Nuestra elección ignorar la voluntad del pueblo e imponer esa otra política

Martes, 03/05/2022 01:42 AM

Posiblemente, esa "autocontratación" era inevitable por la naturaleza misma del experimento ruso: Anders Aslund, uno de los más influyentes economistas occidentales que trabajaban por aquel entonces en Rusia, afirmó que la terapia de shock funcionaría porque "los incentivos milagrosos o las tentaciones del capitalismo lo conquistan más o menos todo". Así que, si la codicia iba a ser el motor de la reconstrucción de Rusia, lo más probable es que los académicos de Harvard y sus esposas y novias —además del personal y la familia de Yeltsin— no estuviesen más que predicando con el ejemplo al participar personalmente en aquel frenesí de avaricia.

Los genios precoces del Proyecto Rusia de Harvard, a quienes se había encargado la tarea de organizar las privatizaciones del país y el mercado de fondos de inversión. Los dos académicos que encabezaban el proyecto (el profesor de economía de Harvard Andrei Shleifer y su adjunto, Jonathan Hay) fueron acusados de haberse beneficiado directamente con el mercado que tan apresuradamente estaban creando, Mientras Shleifer era el principal asesor del equipo de Gaidar en materia de política privatizadora, su esposa realizó fuertes inversiones en activos rusos privatizados. Hay, un titulado en derecho por Harvard de treinta años de edad en aquel momento, también realizó inversiones personales en las reservas de petróleo rusas que acababan de privatizarse, lo que, supuestamente, constituía una vulneración flagrante del contrato de la USAID con Harvard. Y al tiempo que Hay ayudaba al gobierno ruso a establecer un nuevo mercado de fondos de inversión, su novia (y futura esposa) obtuvo la primera licencia para fundar una gestora de fondos en Rusia, la cual, desde el inicio de sus actividades, fue administrada al margen de la oficina de Harvard en Moscú, que estaba financiada por el gobierno estadounidense. (Técnicamente, como director del Harvard Institute for International Development, en el que tenía su sede el Proyecto Rusia, Sachs había sido el jefe de Shleifer y de Hay durante parte de ese período. No obstante, Sachs ya no trabajaba sobre el terreno en Rusia y nunca ha sido involucrado en ninguna acción cuestionable de ese tipo.)

Todo esto suscita directamente una pregunta acuciante e importante acerca de los ideólogos del libre mercado: ¿son "verdaderos creyentes" a quienes mueve la ideología y la fe en que los mercados libres curarán el subdesarrollo, como una elaborada tapadera que permite que las personas actuén dando rienda suelta a su codicia, aunque invocando, al mismo tiempo, una motivación altruista? Todas las ideologías son corrompibles, evidentemente (y los apparatchiks rusos dieron abundantes y evidentes muestras de ello con los múltiples privilegios que cosecharon durante la era comunista), y, sin duda, existen neoliberales honestos. Pero la economía de la Escuela de Chicago parece ser especialmente susceptible de desembocar en procesos de corrupción. En cuanto se acepta que el lucro y la codicia practicados en masa generan los mayores beneficios posibles para cualquier sociedad, no existen prácticamente ningún acto de enriquecimiento personal que no pueda justificarse como contribución al gran caldero creativo del capitalismo porque supuestamente genera riqueza y espolea el crecimiento económico (aunque sea sólo el de la propia persona y sus colegas más próximos).

—Desafortunadamente, el dinero no fue a parar al pueblo ruso, la auténtica víctima del corrupto proceso de privatizaciones, sino al gobierno estadounidense (del mismo modo que quienes se han repartido el dinero procedente de los pagos a que han sido condenados diversos contratistas estadounidenses en Irak por proceso judiciales emprendidos contra ellos a partir de "denuncias internas" han sido el gobierno de Estados Unidos y el "denunciante", también estadounidense.

¡La Lucha sigue!

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