Mi padre fue de los últimos personajes que solía sentarse a escuchar la radio. Cada día, de cada mes, de cada año, mi padre llegaba del trabajo y, una vez que dejaba las bolsas con las compras de alimentos, se sentaba al lado de su amado radio a escuchar hasta bien entrada la noche, sus programas de noticias favoritos.
Su juguete era un gran radio, tipo cajón, General Electric, con una serie de extraños tubos de vidrio en su interior. Él conocía la función de cada uno de ellos. Siempre le pasaba por los bordes un trapito y lo mantenía impecable. De cuando en vez iba a la agencia de servicio y se llevaba la muestra para comprar el tubo que debía reemplazar.
Sentarse al lado de su radio era su pasión y su gusto. Nunca conocí a otro igual, que se sentara así, por el puro placer de escuchar la radio. Mi padre comenzaba muy temprano por la mañana, cerca de las 5, y mientras preparaba su café de primera mañana, encendía la radio para escuchar los noticieros nacionales. Las campanitas del noticiero de radio Rumbos o de radio Calendario, nos despertaban tempranito. Él se enteraba a primera hora de los sucesos nacionales, internacionales y regionales como persona siempre bien informada. Después, ya entrada la tarde, llegaba a casa lleno de bolsas del mercado y periódicos. No podían faltar ni el diario Panorama ni El Nacional.
Su descanso era sentarse, después de cenar, y quedarse el resto de la noche con su radio escuchando voces de otras latitudes, en otras ciudades y países. Con él aprendí términos, como ‘onda corta’, ‘ondas hertzianas’, ‘bandas AM y FM’ (Amplitud modulada, y Frecuencia modulada), entre tantos otros.
Pero lo que se convertía en una verdadera fiesta vecinal era cuando llegaba la navidad a Maracaibo y concretamente a nuestra calle. Por días la cuadra cambiaba de rostro y de escenario. Los vecinos tenían sus horas de llegada y nunca de partida. Venían a nuestra casa para probarse los vestidos de estreno, donde mi madre era la modista. Desfilaban revistas de modas, recortes, telas, hilos, botones, tizas, tijeras, mientras mi padre, para complacer a la audiencia de féminas, le aumentaba el volumen a su radio y de inmediato se escuchaba la voz de Felipe Pirela y sus deliciosos boleros, o los clásicos del cantor maracaibero Armando Molero, o las gaitas en la voz del Monumental Ricardo Aguirre.
Las visitas entonces improvisaban bailes, chistes, risas que estremecían de tanta felicidad. Y era nuestra casa el hogar de toda la cuadra. La casa de doña Carmen era un pequeño oasis que emulaba aquella del centro de la plaza Baralt, tan bullanguera, ruidosa y refranera.
Mi padre giraba y giraba los controles de su radio buscando gaitas, guarachas y demás ritmos decembrinos para animar la concurrencia. Hasta que cierta vez el turco Elías se apareció con un ‘picó’ marca RCA Víctor. Lo dejó en medio de la sala. Tenía cuatro patas de madera largas como de flamencos. Encima tenía una cubierta de plástico y dentro estaba la magia donde se colocaban los ‘donpley’ de 33 y 45 revoluciones. Entonces mi madre dijo que ella lo había comprado a crédito. Desde entonces, el picó de mi madre desplazó a la radio de mi padre y se comenzaron a escuchar canciones seguidas de un mismo cantante. La algarabía se ordenó, se hizo más sofisticada por así decirlo. En el picó se colocaban los discos con villancicos, parrandas y aguinaldos navideños. Eso marcaba desde entonces el inicio de la navidad en nuestro hogar.
Pero mi padre nunca desistió de su apego a la radio. Desde el primero de enero al treintaiuno de diciembre de cada año. Todos los benditos días de la semana, mi padre se sentaba a escuchar su radio. Escuchaba, se notaba que, en cada intervención de alguna voz, él meditaba, reflexionaba y luego, compartía con la familia. Nos informaba sobre datos, noticias importantes, mensajes de navidad de las empresas tradicionales. Gustaba repetir la clásica promoción de navidad de los Almacenes Dovilla. Era un loro que, con su particular voz, decía: ‘Dovilla ¡Qué maravilla!’
Traer a mi memoria esos momentos de tiempos decembrinos donde la radio de mi padre era el centro del hogar, es saber que hubo un tiempo de intensa celebración de vida, compartida, de vivencia y convivencias. Creo que en estos tiempos de alta tecnología de seguro mi padre andaría metido con algún artilugio de último modelo, con audífonos y demás, no solo escuchando, también viendo y escribiendo todo al mismo tiempo, como a él le agradaba hacer: ofreciendo a su familia, vecinos y amigos, las últimas noticias del mundo. Mientras mi madre tendría un sofisticado equipo musical, donde estarían, además de los temas de Barbarito Diez, los aguinaldos, villancicos, y las últimas piezas musicales de los mejores grupos gaiteros.