"A los cuatro días ya era una piltrafa humana"
(C. Sanoja)
Todas las cárceles son terribles.
El ser humano, como los pájaros, tiene en ser libre una condición inherente a la vida. El solo hecho de estar privado de libertad constituye ya una total desgracia. Pero puede ser peor. En el globo existen cualesquiera tipos de testimonios desgarradores de sensibilidades debido al cautiverio forzado y criminal. Ser víctima de una tortura representa un contrasentido tan aterrador y perverso que raya en lo absurdo. La patología de un torturador, como la de un sádico, es la del disfrute con el sufrimiento de los demás, sea un ser humano o un animal.
Hoy me referiré a algunos relatos que reposan en expedientes tribunalicios y libros publicados acerca de las cárceles de la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez, que este domingo 23 de enero cumple sesenta y cuatro años de haber sido derrocada. Testimonios que al leerlos, como lo hará usted en siguientes líneas, dimensionan lo terrible de aquel Gobierno que se amparaba en una fachada de progreso y éxitos cuando detrás de los bastidores se amalgamaba un país envuelto en el caos, la miseria humana y el veneno del totalitarismo.
Esas perversidades, por supuesto, chocan contra lo sensible, lo humano, lo bello de la convivencia entre personas. Todo un mundo de contradicciones y adversidades se esconde como una horrible maraña del ejercicio del poder por encima de cualquier cosa y a cualquier precio, incluyendo el dolor humano y la vida. Solo los convencidos de su verdad pueden arriesgarse a enfrentar las crueldades del ejercicio de la perversión y el crimen bajo el amparo de una falsa institucionalidad disfrazada de gobierno aparentemente lícito y ajustado a derecho.
Víctor Hugo Morales estaba entonces en los plenos bríos de un joven oficial de la Armada venezolana, y le correspondió, como hombre sensible y militante de corrientes progresistas, actuar ––de manera clandestina— en movimientos destinados y comprometidos a cambiar el curso de las aguas, conducir las naves a estribor, hacia la orilla, donde estaba la gente; en contraposición al gobierno de Pérez Jiménez, que llevaba el barco a babor, mirando desde la popa, hacia confines perdidos y confusos que terminan en los abisales.
Los objetivos con los que Víctor Hugo comulgaba alumbraban hacia otros puntos cardinales. Veían y se adosaban al terreno de las luchas populares. Así lo revela su libro "Dos generaciones frente a frente", de recomendada lectura sobre todo para los jóvenes interesados en la historia verdadera, insurgente, contada por sus propios actores. Se trata de un libro que enfrenta a dos generaciones de los años 1962 y 1992; una historia que, aun cuando se centra en el precitado ciclo histórico, refresca la memoria sobre etapas que anteceden a los momentos que sacudieron a una América Latina convulsionada por los acontecimientos político-sociales que tenían en los barbudos de la Sierra Maestra cubana esa euforia triunfante que les otorgaba el haber derrocado la dictadura del oficial del Ejército cubano, Fulgencio Batista.
Esta obra de Víctor Hugo Morales bien podría haber sido decretada libro de texto para los estudiantes del país, por su bien contados episodios de la historia que todo joven debe conocer para cultivar después, si lo desea, sus propias opiniones. Comienza con la etapa correspondiente al general Isaías Medina Angaríta, un militar de principios demócratas, y concluye con la creación del Alca.
Morales cita otro libro que ya hace tiempo debía haber sido incluido en la bibliografía de Historia Contemporánea de Venezuela o de historia referencial en los programas de educación primaria y secundaria. Se trata del libro en formato de bolsillo escrito por José Vicente Abreu titulado "Se llamaba SN", que registra con nombres y apellidos tres grandes grupos de presos políticos enviados al campo de concentración icónico de la referida dictadura, llamado Guasina, una isla localizada en el delta del Orinoco, cerca de Tucupita, donde el Gobierno concentró a presos que procedían de las cárceles de todo el país.
No trata en absoluto este artículo de servir como escenario de "género" en cuanto a los aportes masculinos o femeninos en el derrocamiento de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. No obstante, transcribiré del libro de Víctor Hugo Morales los testimonios de dos mujeres que cuentan las huellas que dejaron en sus mentes y en sus cuerpos las torturas que les infligieron los esbirros Miguel Silvio Sanz (el Negro Sanz) y Pedro Estrada (el Chacal de Güiria). Estas luchadoras políticas de ejemplar conducta, a quienes los horrores de las torturas no lograron doblegar, se llaman Clarisa Sanoja y Yolanda Villaparedes.
Clarisa Sanoja, militante de Acción Democrática (AD), tenía 23 años de edad para el momento de su detención. He aquí su narración:
"¡... A mí me buscaban en aquel momento viva o muerta! Me sentaron en una silla y llamaron al bachiller Castro... sin siquiera preguntarme cómo me llamaba me cayó a cachetadas... Él sabía que yo sabía más de la cuenta… a él no le importaba que yo fuese mujer... a los cuatro días ya era una piltrafa humana... estuve hospitalizada muchos días en lo que llamaban la enfermería... cuando ya se habían atenuado las marcas de la tortura, me habían quitado las curas y la nariz se podía ver, me llevaron a interrogatorio… En esa oportunidad no vi a Pedro Estrada... Lo vi después de un año presa cuando nos descubrieron el movimiento clandestino que teníamos dentro de la cárcel... Hablaba como una dama… Me pidió excusas... que aquella vez el Bachiller Castro estaba borracho... Me habló de filosofía, de historia, de literatura... Conversamos como cuatro horas... como el mejor de los amigos... Pero esa misma dama se transformó en una fiera... Cuando vio que yo no le contestaba lo que quería saber le dio un golpe al vidrio y rompió todo lo que había allí. En seguida apareció Sanz. Y la primera expresión fue: ¡Llévense a esa puta de mi presencia! Ya se pueden imaginar cómo me sacaron del despacho de Pedro Estrada: de un solo puntapié que me dio el Negro Sanz rodé todas las escaleras y me recogieron abajo. Ahí fue cuando yo perdí el ojo... Como yo había sido muy torturada la primera vez, tenía muchas secuelas de esas torturas, la nariz fracturada, un brazo fracturado, un oído que me supuraba y había estado muy mal muchos meses...".
Así actuaba la policía política de la dictadura.
Morales transcribe, luego del relato de la doctora Clarisa Sanoja, un resumen de las declaraciones de Yolanda Villaparedes, militante del Partido Comunista de Venezuela (PCV). Veamos parte de sus testimonios. Tenía 18 años de edad cuando fue torturada. Eso fue el 10 de marzo de 1954, en plena Conferencia de Cancilleres.
"Nosotras teníamos el proyecto de promover una huelga de hambre dentro de la cárcel, en la que participarían adecos y comunistas... Recogíamos firmas para llevárselas a Torrillo, embajador de Guatemala... cuando una de las mujeres del comité nos denunció a la Seguridad Nacional y nos entregó... En la Seguridad Nacional al camarada que iba conmigo lo recibieron con una patada en el abdomen... Después de la famosa reseña me entregaron a Miguel Sanz. Comenzó amenazándome, provocándome y luego me llevó a un recinto donde tenía una colección de fuetes: ‘Mira ¿cuál te gusta?’, me dijo irónicamente. Exasperado por mi silencio, agarró uno de los fuetes y me tiró dos golpes... Yo no decía nada... ‘Haciéndose la guapa, ¿eh?... Vamos a ver si con Pedro Estrada no hablas...’. Me condujo a un cuarto y me ordenó quitarme la ropa. ‘¡Yo no me quito nada!’, protesté... ‘Así que además eres brava". Y de un tirón me quitó la ropa... Luego me obligó a subirme a un ring. Me dejaron tres horas allí, parada con las piernas abiertas y los pies descalzos sobre el filo del ring. Al principio no se siente nada, pero al cabo de un rato se empieza a abrir una herida, sale sangre y molesta muchísimo. Después volvió el esbirro y me insistió: "Desvergonzada sin ropas"... Miguel Sanz fue quien siempre me golpeó... Me dio puntapiés y con un mazo de papeles me dio en la cara... Me tiró de los cabellos profiriendo amenazas...".
Por cierto, el policía Miguel Silvio Sanz fue quien dio muerte, entre muchos otros, a Luis Hurtado Higuera, dirigente sindical del partido Acción Democrática, de quien lleva su nombre un populoso barrio caraqueño en la vía hacia El Junquito.
Víctor Hugo Morales señala en su libro que "las cárceles de El Obispo en Caracas, la de San Juan de los Morros, la de Maracaibo, se contaron entre las principales receptoras de secuestrados, pero ninguna se ha aproximado en sufrimiento al horror vivido en Guasina, isla situada en el delta Amacuro que, a las condiciones de insalubridad y continuas inundaciones causadas por el rio Orinoco que anegaban sin compasión alguna los galpones donde se alojaban, se unía el maltrato diario de los carceleros que descargaban en los prisioneros toda la vesania concentrada de su afán por hacer méritos ante el jefe".
A la dictadura sucedió un proceso inspirado por la socialdemocracia, que despuntó en la confluencia de los tres partidos políticos firmantes del Pacto de Punto fijo y excluyó al Partido Comunista de Venezuela (PCV); sí, el del gallito, uno de los baluartes en las luchas populares antidictatoriales. No me explayaré hoy en describir lo que se denominó Cuarta República, gestada por las alianzas en diferentes órdenes por AD, Copei y URD, convite harto conocido, como la ración de la torta que cada uno degustó y usufructuó.
Debo señalar, sí, que con la caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez insurgieron tres elementos históricos que han caracterizado las últimas seis décadas de la historia contemporánea: Primero, el ya citado Pacto de Punto Fijo y su ejercicio del poder. Segundo, la subversión armada compuesta por estudiantes, obreros, campesinos e intelectuales que tomaron las montañas del país como cuartel y se extendieron por la amplia geografía nacional ejerciendo dos tipos de guerrillas, una urbana en las ciudades y otra rural en los montes, bajo el influjo de una propuesta socialista. El tercer elemento, también inspirado en la corriente socialista del pensamiento, surgió mucho tiempo después: la propuesta del oficial y posterior comandante Hugo Chávez Frías, cuyo proyecto político resulta bien conocido para los lectores de este texto.