Ucrania: la ética de los principios y la ética de la responsabilidad

Lunes, 14/03/2022 04:52 PM

Imposible no escribir de Ucrania, este conflicto bélico que mantiene al mundo en ascuas.

Comencemos por repudiar, del modo más categórico, la invasión rusa ordenada por el gobierno autocrático de Putin. Toda invasión imperial debe ser condenada: las de Europa en África y Asia; las de la URRS a Hungría y Checoeslovaquia; las de EEUU a México, República Dominicana, Nicaragua, Guatemala, Panamá, Grenada y 21 más invasiones sólo en América Latina, y otras 30 en otras partes del planeta (como la de Vietnam)... y esto sólo para remembrar las del siglo XX.

Defendemos, sin duda, el principio de la libre autodeterminación de los pueblos. Pero los derechos de los pueblos se ejercen dentro de determinadas realidades geopolíticas que deben ser siempre tenidas en cuenta.

Aquí es cuando la política se confronta con esa aparente contradicción entre la ética de los principios y la ética de la responsabilidad (trascendentes conceptos de Max Weber, según Carlos Raúl Hernández se ha encargado de recordarnos recientemente): los verdaderos estadistas, los políticos de gran envergadura, siempre escogen, por dura que sea la escogencia, la ética de la responsabilidad.

Si en nombre de la libertad conduzco a una lucha fracasada de antemano, que se saldará en vidas humanas, estoy siendo moralmente irresponsable. Será un acto heroico... pero es inmoral.

Y antes de hablar de Ucrania, voy a poner dos ejemplos polémicos, lo sé, que tienen que ver con este tema de los principios y la responsabilidad: esos ejemplos son la Cuba de los 60 y la Venezuela de la primera década del siglo XXI.

La Cuba de los '60

Es sabido, y ya universalmente aceptado, que en los 60 EEUU actuó con torpe intolerancia frente a la Cuba democrática que derrocó la dictadura de Batista, como lo hizo en los '50 con la Guatemala del gobierno de Árbenz (para nada comunista, lo que Mario Vargas Llosa nos cuenta por cierto magistralmente en particular en el primer capítulo de su novela Tiempos Recios). Pero también es verdad que Fidel, y en particular el Che y Raúl Castro, se dejaron llevar por la ética de los principios, defendiendo el derecho de Cuba a decidir su destino (como defendimos y defendemos), sin importar las consecuencias, es decir, con muy poca ética de la responsabilidad, estando en plena Guerra Fría y en la zona de influencia de EEUU. La consecuencia fue que para salir del imperio gringo a los trancazos y sobrevivir, Cuba tuvo que someterse al imperio soviético, es decir, cambiaron un imperio por otro, con todas sus consecuencias. En nombre de los principios se hizo pagar irresponsablemente al pueblo cubano el alto costo de 70 años de dictadura, totalitarismo comunista, pobreza y atraso. Es lo que yo llamo la antiética de la irresponsabilidad.

La Venezuela de Chávez

Algo parecido pasó entre nosotros con Chávez, que, acaso arrastrando su adolescencia mítica hasta los 40 años (como escribiera el escritor español Juan Marsé en su novela Últimas tardes con Teresa), quería emular al Fidel de los '60... y eso que el propio Fidel le aconsejó que no lo hiciese, y tengo testigos presenciales de lo que afirmo.

A diferencia de Lula y Dilma en Brasil, del Frente Amplio uruguayo de Tabaré y Pepe Mujica, del peronismo de Kirchner y Alberto Fernández en Argentina, de Evo y Arce en Bolivia, de la izquierda chilena de Bachelet a Boric, de Castillo en Perú, de Correa en Ecuador, del Frente Farabundo Martí en El Salvador, de AMLO en México (y por lo que se ve, será el caso de Petro en Colombia), todos los cuales no sólo respetaron las reglas de la democracia liberal representativa y de la economía de mercado sino que mantuvieron con EEUU una relación inteligente, sin ceder en su soberanía pero sin confrontaciones infecundas, Chávez desató desde los tiempos de la vaguada de Vargas, una conducta plagada de desplantes de todo tipo frente a EEUU, aquello de huele azufre que dijo en las Naciones Unidas a propósito de Bush, sólo por el placer personal del aplauso fácil y de convertirse en una figura planetaria, y, no digo que no, por el ánimo de defender el principio de soberanía de Venezuela frente al gran imperio del norte: mucha ética de los (sus) principios pero poca, muy poca ética de la responsabilidad. El resultado ha sido, en vez del formidable éxito de toda la otra izquierda latinoamericana, el fracaso, el fracaso económico rotundo, del que no ha estado ausente EEUU, y esta catástrofe inflacionaria que Chávez le heredó a Maduro y que sólo ahora, a fuerza de golpes, comienza a entenderse y aceptarse lo que hay que hacer para conjurarla.

La ruda geopolítica

Porque el principio de autodeterminación de los pueblos debe defenderse, claro que sí, pero para ello debe ejercerse con responsabilidad, teniendo en cuenta la ruda realidad geopolítica de las zonas de influencia. Es un equilibrio delicado entre la ética de los principios y la ética de la responsabilidad. Se requiere tener la suficiente responsabilidad, el suficiente sentido de Estado, como para comprender que ese principio se ejerce en el inevitable contexto geopolítico que los imperios, mientras existan, suponen: el de las zonas de influencia.

En este sentido, comparto a plenitud lo escrito por Henry Kissinger, personaje al que aborrezco en especial por sus crímenes en Chile y Vietnam, pero cuyo talento como geoestratega no se le puede discutir... y no se dirá de él que es un antimperialista y comunista, o un anticapitalista, o un defensor de la autocracia de Putin.

Pienso, al igual que Kissinger, que Ucrania y occidente actuaron con alguna irresponsabilidad. Eso de coquetear con la idea de integrar a Ucrania a la OTAN, adoptando resoluciones sucesivas en este sentido tanto del gobierno y parlamento ucranianos como de la UE y la OTAN, y entre tanto armar a su gobierno hasta los dientes desde occidente y a las puertas de Rusia, fue sin duda una irresponsabilidad, más rozando el peligro de una confrontación nuclear. Es, por cierto, una opinión que recientemente ha dicho compartir el propio Josep Borrell, Alto Representante de la UE para la Política Exterior, y generales y académicos reputados de los EEUU, como John Mearsheimer. Ahí está la guerra por consecuencia para probar la veracidad de nuestro aserto. Sólo preguntémonos como venezolanos si sería prudente que el gobierno del presidente Maduro contemplara la instalación de bases militares rusas en nuestro país, en nombre del principio de soberanía y autodeterminación de los pueblos (posibilidad que con mucha ética de la responsabilidad, la Vicepresidenta Delcy Rodríguez se apresuró a descartar desde Turquía).

Rusia es un país que ha sido invadido siempre desde el oeste y muchas veces (los fantasmas de Napoleón y Hitler pueblan las pesadillas de sus gobernantes), al elevado costo de millones de vidas, y por eso es sensible a poseer allí lo que la URSS tenía de sobra con el Pacto de Varsovia (la OTAN del bloque comunista de entonces) y lo que perdió con la caída del muro de Berlín y del comunismo de Europa oriental: un cinturón de seguridad y protección ante cualquier eventualidad bélica. De hecho, cuando Biden informó que las tropas de EEUU no combatirían en Ucrania contra las tropas rusas (pues ello equivaldría a iniciar la 3a guerra mundial, y ya sabemos cómo nos dijo Einstein que sería la 4a de darse la 3a: ¡a palos y piedras!), estaba de hecho reconociendo este "derecho" de Rusia y admitiendo su zona de influencia (condición para exigir el respeto de la de EEUU)... y, también de hecho, "autorizando" de algún modo la invasión rusa.

El rol que Ucrania debe tener en el concierto de naciones del mundo, y en esto también repito lo que le leí a Kissinger, no es ser pieza de EEUU y occidente, OTAN incluida, sino ser un puente -y va que chuta- entre occidente y Rusia.

El costo de no entenderlo ha sido, principalmente para los propios ucranianos pero para el mundo entero, muy alto: la guerra, con sus miles de fallecidos, huérfanos, heridos, y millones de desplazados; las sanciones de occidente contra Rusia, que tendrán, también para occidente, un inmenso costo en términos de crisis económica: incremento de los precios de los combustibles, el trigo y otras materias primas, inflación, baja en las expectativas de crecimiento postpandemia, etc.

¿Capitular?

Así que mirando a futuro, aunque dada la escalada del conflicto se ve como un futuro muy lejano, la única forma de acabar con la guerra es hoy:

• Sacar las tropas rusas de Ucrania (lo que también a Rusia le conviene pues las consecuencias del monumental paquete de sanciones son imponderables).

• Reconocer las repúblicas de Dontsk y Lugansk, al menos establecer allí un claro régimen autonómico como se contemplaba en los acuerdos de Minsk.

• Reconocer la soberanía rusa sobre la península de Crimea.

• Y asegurar incluso constitucionalmente la neutralidad de Ucrania, lo que significa que no se adscribirá ni a la UE ni a la OTAN. Una Suiza oriental, si se me permite el concepto.

¿Que son practicamente todas éstas las condiciones del gobierno ruso para la paz? Sí. Puede ser. ¿Que se trata de una capitulación? Probablemente, y a veces la capitulación es la única opción. Tal vez los términos de una negociación Rusia-Ucrania previa al conflicto habría permitido mejores resultados, pero es claro que quien hoy dicta los términos de la paz no es el pequeño país invadido sino el poderoso país invasor.

Como Roosvelt, Stalin y Churchill

La paz es un bien que debe ser preservado a toda costa. El planeta, y en particular las grandes potencias, como alguna vez hicieron Roosvelt, Stalin y Churchill (aunque no guste), es decir, EEUU, China, Europa y Rusia, deben debatir los términos de un nuevo orden internacional estable. Porque el mundo ha cambiado: no es hoy, claro que no, algo parecido al mundo de la Guerra Fría, cuando dos imperios, la URSS y EEUU se repartían el mundo, pero, con el surgimiento de nuevos poderes como China, Europa, India, y el refortalecimiento de Rusia otra vez en lisa, tampoco es el que tuvimos estas últimas cuatro décadas, de 1989 con la caída del muro de Berlín a nuestros días, prácticamente regido por un solo hegemón planetario. Y eso es algo que nadie, comenzando por EEUU y Europa, debe olvidar.

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