29 de octubre:
LUEGO de mes y medio de verano, vuelven las tenaces lluvias y se desbordan de nuevo los callejones en el Valle del Mocotíes y en varios pueblos del Sur. Hemos estado tratando de viajar a Canaguá, pero se nos han presentado mil inconvenientes con la camioneta. Pagamos y pagamos, y nada que resolvemos. Buscando las lochas (dólares) compramos una nueva batería, le ponemos un escáner a la computadora, y a la final, al parecer el carro se ha arreglado solo, por intermedio del espíritu santo, pero no nos sentimos seguros.
Arriesgándonos, cogemos hacia Canaguá como dijimos, un lugar a unas cinco horas de Mérida. La partida es a las ocho de la mañana, en un día nublado y lluvioso. Va al volante el padre de mi esposa, Horacio. Nuestra primera parada es a uno veinte kilómetros del páramo de Tusta, el punto donde enterramos a Solita. Nos detenemos, y no encontramos sus restos, sólo una maraña de pelos y su mortaja, el paño en la que la traíamos envuelta y se nos murió. En este santo lugar hacemos algunas plegarias, tomamos café y continuamos nuestro viaje con el pensamiento enteramente en nuestra querida perra. Le comento a María Eugenia una frase de Graham Greene, en relación con nuestra perra Solita: "La esperanza es un instinto que tan sólo el razonamiento humano puede matar". Solita nunca desesperó en su marcha hacia la muerte. Respiró con dolor hasta el último momento y lo hizo con el amor entrañable hacia su ama.
Más allá de El Molino vemos grandes sembradíos de espigadas matas de maíz, hermosas mazorcas, como también terrenos arrasados por las lluvias. Llegamos a la una de la tarde y tal cual como acordamos con Carlos Chacón nos dirigimos al pueblo para echar gasolina. Aún lloviznaba, y en el gran avispero de motos que estaban esperando cerca de la bomba, con charcales a los lados, no veíamos un solo rostro conocido. Todos venían de la parroquia de Chacantá, a los que les corresponde abastecerse.
Total que venimos llegando a las dos de la tarde a nuestra casita, en medio de la desolación de la ausencia de Solita. Allí recibimos la atención de Neptalí y su esposa Marcolina, quienes ya nos tenían preparado almuerzo. La familia de Neptalí se encuentra refugiada en la escuelita de la aldea ya que su casa fue arrasada por una vaguada, en agosto pasado. Habiendo quedado Neptalí sin un techo, le ofrecimos nuestra casa para que se bandeara en medio del temporal, y allí se estuvo durante tres semanas hasta que decidió convertirse oficialmente en damnificado, estableciéndose en la escuelita.
En habiendo trinchando cambures verdes sancochados, carne, ensalada y arroz, me dirigí a visitar al señor Corsino, presentarle nuestros saludos y para decirles que aún andábamos por estos mundos haciendo de tripas corazón.
Hemos descargado de la camioneta ladrillos, medio saco de cemento y un saco de arena que nos regaló nuestro hijo Andrés.
(En habiéndose desatado la gran desbandada (o espantada) entre los venezolanos, programada desde Estado Unidos y la Unión Europea para destrozarnos y hacernos cambiar de gobierno, no ha quedado una sola familia en el que alguno o algunos de los suyos no haya salido a buscar por el mundo, sin rumbo, una "salida").
30-10-21: Todo me recuerda con dolor a Solita, cuando busco las botas de trabajo, cuando nos sentamos a comer, o salgo a la verja o me dirijo al río, cuando me echo en la grama o me voy a la troja y me acuesto en la hamaca.
Me dedico a recoger café, cojo un canasto y meto en él unos cuatro kilos. Luego los colocamos en el cimiento porque lo vamos a procesar en bola o como café corriente.
Horacio se ha dedicado a rosar la grama hasta que la guadaña eléctrica da el tiro. Sólo pudo rosarse un pequeño paño.
Pasa Avenildo y nos saluda, llevando a su lado a nietecito Andrés. Noto al niño muy apocado y con un rosario de dientes de ajo alrededor del cuello. Me dice Avenido que ese rosario de ajos es una maravilla para combatir los parásitos. Un poco más arriba veo venir a Alejandro, hermanito de Andrecito con un arreo de becerros. Ya los han apartado de sus madres.
Nos visitan Ángel y Engracia, y por la noche llegan Neptalí, Marcolina y su hija Angibel.
Se asoma un cacho de luz en el firmamento que de pronto es tapado por los trazos de un negro gigante. Se va dispersando la nube en grises remolinos.
Me voy a la cama, y el frío trincha y hunde sus garras. Busco el sueño y lo que me viene al azar a la cabeza se me queda revoloteando hasta encontrarle algún sentido. Se me cuela una imagen de los días, por 2003, cuando anduve como fugitivo por Los Teques, recién separado de María. De este recuerdo salto a una visita que hice por San Antonio de los Altos, en el 2008, a Iraida Blanco, sobrina del poeta Andrés Eloy Blanco. Iraida está casada con un inglés de nombre Stephen. Este inglés tenía un hermano que era actor de cine, y el propio Stephen tenía maneras y amaneramientos de artista de cine. Esta pareja era entonces declaradamente chavista, y recuerdo que en una ocasión me tomé con ellos un café en el viejo restaurante "El Papagayo", de Chacaíto. En El Papagayo llegué a ver, por allá, a finales de los sesenta, tomando cervezas, a Henri Charriérre, al famoso autor de "Papillón". Todo me veía como ramalazos sin orden ni ilación. Pues bien, para Stephen, la mayoría de los venezolanos era "echones", y también dijo que nosotros no teníamos mucho sentido de patria, y que le parecía muy doloroso que nosotros no fuésemos capaces de defender nuestro país ante los rapaces imperios que nos acosaban. Entonces, pensé, si acaso eso debía avergonzarme, mucho más que a él quien provenía de la nación más pirata y expoliadora de la tierra, la más vil, la más asquerosamente terrorista y asesina de la tierra. Todo esto lo consideré más tarde, pero en aquel momento que debí decírselo y no lo hice. Son esas respuestas fulminantes, que después es cuando uno las piensa, y le duele no haberlas dicho. Y así me fui durmiendo.
31-10-21: Avenildo nos trae un costal lleno de mazorcas de maíz, y María Eugenia prepara unas exquisitas cachapas, como aquellas grandiosas que hacía mi padre, Francisco Javier Rodríguez Barberi, el talabartero de Las Mercedes del Llano.
Cual muchachos, junto con Avenildo y Horacio, nos dedicamos a deshojar mazorcas.
El gustazo ha sido memorable, con las fabulosas cachapas que ha preparado María Eugenia. Cada uno dimos cuenta de dos cachapas por cabeza, rellenas con queso y untadas con mantequilla criolla.
Después del mediodía se asoma el "catire" por primera vez en cuatro días. Los pájaros se disputan mariposas que se anidan en los ventanales. El siote negro cuando canta anuncia más lluvias.
Llueve toda la noche, pienso en los callejones, en las torrenteras, en las caídas de agua que pueden reventar por los lados donde vive Avenildo, y venirse sobre nuestra casa.
1-11-21: en medio de la calma y un silencio milagroso, cubierta de gasas tristes las montañas, tomamos el primer café del día. Al fondo del patio y a mi derecha, todo brilla con el rocío. Al frente, las vacas se ven colgadas como muñecos de pesebre en los grandes desfiladeros. Según las cuentas que yo saco, cada mes se desbarranca alguna, y cuando esto ocurre aparecen de todos lados colaboradores para tasajearla o componerla. Finalizado el festín, se ven a los aldeanos cargar en los hombros pesados fardos chorreados de sangre.
Hoy cuando fui a encender la camioneta le noté cierta falla por lo que decidí quitarle los bornes a la batería. De modo que persiste el problema de una fuga eléctrica, y el riesgo de que le se presente el mismo problema de la semana pasada.
Me dedico a arrancar todas las matas de cayena que se han enroscado en la cerca, las cuales amenazan con dañarla, mientras que Horacio trasplanta once matas de café. Horacio, mi suegro, tiene 82 años y se mueve y trabaja como un muchacho. Y de muchacho es también su apetito.
Por la tarde, se presenta Avenildo con su motosierra para echar abajo un guamo que está amenazando la seguridad de la casa. Los cortes que hace son precisos para que las ramas en su caída no afecten el cafetal. Bailotean las enormes hojas de guamo por el patio, y machete en mano vamos armando un buen reservorio de madera, para la estufa y la chimenea.
María Eugenia, a un lado de la casa, allí donde han dejado el césped hermosamente peluqueado, frente a unas montañas arropadas por la neblina, ha cambiado de tijeras, se planta a cortarle el pelo a su padre.
No ha cesado de llover, y nos cuentan que en El Rincón la quebrada está desbordada, tan afectada, que hoy no ha podido salir buseta para Mérida.
2-11-21: Hoy cumple años el señor Corsino: 88. Nos arreglamos y vamos a felicitarlo. Ángel nos recibe con un trozo de torta hecha con cáscaras de naranja, y una taza de café, advirtiéndonos que la verdadera celebración se hará el próximo sábado, con presencia del señor cura de Canaguá.
En conversaciones al boleo sobre el morir, la filosofía del señor Corsino es la misma de Santa Teresa de Jesús: No hay que turbarse por nada porque todo pasa: "Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa". Un gatito juguetea con los perros colocándose patas arriba y dándoles bofetadas por los hocicos; una gallina pasa azarosa con su arreo de pollitos, y mete su cabeza por una pequeña verja colocada en el corredor. Más allá, un cochinillo hociquea en una barbacoa. Nubes de torcazas, cual hormigas voladoras en el cielo, se ven dirigirse hacia las tierras calientes de Santa María de Caparo.
Neptalí nos obsequia un poco de leche de cabra, con la que María Eugenia nos preparará arroz con leche.
En el colmo de la calma y el silencio, va discurriendo el día. Horacio, machete en mano, despeja el terreno de unos viejos limoncillos que hacían de veranda en el patio, para allí trasplantar unas matas de café: al tiempo que María Eugenia va rastrillando y tijereteando por los lados del jardín. Yo voy arreglando las rolas que quedaron regadas del guamo que se derribó ayer.
Nos visita doña Consuelo, y en una cestica nos trae limones y cambures.
Por la tardecita, viene la niña Lucía Valentina para que María Eugenia le dibuje una Caperucita Roja, que le han pedido en las tareas de la escuela.
3-11-21: me acabo de enterar que ha muerto el traductor y gran poeta cubano Pablo Armando Fernández, a quien conocí en Barinas el año 2005. Pablito, como le llamaban sus amigos, fue invitado a Venezuela, por el entonces rector de la UNELLEZ, el profesor Pedro Grima, y siendo yo director de Relaciones Públicas e interinstitucionales me correspondió tratar con él diversos eventos y temas culturales. Puedo decir que Pablo Armando Fernández, conocía en su lengua original y de memoria, ese clásico de literatura universal "Cumbres Borrascosas", de Emily Brönte. Podía describir palmo a palmo todos los lugares en los que discurrió esta novela. Tuvo la gran generosidad de autografiarme algunos de sus poemarios, entre ellos "El Talismán y otras evocaciones" que son historias que transcurren en varias ciudades: Londres, Nueva York, Venecia, París, en el cual estampó esta dedicatoria: "A José Sant Roz. Aspirar a vencer lo imaginario para convivir con lo real es ignorar que los opuesto cumplen con revelar lo oculto en sus arcanos".
Mientras Horacio se encarga de desmalezar el sector de la troja, yo me dedico a lavar pantalones y franelas. El tiempo al parecer no se muestra propicio para secar la ropa.
La casa ha quedado hermosa con todos los arreglos que se le han hecho en el jardín y sus alrededores. Lo que hace falta es nuestra perra.
Por la tarde viene Ángel con su perrito Chisperito. Vamos a emprender él y yo una caminata hasta la finca de Ramón isidro Díaz.
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¿No irá a llover? –le pregunto a Ángel.
Mirando el cielo con su manera peculiar de sopesar las nubes y los vientos dijo, con harta seguridad:
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Hoy no llueve, ni siquiera por la noche.
Salimos a la una y media, y me llevo la cámara del celular. Cruzamos el río, emprendemos la caminata por una cuesta desde la cual vamos viendo nuestra casita y la escuela de la aldea, en la que está alojado provisionalmente Neptalí y su familia. Ya adentrándonos por la hondonada de los pinos, vimos todo empapado, con los terrenos enfangados. Emprendimos el ascenso por el encajonado camino que conduce a El Cobre. Cerca de una mina de agua, el camino tuerce hacia otra empinada cuesta y vemos que se ha ampliado el terreno, con el fin de que pueda pasar un camión con materiales de construcción.
Me va contando Ángel que vendió a Tomy el cabro de raza que le había regalado su hermano Neptalí. Lo vendió a un hombre de El Valle para cogerle cría, por cincuenta dólares. Llegamos a la hilera de las grandes matas de guayaba, sin frutos todavía, y un poco más adelante la casa de El Cobre, a donde piensa construir Neptalí después que la vaguada del pasado agosto le ahogara su casa. De momento, digo, Neptalí vive como damnificado en la escuelita. Como toda la vida Neptalí ha sido hostelero, piensa levantar en El Cobre una posada para turistas, en sustitución de la que tenía, Las Hortencias, que se llevó una crecida.
Los cálculos para levantar allí una casa son abismales, unos dicen que se requieren unos quinientos litros de gasolina para transportar los materiales y otros consideran que hasta mil. Hasta ahora el gobierno le ha apoyado en materiales con unos cuatro mil dólares pero le falta el cemento, los bloques y todo lo que tiene que ver con la estructura para el techo.
Seguimos ascendiendo. Cruzamos el portón que da al desvío de la casita de Ramoncito. Vamos viendo el gran zanjón en cuyo fondo se distingue la línea del camino real. Llegamos al portón rojo, y allí nos topamos con una mata de guayabitas bien ácidas, porque aún están verdes. Luego pasamos bajo tres árboles de pepeo, del tipo blanco y del negro. En lo particular yo pasé corriendo, teniendo en cuenta que hace unos tres meses por un pepeo cogí una seria contaminación en los brazos y manos, y en una pierna.
Vimos un poderoso sembradío de café perteneciente a Horacio, hijo del señor Antonio. Ni Gaudencio ni Onofre estaban en sus casas. Cerca de los potreros se habían formado grandes charcales, y recordé a Solita, la compañera de todos mis paseos. Abajo se veían dispersas casitas de zinc, reverberando con los rayos del sol, hasta que oímos una motosierra. Nos fuimos metiendo por un bosquecito hasta que vimos el jeep rojo de Ramón Isidro y poco más allá a él y a su esposa Cileni, cortando madera. Las recientes lluvias habían echado abajo a muchos árboles. Entonces con Ángel nos pusimos a llevarla hasta la tolva del jeep. En este trabajito nos tuvimos como una hora, hasta que Ramón Isidro y Cileni cogieron en el jeep para su casa, y Ángel y yo, seguimos a pie. Descendiendo aquellas verdes faldas, colmadas de bellezas conmovedoras, oíamos a multitud de gallinetas, que nosotros en los llanos llamamos guineos. Andan alborotados y a lo salvaje los guineos por aquellos bosques. Cruzamos el potrero de Ramón Isidro, y en llegando nosotros iban entrando a la finca el jeep rojo.
En una banqueta estaba esperando al dueño uno de los peones, y pronto la señora Cileni se hundió en la cocina a hacer café. Revoloteaban de un lado a otro, perros, un gato, piscos, gallinas y pavorreales. Mencionaba Ángel a alguien que había muerto recientemente, y Ramón Isidro lo conocía, había sido condiscípulo suyo. El peón que estaba allí se fue con dos kilos de queso y un cartón de huevos. Este peón es uno de los hijos del señor Antonio, quien está muy enfermo.
Caía la tarde, y llegó la hora de la partida. En un fardo Ramón isidro nos metió tres hijitos de matas plátano para que María Eugenia los plante en nuestra casita. Luego Cileni nos dio varios plátanos de su cosecha y seis huevos de pisca.
Llegamos a casa a las siete de la noche, cumpliéndose lo que nos dijo Ángel: no nos llovió.
5-11-21: Día de visita a los enfermos. Cojo mi mochila y me voy por el camino real. Hay un día esplendorosamente soleado, y me dirijo a casa del señor Antonio quien está enfermo. Le llevo un poco de moringa que traje de Mérida. El camino es de lo más hermoso, siguiendo al costado derecho vemos el río, grandes sembradíos de café, el callejón enorme con montañas a los lados en un día claro, asoleado.
Por allá, en un tanque, encuentro a Antolín, el hijo mayor del señor Antonio, lavando café. El café luego de recogido se lava unas cinco veces para quitarle la baba y después ponerlo al sol. Del café secado se obtiene lo que se llama café en laja, y después de trillado se convierte en café en azul. Del café colorado al azul hay un gran trecho de trabajo.
Sale el señor Antonio de su cuarto andando muy lentamente con un bordón en la mano. Le cuesta mover el cuello para ver lo que está a sus lados. Viene algo pálido y bastante delgado. Nos sentamos a conversar en el corredorcito, al tiempo que Antolín va esparciendo en el pavimento café recién sacado del tanque. El señor Antonio me va diciendo que de quinientos kilos de café colorado se obtienen apenas cien en azul, y que de éste aún llegan a perdérsele unos veinte kilos después de tostado y molido.
Otro producto que merma mucho es la caña de azúcar. De un camión cargado de caña se le sacan si caso unos quince bultos de panela.
Hay tres perritos cazadores, de raza, criados por Horacio, también hijo del señor Antonio, los que constantemente saltan un enrejado y se echan sobre el café que se está secando. Veo las faldas de las montañas colmadas de cafetos y camburales en los que ya está la gente recogiendo café. La cosecha puede ser buena este año pero hay poca gente para recoger las pipas o en todo caso no hay cómo pagarles.
Me dirijo a casa de Abraham, abro la puerta y paso porque me dice el señor Antonio que ahí no hay perros. Me voy al fondo y encuentro a doña Ernestina en cuclillas limpiando café. Le pregunto por Abraham y me dice que está recogiendo café con un hijo de Alesio. Se incorpora doña Ernestina para servirme café pero la detengo advirtiéndole que ya he tomado donde Antonio. Entonces me trae una piña y una bolsa con café molido.
Emprendo el regreso y me detengo en casa de Silvio quien recientemente sufrió un aparatoso accidente: se fue con su moto y una carga de abono por un precipicio. Todo el mundo dice que se salvó de milagro. En ese mismo sitio del accidente, hace años se mató un muchacho. Paso al corredor y en un santiamén aparece doña Leticia, esposa de Silvio con una buena taza de café. Le digo a doña Leticia que deje tranquilo a Silvio si está encamado, pero eso lo veo llegando con un bordón, renqueando y ubicándose para la conversa. A su lado está el carapacho de la moto, de lo que pudo salvarse porque el tanque de la gasolina se volvió trizas. Vuelve a la terrible historia que le contará a todo el que le visita. Hablamos de su truchicultura, de unos alevines que le traerán de Barinas; hablamos de sus hijas, de los viveros, de las siembras y de los perros.
Sigo la marcha hasta la casa del señor Corsino, el cumpleañero de sus 88, quien está invidente, como hemos dicho.
Por la noche visitamos a Neptalí y conversamos a la oscura luz de la luna nueva.
6-11-21: Voy con Horacio a visitar el lugar dónde se ahogó la casa de Neptalí, la otrora mucuposada Las Hortencias, de las más bellas de los Pueblos del Sur. Encontramos aquel hermoso paraje con las cuencas de sus ventanas desencajadas, aquel mar de laja cubriendo lo que había sido el gallinero, el terreno donde se secaba el café, el hórreo donde guardaba sus alimentos y los producto de sus cosechas; la troja donde estaba el horno para el pan, el tanque para lavar el café, los tanques para las truchas. Encontramos las cabras caminando apaciblemente por encima del techo de mapora, y abajo, entre lodazales los cuartos, baños y pasillos.
Pero la vida y la lucha no se detiene: en una trojita un poco apartada de de estos estragos estaba hoy Neptalí con sus dos hijos Nátali y Toñito moliendo caña. Allí nos detuvimos un rato conversando sobre este desolado ambiente. De regreso de esta caminata nos detuvimos a saludar a Abel (hermano de Corsino) y doña Agustina, donde tomamos una taza de café con leche. Seguidamente nos detuvimos en casa de Corsino y encontramos el lugar en ajetreos festivos, con hartas sillas en el corredor, porque hoy se celebra formalmente los cumpleaños del señor Corsino, su hijo Manuel y su nieta Marilú.
Al cumpleaños de estos tres amigos, asistió don Pedro Pablo, el cura de Canaguá. Llegó en una Toyota chasis largo, blanca, con su ayudanta y sus dos bellos perros pudlee, blancos, con collares y lazos rosados, pulcros muy bien peluqueados. Le dicen los presentes a don Pedro Pablo que lo encuentran muy sonrosados y de buen aspecto, siendo que hace poco fue operado por problemas de artritis. Contesta don Pedro Pablo que él se encuentra y se siente muy bien, que su único problema es el sobrepeso contra el que le es muy difícil luchar por las atenciones especiales le suelen hacer sus feligreses a las que él no se puede negar: buenos caldos de gallinas, chuletas, chicharrones, lomito, dulces.
A las tres de la tarde se retiró porque tenía que dar misa. El modo de expresarse de don Pedro Pablo era netamente aespañolao, con el siseo de los godos que le quedó de una estancia en la península ibérica. Si sólo se le conociera por el hablar pareciera verdaderamente español, pero su rostro cobrizo, aindiado, típico de los parameros de Mucuchíes o de Timotes, lo delata. Por supuesto que don Pedro Pablo es muy opuesto al gobierno el cual, según él, le ha traído tantas desgracias al país.
7-11-21: los trágicos chillidos de un cochino nos sacan de nuestro sabroso sueño. Los vecinos arrastran a un buen cebado cerdo al punto del matadero.
A los pocos minutos comienzan a aparecer los zamuros.
Casi toda la aldea sale en romería hacia la casa de Ramón Isidro a buscar la Virgen de Guadalupe, una nueva devoción religiosa que se está poniendo en práctica en La Coromoto. A la Virgen de Guadalupe la van llevando de casa en casa por todo el camino viejo que va hacia El Cobre, y que conduce a Canaguá. A la Virgen la van dejando varios días en cada casa. Ya había estado en casa de Onofre Mora, y otro tanto estuvo en casa de Gaudencio, y de aquí la condujeron a la de Ramón Isidro. Ahora van a recogerla para seguir hacía otras casas de la zona, aproximándose al pueblo de Canaguá. En cada lugar son bien recibidos, y se les va atendiendo con café, galletas, pan frutas o con dulces.