Hay politologías que ya decretaron la derrota de la oposición en las elecciones del 21 de noviembre. La dispersión del voto opositor – sostienen – no es un fenómeno epidérmico, superficial. Es el fiel reflejo de una más profunda y compleja dispersión: la de propósito.
Como si no hubiera un 80% de la población votante a quien se le condensara en las tripas del alma la inmensa unidad de propósito que significa salir de esta pesadilla.
Como saben más que cochino frito, esas politologías no se caen a coba, ni a pasiones, y ponderan la realidad con la frialdad de un iceberg: ya todo está dicho.
El compacto y, presuntamente, nada disperso, como si sus primarias no lo hubieran dejado como pocillo ‘e loco, cuerpo corrupto del PSUV, cargando a cuestas con el hedor del más grande desfalco de la historia republicana, desde José Antonio Páez hasta el presente, con ese extraño país de palmeras en las autopistas y niños muertos por falta de recursos clínicos en el JM de Los Ríos, de bodegones y casinos, y hurgadores de containers, se prepara a ganar con su lánguido 20%, las gobernaciones y alcaldías que esa oposición, sin unidad ni programa, despilfarrará en una diarrea de candidaturas.
Si se le pone atención al asunto, va a venir resultando que esas politologías son medio abstencionistas, porque no es a votar a lo que llaman con esas predicciones tan funestas pero tan concluyentes, tan de cajón.
Sin embargo está la gente que, como lo dijo el gran Petete, no somos "tan sólo sombras pegadas a la pared". Las personas, la nómina oscura de la computadora del Seguro Social, el Registro Electoral Permanente, la multiplicidad infinita de historias, procedencias, trayectorias y circunstancias que habitamos este país.
Nosotros y nosotras, una a uno, podemos hacer que pase el milagro de que se asuma el hecho de que salir a votar es, primero y principalmente, conjurar el peligro de la guerra civil por la que muchos poderes fácticos siguen trabajando. Una guerra civil que permanece agazapada en la coartada de ser la mejor salida para sectores que, tanto en el gobierno como en la oposición, no tienen otra.
Que pase el milagro de que se entienda que estas elecciones deben servir más para decir ¡Maduro vete ya! que para cualquier otra cosa. Por encima del hecho de quien salga electo gobernador o alcalde. Como por ejemplo el estado Zulia.
Que pase el milagro de que el popular voto cruzado, más conocido que medio liso, resuelva el problema de poder apoyar a mi parcialidad política, sea ésta cual sea, con el voto parlamentario y, con el voto para gobernador o alcalde, impedir que gane el representante de este desfalco que no cesa, de este trajín insomne, de esta zona económica especial de desastre y corrupción llamada Venezuela. Cada quien sabrá cómo hacerlo en su respectiva circunscripción electoral.
Que pase el milagro de que, dada esa condición según la cual tan solo saliendo a votar estamos diciendo ni Maduro ni Guaidó, pues éstos son quienes quieren, más allá de lo que digan, que no salgamos a votar; amanezcamos el 22 de noviembre a otro país diferente. Un país con el voto recuperado como instrumento de poder ciudadano. Un país con su Constitución Nacional reivindicada por el solo hecho de cumplirse un hecho previsto en ella. Un país con la fuerza necesaria para plantearse, a partir del 10 de enero de 2022, el Referendo Revocatorio Constitucional. Así, por la calle del medio. Porque se trata de salir de la pesadilla. No de aprender a vivir en ella.
A fin de cuentas, también los milagros pasan.
Caracas 17 de noviembre, 2021