"Viajar es una brutalidad. Te obliga a confiar en extraños y a perder de vista todo lo que te resulta familiar y confortable de tus amigos y tu casa. Estás todo el tiempo en desequilibrio. Nada es tuyo excepto lo más esencial: el aire, las horas de descanso, los sueños, el mar, el cielo; todas aquellas cosas que tienden hacia lo eterno o hacia lo que imaginamos como tal".
Fin de la cita.
Cesare Pavese.
Visité Kiev capital de Ucrania en julio de 1973, con apenas 19 añitos, durante el régimen de la URSS, en una gira hacia las siderurgias, y acerías, seleccionado e invitado, dentro de un grupo de jóvenes técnicos, por unos ingenieros metalúrgicos soviéticos que visitaron Sidor, hoy trato de recordar, rebobinando mi frágil memoria algunas cosas de ese viaje. Viajar en aquel momento a la Unión Soviética, era como meterse de lleno en el ojo del huracán para ser testigo de los cambios que luego pasarían a la historia, en la década de los noventa. En el ambiente callejero de Kiev, ya se respiraban aires de reformas. Aunque aún no lo entendía muy bien, porque era muy joven, el estalinismo, y la nomenklatura del PCUS, pareciera que tenían los tiempos contados, para el cambio de épocas.
Vi de cerca la construcción de la central nuclear de Chernóbil, que explotó años más tarde, a más de 120 kilómetros, al norte de la capital ucraniana, y que el 24 de febrero de este año 2022, fue escenario de la batalla de Chernóbil, como parte de la cruel invasión rusa, y la cual tomaron. Recuerdo las bellas esculturas de hierro fundido que custodian, o custodiaban, la entrada de las Ciudades Heroicas del Museo de la Guerra, un conjunto de edificios que cuentan la épica resistencia que los habitantes de Kiev opusieron en 1941 a los invasores alemanes, en una colina coronada por el monumento a la Madre Patria, una escultura de acero inoxidable de unos 60 metros de altura aproximadamente. Puro realismo estalinista. La caída del gigante de la URSS, se sintió en toda la Europa Oriental, hoy nuevamente amenazada. La declaración de independencia de Ucrania fue el golpe de gracia para la URRS, cuando Boris Yeltsin estuvo al frente del Kremlin poniéndole fin a la tragedia, que terminó con el fin de la Guerra Fría, y la desintegración, y el colapso económico de la Unión Soviética, el 25 de diciembre de 1991. De los escombros de esa superpotencia comunista surgió una Rusia de ricos de uña, y pezuña, que se apoderaron de los activos, y dineros, de la ex URSS, mafiosos, viudas del antiguo régimen, y espías reciclados en políticos como Vladímir Putin, el sucesor de Yeltsin, quedando en minusvalía tecnológica frente a Occidente, hoy en pleno siglo XXI, a más de dos décadas después. Hoy Rusia invade a la bella Ucrania, mediante tácticas de desinformación, por las redes sociales que le permiten ganar ventajas en este genocidio, condenado por el mundo, a un excéntrico, y brutal tirano como lo es Vladimir Putin.
Uno de los recuerdos que me vino a la mente fue la fachada de la Catedral de Santa Sofía de Kiev, Patrimonio de la Humanidad, hoy en peligro. El ataque ruso sobre la capital de Ucrania, Kiev, hace temer por la integridad de la catedral ortodoxa, que es símbolo nacional, y religioso. El conjunto de la catedral de Santa Sofía, que comprende el conjunto de edificios monásticos, y así como el Monasterio de las Cuevas, fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 1990. Fue el primer tesoro cultural que recibía esta mención en aquel país. La catedral de Santa Sofía en Kiev guarda parecido con la catedral del mismo nombre que se encuentra en Estambul (la antigua Constantinopla) y que fue levantada en el siglo VI d.C. Su nombre, Sofía, es de origen griego y significa «sabiduría». Así, está dedicada a la Sagrada Sabiduría de Dios. Esta catedral es el corazón del pueblo ucraniano, con un fuerte sentido religioso ortodoxo, y patriótico, entre otras razones porque allí han sido enterrados las autoridades del Rus de Kiev desde muchos siglos atrás.
Quizás no es pura casualidad que la actual guerra desigual entre Ucrania, y Rusia, esté coincidiendo con los 30 años del derrumbe de la Unión Soviética, cuyos tanques, y convoyes llevan la bandera roja de la EX URSS como son la Hoz, y El Martillo. Putin, es un político con alma de satán, que se ha puesto como legado resucitar el papel de Rusia como potencia mundial. En 1998, fue nombrado primer vicejefe de la Administración de Yeltsin. Después, pasó a ocupar la dirección del Servicio Federal de Seguridad (SFS), el heredero de la KGB soviética, donde Putin comenzó su carrera como agente (espía) secreto en Alemania Oriental. En marzo del 2000 ganó las elecciones con el 53% de los votos.
Lo que recuerdo de ese viaje a Ucrania, en mi bella juventud, y que no hace falta ser un fino analista político para darse cuenta de que esta reencarnación más perversa que la de Hitler, como lo es Putin, desde entonces ha ido acumulando poder, y asesinando a sus adversarios políticos, nunca permitirá en su mente diabólica que Ucrania sea libre. Y no venga con el cuento, de que es por motivos estratégicos. Tras la amenaza de esta criminal invasión no está solo la intención de Putin, el de impedir el desarrollo ucraniano al estilo de Occidente, sino la tesis de que Rusia y Ucrania, al igual que Bielorrusia, son un solo pueblo cuyo origen se remonta a los viajes del rus o varegos, como se conocía a los vikingos procedentes de la región de Gotland, en Suecia, que en el siglo IX abrieron las rutas comerciales del este de Europa.