La imaginación asociada con el término "revolución", viene siendo una figuración moderna y laica de lo que los antiguos judíos y cristianos se representaban con el mito del Juicio Final o el Apocalipsis. Era el final y el fin (como "objetivo") de la Historia. Allí, el Gran Reino de Justicia y Gracia, tan esperado, se instauraría. Finalmente, los demonios recibirían su merecido y definitivo castigo, y una nueva era se abriría para los milenios venideros. Por eso los revolucionarios, desde aquel que tomó la Bastilla en París, hasta el que creyó fervorosamente en el caudillo nacional del siglo XXI, se propusieron un inmenso cambio que incluyera los símbolos, los nombres de las calles y lugares, incluso la denominación del país. Uno, el francés, hasta se inventó un nuevo calendario, con sus meses propios.
Eso mismo intentó hacer el chavismo en su momento revolucionario (que ya está en su momento restaurador y hasta "conservador"). El furor a la vez iconoclasta e idolátrico acompañó varias de las decisiones "revolucionarias": desde el cambio del nombre del país, agregándole el adjetivo "bolivariana" creyendo que así se accede al brillo heroico y glorioso de nuestra religión nacional, pasando por el cambio de las denominaciones de las principales avenidas de la capital y otras ciudades, de su cerro más famoso y notable, de ciertas edificaciones viejas, hasta la aprobación de un nuevo escudo para la ciudad. Este impulso es iconoclasta, porque goza al destruir las antiguas estatuas y símbolos; y es idólatra porque halla en el símbolo, el concepto y la realidad; asume que la imagen es en sí lo vivo y lo activo. En fin, se trata de una forma de fetichismo.
Anima también estas iniciativas un impulso que se presenta a sí mismo como "descolonizador". Esta es una palabra que resuena. En dos platos, significa "dejar de ser colonia". Una muy añeja aspiración. Picón Salas, agudamente, señalaba que los venezolanos habíamos asimilado la consigna revolucionaria francesa de la "Libertad" como independencia nacional, y no como liberación de las garras de un estado absolutista. Pero la "descolonización", que se entendió siempre como una "liberación nacional" en sintonía con la religión bolivariana tradicional, adquirió nuevos sentidos gracias a unos académicos latinoamericanos, que han trabajado en su mayoría en universidades norteamericanas, y que desarrollaron las consecuencias ontológicas (referidas al Ser), epistemológicas (el conocimiento, el punto de vista para reconstruir la historia, por ejemplo) y éticas (sobre todo, en la onda de la compasión con la "Víctima" de los sangrientos procesos históricos de nuestras nacionalidades latinoamericanas), de la teoría de la dependencia, aquella que señalaba que había un nuevo tipo de colonización: la dependencia económica de nuestros países a raíz de su integración en el mercado mundial capitalista. Este nos lanzaba a la periferia, mientras que los "centros" imperialistas, industrializados, avanzados, avanzaban precisamente gracias a nuestra miseria.
Los "decoloniales" agregaron, pues, nuevas dimensiones a nuestra dependencia y carácter de víctimas. Siguiendo una idea nietzscheana, podemos descubrir detrás de las teorías unos sentimientos determinados, y en esta de la "decolonización" hay mucho dolor e indignación, para no hablar de resentimiento, al reflejar la identificación con las "víctimas" de la colonización (que a su vez se entiende como equivalente a la modernidad): los indígenas masacrados y reducidos por la espada y la cruz, los negros arrancados de su tierra africana para ser esclavizados y reducidos a cosas. Estos sentimientos son casi los mismos que movieron a Engels, primero, y su amigo Marx, cuando se identificaron con el naciente proletariado industrial europeo. Por eso, la teoría de la dependencia, allá en los setenta, se calificaba a sí misma como marxista. En el caso de los decoloniales, esa identificación no está clara, y hasta algunos de sus representantes, toman distancia de los dos famosos amigos alemanes, porque parecen "eurocéntricos".
Pero, volviendo al asunto del cambio de las toponimias y los símbolos, asociado con la "iconoclastia revolucionaria", resulta muy significativo que esas transformaciones, presentadas como muy audaces y rabiosas, se produzcan justo cuando el gobierno en su conjunto marcha hacia la construcción de una nueva burguesía, la restitución de los mecanismos del mercado al estilo del neoliberalismo, una política de ajustes que incluyó la dolarización de facto y la liberación de precios, la reprivatización de bienes y capitales estatizados, una "recuperación" basada en el sector comercio, el extractivismo minero y la esperanza de que la guerra de Ucrania le permita a algunas empresas norteamericanas recuperar la derruida industria petrolera nacional, con figuras muy parecidas de cuando Gómez, quizás para llegar a una versión golpeada del rentismo de la segunda década del siglo XXI. Si a esto se le agrega la "revolución de los símbolos" que gente como el gobernador de Carabobo, Rafael Lacava, profundiza con su marca del vampiro en todos los avisos oficiales, camiones de aseo urbano y vallas, y la ostentación de su ritmo y sabor al cantar y bailar reggaetón en el "Dracufest", tendríamos el cuadro completo de esa "iconoclastia" revolucionaria.
Sí: el reggaetón de Lacava, su marca del vampiro, la entrada del Koki a la "corte malandra", los insultos de Diosdado a los "inteligentes" y el nuevo escudo de Caracas, representan lo mismo: la cultura del espectáculo y el selfie, el mal gusto desbordado, la audacia del ignorante con poder expresada en arbitrariedad y demagogia. Matar el tiempo buscando pelea con unos presuntos "conservadores" porque nada más se es capaz de hacer. Eso no tiene nada que ver con la "decolonialidad". Más bien expresa la mentalidad más colonial que se pueda imaginar: la del decorador de "parque temático", con ventas de hamburguesas y demás "exquisiteces" de comida rápida.
Detengámonos un momento en el nuevo escudo de Caracas. Por supuesto que ahí hay un salto inmenso, desde el cristianismo colonial (con su heráldica, "ciencia" claramente feudal, con su gran cruz de Santiago, etc.) hasta…ahí está detalle. Se nota cierta intención de reivindicar fechas en las cuales Caracas "dio el ejemplo": 19 de abril, 5 de julio. Ok. Bien ese republicanismo. Pero Caracas existía desde antes del 19 de abril de 1810, cuando se constituyó la Junta Conservadora de los derechos de Fernando VII.
Las tres figuras son obvias alusiones a las tres potencias del culto de María Lionza. Incluso ese cerro que se plasma allí, muy bien puede no ser el Ávila (o Guaraira Repano), sino Sorte. Por otro lado, esos tres individuos expresan claramente la noción, muy conservadora, muy positivista del siglo XIX, de que somos el resultado de la mezcla de tres razas. Esa es una disonancia terrible con el pensamiento decolonial que precisamente se plantea, entre otras cosas, "deconstruir" la noción de raza, una construcción ideológica claramente…colonial.
La presencia de Bolívar ahí (y un Bolívar con la nariz respingada, de blanco aristócrata, de paso; no el Bolívar que divulgaron como la reproducción computarizada a partir de su cráneo) puede entenderse como reiteración (tediosa) del culto al Libertador. Pero, visto en contexto, representa también a los blancos, o sea, a los opresores de los negros y los indígenas. Pudieron haber puesto a Guacaipuro en posición más destacada, por ejemplo. Aparte de que las fechas traídas a colación dejan a entender que Caracas comenzó a existir a partir de 1810, ¿es que acaso tratan de borrar más de tres siglos de historia, sin contar los de antes de los españoles? ¿Por qué no reflejar la lucha de Guacaipuro en unas fechas, si querían resaltar las luchas de las "víctimas"?
Las inconsistencias son las mismas del Drácula reggaetonero. La misma búsqueda del escándalo farandulero con selfies. Pero he caído en la trampa y me puse a discutir sobre ese escudo positivista y conservador que quiere pasar por decolonizador. Son las cosas de este basurero cultural en que nos quieren dejar convertidos.