrocientos españoles en 1593 y mil hacia 1740.

¡La Lucha sigue!

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