Conversaciones en el purgatorio, con William Izarra

Domingo, 10/10/2021 10:43 PM

Pienso que William Izarra, al unirnos para participar en aquella campaña hacia la Constituyente, y al conjugar ideas, al coincidir en buscar una salida política para el país y al padecer toda clase de dificultades recorriendo Mérida, al llenarnos de tantos dolores, insultos, traumas y vejaciones, sentimos el llamado de otro tipo de causa: el de la liberación a través de la escritura. En varias reuniones sufrimos atentados, agresiones, violentos ataques, y llegamos a pensar lo terrible que significaría soportar aquella avalancha de tensiones sin contar con la espada de nuestras claridades mediante la escritura. William Izarra en medio de mis desafíos jamás criticó mis discursos ni mi manera de encarar aquel terrible mundo de adversidades. Por lo cual nos sentimos en sintonía y seguí siendo en público, leal a mi escritura y a mis pensamientos. En esencia, lo nuestro no sería buscar votos sino decir nuestras verdades sin reparar en las amenazas y censuras. Por eso mismo, camaradas que en un principio nos acompañaron en nuestras giras terminaron apartándose. Algunos compañeros nos dijeron:

  • Nosotros no lo entendemos a usted, Sant Roz, que lo que hace con sus palabras es espantar a la gente.

Y William Izarra, a estos compañeros llegó a responderles: "-En verdad que nuestro fin, después de todo, no puede ser el andar conquistando votos solamente. Tenemos que enseñar a pensar, tenemos que hacer otra clase de política, que no tiene que ser el andar dando abrazos, repartiendo sonrisas y prometiendo que le vamos a arreglar las cosas a los demás sin que ellos no pongan de su parte. Nosotros quizá nos convirtamos en unos aguafiestas para los que crean que la política es sólo parte de una feria, de un juego, de un simple pasatiempo; venimos a ofrecer sacrificios, venimos a entregar coronas de espinas, cargas de duros y pesados fardos, el que aspire que con nosotros va a tener cargos para disfrutar sus vidas están equivocados, y los queremos bien lejos de nosotros…".

Sin duda, en aquellas marchas duras, en aquel mar de contradicciones que a veces nos atormentaban, también íbamos descubriendo que nuestro fin último, tenía que ser escribir. Sobre esto hablamos mucho, y creo que esto fue lo que más sentimos sin llegar a comentarlo mucho entre nosotros. Todo se iba descubriendo de manera natural a cada paso de la realidad que se nos atravesaba.

  • Esta campaña terminará –me decía William Izarra- pero quedarán tantas enseñanzas que habrá que recoger, meditarlas, y luego acompañarlas de más conocimiento.

Y lo que estallaba por doquier era la necesidad de leer, de prepararnos, y también de escribir. Y sobre esto hablamos largamente en los caminos que recorríamos, en las posadas donde nos quedábamos, en las largas noches en los que nos quedábamos en algún lugar hablando hasta el amanecer.

Entonces a borbotones llegaban aquellas memorias, aquellos recuerdos, aquellas vivencias que hablaban que aún incluso con la escritura nunca se llegaba al final de nada. Que era igualmente otro camino igualmente sagrado.

  • El escritor, ya sea por invalidez física, mental o por muerte, deja mucho por escribir. Se le queda mucho más por hacer que lo que ha hecho. Su obra queda a medio camino y nadie podrá terminarla, porque cada escritor serio es único y, única su obra. "Te las verás bien feas", me dijo en una ocasión Ramón J. Sender, en San Diego, California. Profecía que se hizo realidad en mí. Algo existe que me lleva a escribir, por una parte una necesidad de ser y de decir lo que siento, y me atrevo a hablar por los que son escritores: El escritor debe tener una misión y una responsabilidad consigo mismo que no podrá evadir: ser sincero con su vocación; anunciar, como el apóstol, la buena noticia, que no siempre será buena para todos, la mala también (la peor) estallará en su contra; anunciará y denunciará, comunicará sus pensamientos, sus ideas, su creatividad a las generaciones posteriores y esto, las más de las veces, es entrar en el infierno.
  • El que sea atacado no es su problema; va a ser vilipendiado, calumniado y demandado por gremios de abogados y poderosos bufetes, a veces la condena provendrá sobre todo de los que tienen miedo a sí mismos que son la inmensa mayoría; por eso estará en todo momento en desventaja. Vivirá, pues, entre el insulto, la incomprensión y la vejación permanente.
  • Señalado y amenazado por su fidelidad a sí mismo. No en balde Ramón Sender exclamaba al final de sus días: "Me pesa haberme metido en este lío de escribir y de pensar, más me habría valido quedarme siendo un simple agricultor en mi pueblo". No pudo llegar al final, nadie puede llegar al final, repito. Sender sabía que después de que alguien desafía el mundo siendo uno mismo (es decir, diferente) regresarse significa el suicidio. La escritura es un laberinto, se conoce la entrada, no hay salida.
  • Pero el escritor también pertenece a la historia, está dentro del ojo del huracán de ésta; él es el que la mantiene viva, la mueve y la impulsa ya sea desde el ámbito literario, histórico, científico, económico, social. Es el escritor quien hace la historia desde cualquier perfil y desde cualquier estilo, la remodela y la crea en dimensiones profundas, más humanas, trágicas o tomentosas, tal cual como corresponde al de los seres con destino.
  • De modo, William, que el escritor es el lazarillo que guía los pasos de la historia por los caminos de los pueblos y de los continentes y, si bien es cierto que la historia la hacen los pueblos, es decir los hombres, son los escritores quienes la mueven y la enseñan. Muy lejos están los tiempos en que la historia caminaba oralmente en hombros de las comunidades analfabetas.
  • Como el apóstol, el escritor carga con los pecados ajenos, con las penas de los otros, con las culpas de las gentes, con los amores y con los odios de los demás; no puede sustraerse a ese llamado, su escritura es un evangelio, entendido ésta como "buena noticia" en significado original, su decisión prima sobre su propia vida incluso, porque la expone extremadamente en riesgo, incluyendo su propia familia; como el soldado en la guerra, ha de avanzar siempre adelante frente al peligro, sorteando todo tipo de dificultades, no ha de tener reposo ni tregua, la pluma y el papel serán sus inseparables compañeros en sus largas soledades, en sus impenetrables silencios y mientras los demás duermen, descansan o se divierten, él trabaja física e intelectualmente; como el Jeremías del Antiguo Testamento con los ojos rebosados en lágrimas, gritará improperios contra los pecados de un pueblo irredento y unos mandatarios que lo amenazan y lo tildan de loco, de peligroso.
  • "¡Ay de mí! ¡Estoy perdido!", exclama Isaías al ser llamado y enviado a denunciar los pecados de Israel. Así el escritor también está perdido porque la escritura es un demonio que lo ata, lo obliga y lo lanza sobre los folios, sobre los teclados; está condenado a gritar las tragedias de los demás y las lleva a cuestas sin poder gritar sus propias tragedias ni salir de ellas sino que ha de tragárselas y llevarlas como un maligno y oculto cáncer que le conducirán al sepulcro en absoluto abandono, odiado, difamado, incomprendido por propios y extraños; como el Cristo del calvario, agonizará solo redimiendo a los demás, sin que haya nadie que lo redima a él. Esta vocación es malagradecida por los otros e injusta sobremanera. "No vale la pena", le señaló Sender a Sant Roz, le insisto.
  • Un verdadero escritor no escribe para hacer dinero ni para proyectarse en los medios. En Venezuela por la misma incultura literaria, muy pocos valoran este oficio que debo declarar es sagrado. Aquí un verdadero escritor termina siendo un leproso como lo fue mi hermano Argenis.

Tanta gritería de Jeremías, llevan a que el monarca de turno, Josías, lo lance a la cisterna de lodo ubicada en uno de los calabozos del palacio para silenciarlo y así fue como a Cristo le costó la vida. En cualquier época los escritores siempre andan caminando hacia el destierro. "No tengo ni patria, ni dios, ni regresaré a pedirle clemencia a los tiranos", escribió el escritor colombiano Vargas Vila al final de sus días. Argenis Rodríguez, después de escribir muchos libros, deambulaba por las calles de San Juan de los Morros y de Caracas como un mendigo recogelatas, hundido en la miseria y sólo la muerte violenta terminó con el suplicio de ser escritor. Porque, a los cuatro vientos, dijo la verdad, casi nadie lo quería. Sender tenía razón, conocía los altibajos, las celadas, las decepciones y las malas intenciones de los señalados por su pluma.

Sender me decía: "Mejor será que te dediques a las matemáticas y deja lo otro para un ejercicio indiferente, un lujo. Dedícate a enseñar a grupos de alumnos en las aulas algo práctico, esto jamás te traerá problemas". No fue mi destino, y me puse a aprender un poco el oficio y me fui convirtiendo, por arte del mismo oficio en un maldito. Acabé por echarme encima el mundo y no pude dejar "cantar" hasta reventar como la cigarra. No hay opción. Aquel joven estudiante de la Universidad de San Diego, California, descubrió en su nuevo amigo Sender un sabio una verdad que era su condena, y emprendí en solitario mi camino.

 

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