"Y en medio de la algazara de la fiesta (Como si volviera de un largo ensueño), se escurrió pegado a la pared, con el clac bajo el brazo, hasta la puerta de la calle. Semejaba un malhechor que huía, con la cabeza baja y el cuerpo ligeramente encorvado. Ha decaído cómo toda Europa. Se está perdiendo el arte de vivir bien, y la culpa la tiene el loco propósito de hacer a todos felices y contentos" (Ricos y pobres).
El mundo no ha sido nunca lo bastante amplio ni siquiera para unos pocos. Lo que va a venir es el fin de todos, y aun los que hoy tienen algo no tendrán entonces nada, o tendrán cosas con las que no sabrán qué hacer. ¿Qué vale la vida sin tierras sin categoría y sin honores? Napoleón disponía del remedio propio para eso; acabar con todo mediante sus soldados. Él sabía el modo de que le obedezcan.
Con vistas un poco más amplias sobre la naturaleza de las cosas habrías podido imaginar que los hilos que el artífice puso tan cercanos deberían volver a encontrarse en el tejido en un momento dado. Cruces semejantes, en número infinito, son los que en los dibujos forman los puntos, y de muchísimos puntos semejantes, allí donde un hilo se enlaza con otro en la urdimbre de los acontecimientos, nacer escenas enteras en el gran tapiz de la historia. Este tapiz, o lienzo, o dibujo, o como queríamos llamar, puedes considerarlo como la imagen de un futuro que va perfilándose sobre un fondo vacío. De continuo se alimenta la trama con la materia que las vidas humanas le proporcionan. En este mismo momento esa trama, como siempre, se crea y ordena a un incalculable número de hilos separados que forman el curso de diversas vidas. Tales hilos tienen cierto grado libre de albedrío, que consiste en su esencial fuerza de tensión y en el tamaño que originariamente se les otorgó, así como en el color que la tintura les ha dado y que es el carácter. Entre la compulsión de las lanzaderas y el albedrio de los hilos hay cierto grado de flexibilidad, indispensable para que la trama se desarrolle sobre el telar de la historia. Los tejedores saben que ha de concederse a su trabajo cierta ductilidad. Sólo cuando los hilos se entrecruzan constituyen un nudo sólido.
Más incluso esta urdidumbre viviente tiene sus raíces en el pasado, a impulso dictado por una tendencia del orden general de las cosas, y en virtud del cual todo evoluciona y se desarrolla, pero dentro siempre de ciertos límites. Por eso no veremos nunca que el acero se transforme en madera de encina. Lo que ocurre a cada cosa particular acontece en la historia. De modo misterioso y eterno la trama se desarrolla sin cesar. Y el tejido viviente que de manera enigmática nace del pasado se extiende hacia el porvenir por vías extrañas y tortuosas rebasando en absoluto la más sutil clarividencia. Por todas partes se alargan invisibles hilos, incomprensibles para el juicio humano, que ligan la trama viva al inmenso telar. Se mueven incesantes las lanzaderas y giran las piezas que hacen adelantar el trabajo en una dirección única e inexplorable.
Hemos visto el telar de frente, de lado, por abajo, por arriba y por todas las partes. Cada cruce y cada nudo del tejido es un punto en una esfera que se mueve impelida por fuerzas que actúan a la par sobre todas sus partes. ¿Cómo decir, pues, que esto es causa y aquello efecto, cuando todo es alternamente una cosa y otra, según las circunstancias que consideremos?
—El sedimento heróico de la raza llenaban los corazones. Los niños se bautizaban con los nombres de sus generales favoritos. Los ancianos hablaban con calor de las proezas de sus tiempos ya remotos.
¡La Lucha sigue!