En todas las religiones monoteístas, en todas las ideologías y en todos los movimientos sociales, hay una vertiente del "ismo" buena y otra mala. Eso es lo que pasa con el feminismo. Hay dos clases de feminismo. Uno bueno y otro malo. Un feminismo equilibrado y justo por la larga historia de esfuerzos individuales y colectivos dirigidos a equilibrar el protagonismo entre el hombre y la mujer en las diferentes esferas y estructuras de la sociedad; es ese feminismo que aspira a que la vara de medir de los derechos, dignidad y retribuciones sea la misma para mujeres y para hombres, en igualdad de condiciones. Los primeros movimientos de los tiempos modernos, datan de mediados del siglo XIX en Francia.
Se puede decir que este tipo de feminismo ha culminado su desarrollo con éxito en todas las sociedades occidentales. Lo que quede de él considerado como inoperante o fallido, se supone es ya residual. Pues no hay ser humano razonable que no lo comparta, no hay argumento alguno suficientemente sólido que debilite su sentido y su traducción a la praxis, no hay país en cuya legislación no esté más o menos presente ya y desde hace mucho, el reconocimiento de la más absoluta paridad entre el hombre y la mujer. La parte de las aspiraciones del movimiento que eventualmente no se haya hecho realidad, no depende de omisiones o deficiencias de las leyes o de las instituciones, sino de la historia, del nivel cultural y de civilidad de las poblaciones. En suma, de la idiosincrasia y circunstancias de cada nación.
De otro lado hay un feminismo exacerbado, desestabilizador, abominable, en una sociedad ya de por sí convulsa como España que pretende suplantar el odioso y ancestral protagonismo y predominio en exclusiva del hombre en el desempeño de tareas y actividades de las que radicalmente la mujer estaba excluida, por el no menos odioso protagonismo y predominio exclusivo equivalentes de la mujer sobre el hombre.
Es éste un feminismo que va mucho más allá de los legítimos fines del otro, produciendo un rechazo generalizado en la población en lugar de concitar adhesiones. Un feminismo que, sugiriendo un revanchismo de género y sin discriminar en las relaciones hombre-mujer, tilda de machista cualquier actitud del hombre que no sea la de su sometimiento a la mujer; convirtiéndose en su opuesto, es decir en la versión hembrista del machismo; un feminismo que ha llegado al absurdo de tratar de alterar la sintaxis y de socavar la estructura interna filológica de la lengua castellana para realzar absurdamente la figura femenina, a estas alturas de la historia; un feminismo, en fin, que no sólo no es tomado en serio entre la población aún progresista, sino que produce efectos contraproducentes en las ideologías de izquierdas pues concita en estas la sensación de tener ante sí a un movimiento paralelo social grotesco y ridículo, una especie de conjura de mujeres en España que en la historia de la prevalencia del hombre sobre la mujer, busca el más mínimo pretexto para tratar la mujer al hombre a la baqueta.
Por otro lado yo me pregunto qué pensarán, qué dirán los homólogos feministas de otros países que comparten el origen latino de su lengua con la española, a propósito de llevar tan lejos esa pretensión de las actuales feministas de revolcar el habla y la escritura españolas desdeñando el inclusivo y complicando considerablemente el manejo del idioma…