Lo importante es hacer que estos cambios sean irreversibles

Jueves, 23/12/2021 02:02 AM

—Auge del capitalismo del desastre: “La destrucción creativa es nuestro segundo nombre, tanto en nuestra propia sociedad como en el exterior. Destruimos el viejo orden todos los días, desde los negocios hasta la ciencia, la literatura, el arte, la arquitectura, el cine, la política y el derecho. Deben atacarnos para sobrevivir, del mismo modo que nosotros debemos destruirlos para desarrollar nuestra misión histórica”.

Aquellos fueron los años del circo privatizador argentino, tristemente célebre por su corrupción, pero ensalzado como “A Bravo New World” en un informe inversor de Goldman Sachs. Carlos Menem, el presidente peronista que había llegado al poder con la promesa de convertirse en la voz del hombre trabajador, fue quien estuvo al mando durante esos años, practicando reducciones de plantilla en las grandes empresas y servicios de titularidad pública para venderlos posteriormente (los yacimientos petrolíferos, la telefónica, las líneas aéreas, los ferrocarriles, el aeropuerto, las autopistas, la red de aguas, la banca, el zoológico de Buenos Aires y, finalmente, correos y el plan nacional de pensiones). A medida que la riqueza del país era trasladada de ese modo al extranjero, los estilos de vida de los políticos argentinos se iban haciendo cada vez más fastuosos. Menem, famoso en tiempos por sus cazadoras de cuero y sus patillas (que le daban un aspecto característico de clase obrera). Empezó a vestir trajes italianos y, según se comentaba entonces, a realizar visitas frecuentes al cirujano plástico (“una picadura de abeja” fue la razón que él adujo en una ocasión para apariencia hinchada que presentaban sus rasgos faciales). María Julia Alsogaray, ministra de Menem a cargo de las privatizaciones, posó para la portada de una popular revista sin otra prenda que un abrigo de piel hábilmente colocado para tapar sus partes más íntimas. El propio Menem empezó a ser visto conduciendo un Ferrari Testarossa de un llamativo color rojo (un “regalo” de un empresario agradecido).

Los países que emularon las privatizaciones rusas también experimentaron versiones más mitigadas del “golpe a la inversa” de Yeltsin (lo que significa que también tuvieron gobiernos elegidos pacíficamente, pero que, amenazados por la propia dinámica electoral, acabaron recurriendo a niveles crecientes de brutalidad para aferrarse al poder y defender sus reformas). En Argentina, el dominio del neoliberalismo sin restricciones terminó el 19 de diciembre de 2001, cuando el presidente Fernando de la Rúa y su ministro de Economía, Domingo Cavallo, trataron de imponer las medidas adicionales de austeridad que había prescrito el FMI. La población estalló en una revuelta y De la Rúa envió la policía federal con órdenes de dispersar la multitud por cualquier medio necesario. El presidente, sin embargo, se vió forzado a huir en helicóptero, pero no sin que antes 21 manifestantes hubiesen muerto por la actuación policial y se hubiesen registrado 1.350 heridos. Los últimos meses y días de Goni en el cargo fueron aún más sangrientos. Sus privatizaciones desencadenaron en Bolivia toda una serie de “guerras”; primero, la del agua, contra la contrata del servicio suscrita con Bechtel, que había provocado un alza desmesurada de precios (un 300 %); luego, una “guerra fiscal” contra un plan recetado por el FMI para compensar el déficit presupuestario mediante un impuesto que repercutía especialmente en las clases pobres trabajadoras; finalmente, las llamadas “guerras del gas” contra los planes del presidente de exportar gas a Estados Unidos. Al final, también Goni fue obligado a huir del palacio presidencial para exiliarse en Estados Unidos, pero, como en el caso del presidente De la Rúa, no sin que antes se perdiera un número elevado de vidas. A raíz de las órdenes transmitidas por Goni al ejército para que éste reprimiera por todos los medios las manifestaciones en las calles, los soldados mataron a cerca de setenta personas —la mayoría de ellas, simples transeúntes que pasaban por allí— e hirieron a otras cuatrocientas. A principios de 2007, la Corte Suprema de Bolivia dictó una orden de búsqueda y captura contra Goni por cargos relacionados con aquella masacre.

Los regímenes que impusieron privatizaciones masivas en Argentina y Bolivia eran considerados en Washington ejemplos de cómo podía imponerse la terapia de shock de forma pacífica y democrática sin necesidad de golpes de Estado ni de represión. Pero, si bien es cierto que ninguno de los dos accedió al poder por medio de cañonazos, no deja de ser significativo que lo abandonaran en medio de ellos.

En gran parte del hemisferio sur, se suele hablar del neoliberalismo como de una especie de “segundo saqueo colonial”; en el primero, las riquezas fueron confiscadas del terreno, mientras que el segundo, fue el Estado el que quedó despojado de ellas. Tras cada uno de esos frenesís de lucro vienen las consabidas promesas; la próxima vez, habrá leyes firmes antes de que se vendan los activos de un país y la totalidad del proceso será vigilada por reguladores e investigadores con ojos de lince y una ética impecable. La próxima vez, se procederá a un proceso de “construcción institucional” previo a las privatizaciones (por emplear la jerga que se ha puesto en boga tras lo acaecido en Rusia). Pero pedir ley y orden después de que todos los beneficios hayan sido ya trasladados al extranjero constituye, precisamente, un modo que los colonos europeos se aseguraban por medio de tratados sus anteriores confiscaciones de territorio. La legalidad de la frontera, como bien entendió Adam Smith, no es problema, sino el elemento central, una parte tan consustancial del juego como los actos de contricción post facto y las promesas de hacerlo mejor la próxima vez.

Echando la vista atrás, resulta francamente sorprendente que el período de monopolio del capitalismo (cuando dejó de tener otras ideologías o contrapoderes con las que competir) fuese tan sumamente breve (sólo ocho años, desde la desaparición de la Unión Soviética como tal en 1991 hasta el fracaso de las conversaciones de la OMC en 1999). Pero el auge de una fuerte oposición no iba a amilanar a sus partidarios en su propósito de imponer el extraordinariamente lucrativo programa del capitalismo ilimitado; éstos estaban perfectamente dispuestos a surcar las salvajes olas del miedo y la desorientación que iban a ser desatadas por unos nuevos shocks, más colosales que todos los anteriores.

¡La Lucha sigue!

Nota leída aproximadamente 1390 veces.

Las noticias más leídas: