El ser octogenario

Martes, 31/05/2022 09:32 AM

(La gerontología estudia todos los aspectos del envejecimiento desde las perspectivas biológica, socioeconómica, psicológica, cultural, clínica e incluso política. La geriatría atiende al ámbito clínico. Su fin es promover la salud en la vejez, así como prevenir y tratar patologías en esta etapa de vida).

Algunos descuidos tienen consecuencias tan inesperadas como desastrosas. Según la mitología griega, la diosa Aurora pidió a Zeus que concediera la inmortalidad a Titono, hermano del rey Príamo de Troya, del que estaba enamorada. Zeus accedió a su demanda y justo por eso se desencadenó el drama. ¿De qué sirve vivir para siempre si no disfrutas de eterna juventud? Como Aurora olvidó solicitar este requisito, Titono se vio condenado a envejecer por toda la eternidad.

En la antigua Esparta el Consejo de Ancianos era uno de los órganos de gobierno y recibía la denominación de Gerusía; la componían treinta miembros llamados gerontes, de los que veintiocho eran mayores de sesenta años, ya que estaban licenciados de la milicia. Los otros dos miembros eran uno de los reyes y uno de los éforos, asistiendo al Consejo por turnos. El éforo recibía a los embajadores extranjeros, vigilaba la educación de los niños, supervisaba la actuación de los reyes, a los que incluso podía arrestar y llevar a juicio. También actuaban como policía del pueblo, acompañaba a los reyes a la guerra y podía mandar unidades militares. En la democracia ateniense la edad también tenía importancia. Por ejemplo, el camino hacia el registro de una ley comenzaba cuando un ciudadano la proponía. El heraldo invitaba a hablar a los oradores que pasaban por la tribuna por orden de edad, primero los mayores de 50 años y después el resto.

El Senado o el Consejo de Ancianos tiene por principio en toda democracia no prescindir de los valores de la edad en la gobernación de un país. Pero a lo largo de los siglos la edad no importa, como dicen los suizos, salvo que sea un queso. Y poco a poco, y más en los últimos tiempos como consecuencia de los dominantes factores económicos, el desplazamiento de las responsabilidades públicas hacia edades alejadas de la vejez es cada vez mayor. ¿Podemos convenir los viejos que hay mucho de verdad en que, como decían los antiguos griegos, cuando los dioses quieren castigar a un pueblo entregan su gobierno a los jóvenes?

La vejez empieza a una edad imprecisa. Lo mismo puede ser orgánicamente anciano un individuo a los 50 que no serlo propiamente a los 80. Y en términos generales, dejando a un lado la filosofía y creencia personal de cada cual, en los países occidentales y desde luego en España, el octogenario no tiene representación en las instituciones. No hay voces suyas en el ámbito de la vida social y pública, de mínima resonancia. Su papel en ese sentido, como en todos, es pasivo. En último término recibe una protección de la sociedad incluso a veces forzosa, pues eso a ella le supone al tiempo protección para sí misma. Véase si no, la reacción desmesurada y medidas en ciertos casos absurdas, del poder médico y político de muchos países ante una epidemia no necesariamente mortífera como la de 2019 en todo el mundo.

La Medicina ya ha perdido su potencial como refugio

Al anciano, y especialmente al octogenario, se le escabulle la salud y la vida se le escapa. Entrar en los ochenta es entrar en el tramo final de la vida. A partir de ese guarismo lo habitual es la decrepitud. Se celebran mucho los casos aislados en que no está presente. La esperanza media de vida en España supera los 80. En todo caso es como entrar en la antesala. Pero a cambio ya está el octogenario en condiciones de valorar y enjuiciar su personalísima realidad, también de adoptar decisiones prescindiendo de toda clase de tutores y tutelas, y de ponerse toda clase de asertos de todas clase, incluida los de la Medicina, por montera. Sobre todo en materia de salud. Por eso los tratados, la ciencia, la erudición y el saber le son irrelevantes. La Medicina ya ha perdido su potencial como refugio. Cada filosofía personal, más segura, la sustituye con garantía. Si acaso rebusca en la sabiduría, pero no la de presente de la que no hay siquiera atisbos, en la eterna, la intemporal de los pensadores y filósofos antiguos de siempre…

Por otra parte, la variedad de avatares de la salud del anciano por su fragilidad es solo conocida en círculos muy reducidos. Pero la problemática de la psicología profunda a esa edad depende en buena medida del nivel de la consciencia, cultura y mentalidad específica de cada individuo y de sus circunstancias. Datos estos como paciente que son casi indiferentes a cualquier otra edad. Desde luego, de la salud del anciano en general y de su debilidad consecuencia natural del deterioro del organismo, la sociedad tiene noticia sólo globalmente, a partir de estadísticas y de supuestos de carácter general. La geriatría estudia todas las implicaciones clínicas, pero al dar referencias del anciano y de sus males en libros, tratados, conferencias, lo hace desde del promedio, desde la psicología media que comprende temor a cualquier señal nueva del cuerpo pero cada vez también más desapegos. Pero no, naturalmente, de la excepción, pese a que los cambiantes y vertiginosos tiempos que vivimos. la excepción, las excepciones, quizá sean más abundantes de lo que se cree en una sociedad como la española, embridado su espíritu por una mentalidad social, restringida, rehén de una religión monoteísta y dogmática de siglos en la que el sufrimiento y dolor debían aceptarse con resignación, como fatum, como fatalidad, como parte del vivir; al igual que la pobreza; castigos ambos cuya causa estaba, unas veces en el pecado original y otras en la voluntad divina…

El cambio de mentalidad

Sin embargo, es en estos últimos tiempos cuando en España se aprecian precisamente cambios de esa mentalidad. Y últimamente, en este orden de cosas, empujada por el cambio brusco, radical de una nueva ley. El anciano ha pasado, va a pasar, pues la ley está ahí pero aún no está vigente, de afrontar una muerte a lo sumo atenuada por cuidados paliativos, a la posibilidad de elegir una muerte voluntaria indolora y asistida, sea cual fuere su razónsi no es que la hubiese perdido. Esto da un giro copernicano a su existencia. La enfermedad, el sufrimiento y la muerte estaban en un estadio en el que, antes quedaba atrapada toda la personalidad del individuo, y con mayor motivo en la del octogenario quien, si por un lado su consciente se esfuerza en vivir el presente, el subconsciente le aproxima más al desenlace. Para el octogenario desde luego no hay futuro. Solo presente. Sus planes, si es consciente de su circunstancia, a duras penas pueden abarcar ya más de una semana. Su salud está rendida de antemano a su suerte, a su destino, a lo que le depare la naturaleza, pero no a factores ajenos a ellos. El momento, cada momento, para él tiene un valor superior a todas las demás prevenciones y cautelas. Por lo que la amenaza de una enfermedad no necesariamente mortal, para el octogenario es irrelevante. Si acaso teme más a un ictus o a un infarto que a una infección. Estas fueron las razones inmensas por las que infinidad de mayores despejados se negaron a ponerse una vacuna que, aunque fuese auténtica y no improvisada, acarreaba eventuales consecuencias más graves que el mal que se pretendía evitar; reconocido el dato por los propios laboratorios que les dieron luz. Razones que también están presentes cuando el anciano no hospitalizado se niega a análisis y pruebas. Pues si sospecha que la enfermedad mortal se estuviese incubando en él, prefiere no saberlo y vivir solo el momento. Y porque esa incógnita queda neutralizada y asumida por un lado por la idea de que es inevitable el fin, y, por otro lado, porque si cuenta con la posibilidad del suicidio asistido, desde ese instante es dueño de su tránsito.

(En una película titulada Soylent green Edward G. Robinson interpreta el papel de un policía mayor que entra por su propio pie en condiciones normales de salud, en un Centro a ese propósito donde, en una estancia, tendido en una camilla amplia, frente a una pantalla que reproducía escenas idílicas de la naturaleza y música de la Sexta sinfonía Pastoral de Beethoven, acaba sus días por voluntad propia. Una escena para mí inolvidable).

La psicología del anciano

La psicología del anciano, pues, ha cambiado en España ya que, aunque la posibilidad del suicidio asistido existe también en otros países, son disuasorios los inconvenientes, gastos y cortapisas para un no nacional. Y como la inercia de la vida y la certeza de la muerte interactúan cada vez con más intensidad a medida que el anciano, y especialmente el octogenario, envejece, pensar simplemente que sin salir de España puede zanjar tan complejo asunto supone para él la conquista de un sosiego inenarrable. Otro de sus recelos es ser incomprendido. Ya que, dado el marco psicosocial, el geriatra que le pueda atender está en activo, no tendrá nunca ochenta años y carece por tanto en su propio soma de la experiencia extraordinaria de ser al mismo tiempo octogenario. Por otro lado, se desconoce la causa de muchas enfermedades de la vejez. Lo que conduce a concluir que de ellas es la vejez en sí misma la causa. De aquí, de todo esto, en mi nombre y al menos en el de mi generación, parte la iniciativa del siguiente recital…

No a los patrones estándar de la Medicina

La salud y la atención médica de un octogenario no deben ser tratadas como las de un paciente ni siquiera de setenta años. Hacer tabla rasa en lo clínico sin distinguir entre la psicología del octogenario y la de edades más tempranas cuando el paciente no ha sido hospitalizado; tratar al octogenario con patrones estándar, de "normalidad", en una sociedad donde todo es un producto de mercado, incluida la sanidad y el paciente, en esa circunstancia, además de una trivialidad y un atraso, es un despilfarro.

Porque todos agradecemos mucho lo que hace el médico común, el de atención primaria, de familia o el especialista por nuestra salud. Pero a menudo, más el exceso de celo (como en otras actividades y profesiones asimismo delicadas) puede hacer más estragos en la salud que la impericia o la negligencia. Y lo digo porque, siendo la prudencia un tacto, una sensibilidad personal (que, por cierto, pese a ser fundamental en el ejercicio de cualquier responsabilidad escasea en la sociedad del responsable) es incompatible con la desproporción y todo exceso. Y no es infrecuente que a la impaciencia y exigencias del paciente se suela sumar el deseo del médico de no defraudarle, aparte quizá otros motivos menos confesables. De ello procede en buena medida el despilfarro sanitario, consecuencia a su vez del exceso de celo y del temor a la denuncia. Desde luego en España y en general en Occidente, todo eso está en cierto modo determinado por un modo muy particular de entender la Medicina en tanto que superestructura social, y por la forma de mecanizar su praxis, los protocolos. Y un médico disconforme no tiene otra opción que someterse. Por lo que es el geriatra quien debiera en estos casos adquirir mucho más protagonismo. En todo caso en Estados Unidos, hay una campaña llevada a cabo por dos doctores en Medicina para concienciar a la sociedad de lo que divulga una Asociación Médica Americana, sobre la tercera causa de muerte en aquella nación: los tratamientos médicos…

El progreso tecnológico y clínico

El caso es que mi crítica pudiera empezar por esta circunstancia. Y con mayor motivo hoy día. El progreso clínico acelerado, desmesurado, de la Medicina puede llegar a ser un inconveniente, tanto para el paciente como para la desenvoltura de la propia Medicina por la sobreabundancia de recursos clínicos. Pues a mayor precisión en la localización del eventual anómalo funcionamiento de un órgano, mayor imperfección detectable en ese órgano. Cuanto más se agranda la lupa, más posible es considerarse como anomalía lo insignificante. Porque, sometido al implacable ojo del artefacto clínico más reciente, todos acabamos estando más o menos enfermos en el momento de la prueba pese a que el sistema neurovegetativo del organismo, regenera a menudo de manera autónoma distintas disfunciones, hasta que va poco a poco cediendo en su capacidad de regeneración precisamente por la edad. Y si con un medicamento, a esa edad, se fuerza la regeneración, la mayoría de las veces es a costa de otras disfunciones y deterioros orgánicos colaterales. Esto es lo que da sentido a lo que dice Gregorio Marañón: "la Medicina es psicosomática, lo demás es veterinaria". Y otros tratamientos clínicos, como la quimioterapia, son un ejemplo clamoroso de lo que quiero decir. De la quimioterapia dice el doctor holandés Ryke Geerd Hamer: "Vender la quimioterapia como terapia es probablemente el mayor engaño de la medicina. Quien fuese el autor de esta quimio-tortura merece un monumento en el infierno".

De modo que a esa edad de la que hablo, la esperanza del correcto funcionamiento de un órgano o de uno de sus sistemas endocrinos ya está cediendo, y el médico, sin alimentar su esperanza, por el contrario debe expresarse en términos que le permitan comprender a ese paciente octogenario que cada vez es menos posible forzar el curso de la naturaleza e incluso si se hace, ser contraproducente. Que un dolor sea significativo o llevadero, que sea un malestar o se presenten otras limitaciones en el funcionamiento general del organismo, es la piedra angular, la clave para el geriatra, no tanto el diagnóstico del calibrador, pues es preciso no olvidar la consabida idea de que una prescripción, y con mayor motivo si no es natural, puede ser peor el remedio que la enfermedad. El temple del médico ha de colaborar a que lo comprenda así el paciente. Para todo esto el idóneo es el geriatra. Porque si observamos hoy día a este propósito que, ante distintas patologías que no requieren hospitalización, siendo la alimentación fundamental, salvo en la específica del aparato digestivo, raro es el médico de atención primaria que prescribe una dieta equilibrada y complementos vitamínicos en la que la Medicina natural basa su razón de ser. Eso lo abandona el médico no naturista, a la iniciativa del paciente detrás del que no está el geriatra. Y el paciente ha de ir dando palos de ciego si quiere ayudarse a sí mismo, con consultas en las Redes sociales y su propio instinto.

Por otra parte, no dejo de ser consciente de que quizá tampoco el médico esté de acuerdo con el modo de interpretarse y de aplicar el protocolo impuesto por el martillo pilón del engranaje de la Medicina, sobre todo en los casos en que el paciente protagonista es un octogenario. Las trágicas consecuencias en las residencias de ancianos de Madrid en el año 2019 dan buena cuenta de una muy posible colisión de pareceres en este sentido, en la que la responsabilidad de los innumerables fallecimientos se repartió al mismo nivel entre políticos y médicos…

Mi caso particular

Pues bien, tras este extenso preámbulo voy a mi caso particular… He tenido hace un par de meses un ataque súbito de reumatismo. Las variedades de este mal se calculan hasta 200. La reumatóloga, a la que he tardado en acudir por la cita retrasada pero también interesado yo en observar la evolución del mal que se me había declarado repentinamente, en un examen inicial lo diagnostica como Polimialgia reumática asociada a una anemia no ferropénica. Tengo 2,8 millones de hematíes, y por mis pesquisas en las Redes que todo lo explican, probablemente la causa viene de una médula ósea ya defectuosa que no los produce en cantidad y al ritmo suficiente. Veo que al parecer no tiene virtualmente solución, que sólo puede ralentizarse el proceso asimismo con corticoides, y cualquier otra alternativa, como la transfusión, a esta edad no viene a cuento o es tan complicada que aunque se me ofreciera no la aceptaría por las razones generales que expongo más adelante. El caso es que la doctora, "para asegurarse", me endosa al efecto 6 volantes de la Aseguradora médica para otras tantas pruebas. Mientras me dan los resultados, me receta un corticoide (el único fármaco, aparte alguna otra excepción, que, junto al antibiótico, considero verdaderamente eficaz en el conjunto de la materia medicamentosa) durante 15 días, hasta la vuelta a su consulta con el resultado de dichas pruebas. Pruebas que no me pienso hacer, como tampoco pienso volver a su consulta. Pues, sea cual sea la clase de afección reumática que me aqueja perteneciente a una de esas doscientas variedades, la medicación pasa en todo caso por un fármaco de la familia de los corticoides, y sea cual sea la clase de anemia no ferropénica causante, ésta tampoco tiene remedio aunque su progreso es variable pero en todo caso concluyente.

Enlazo las consideraciones iniciales con mi caso particular porque, dado el escaso protagonismo, a mi entender, del geriatra en la vida sanitaria deduzco que los mayores en la mayoría de los casos siguen la inercia de la medicina convencional. Y entonces me pregunto ¿son necesarios seis volantes para hacer a un anciano de 83 años análisis de todo tipo, radiología, desintometría, ecografía… cuyo tratamiento para lo reumático es un corticoide, aunque pueda en las pruebas aparecer otra causa más grave que ahora se desconoce y que el paciente incluso prefiere ignorar dada su edad? ¿no le es posible al médico corregir esa inercia y dosificar al paciente el medicamento en función de cómo entre ambos valoren el resultado, modificando en su caso la dosis inicial según la respuesta del organismo en ese periodo de tiempo? ¿no sería más razonable, dada, otra vez, la edad, evitar esa multitud de pruebas clínicas como las que relaciono que, multiplicadas por miles de pacientes de similares padecimientos, han de representar una cifras fabulosas para el erario público? Si interviene antes un geriatra ¿no trataría de evitar el protocolo? Pero es que además, aunque agradezco, agradecemos, ese interés de los médicos en general por ese mal a nuestra edad, nos hace un flaco servicio si le hacemos caso, por las razones que expongo a continuación…

A su edad lo que cuenta es el momento

A otras edades las exploraciones, análisis, placas, etc, en ciertos estados de salud pueden tener toda la justificación que se quiera desde el punto de vista de la Medicina. Pero a nuestros años esas investigaciones en nuestro organismo así como la Medicina preventiva en general, apenas tienen ya sentido. A la edad del octogenario lo que cuenta es el estado de salud del momento y todo lo más el de mañana, no el de su futuro ya breve. Ese "cogerlo a tiempo", ya no tiene la fuerza que pudo tener a otra edad. Mejor dicho, ningún sentido. Que estar hoy bien no garantiza estarlo dentro de un mes se corresponde con la lógica de la naturaleza ya debilitada y en caída libre del organismo, y con eso ya cuenta quien, a esa edad, no se aferra a la vida salvo que sea un obstinado o un necio. Lo que le importa al octogenario sin dolores que no sean persistentes e insoportables, que tiene muy presente que lo que queda de vida es una pequeñísima porción de la vivida, es salir adelante el día a día, no verse envuelto en pruebas clínicas por si aparece alguna señal que anuncia el inicio de la enfermedad que le lleve a la tumba o la incineradora. Es más, la inquietud que puede despertar la espera y el resultado de las pruebas y la posterior valoración clínica del médico es un factor muy negativo para su estado anímico y psicológico que forma parte muy importante de la salud global de ese paciente en el último tramo de su vida. Quien replique a todo lo dicho es porque la sociedad está tan acostumbrada a jugar la partida de ajedrez de la salud de tal manera defectuosa que es incapaz de ver donde está la trampa o el error de la demasía… Lo que sí es cierto es que rondar la muerte te acerca a cierta clase de sabiduría a la que es difícil que accedan quienes no hayan pasado por esa experiencia o la hayan visto próxima a los muy allegados.

No deseamos vivir más si no evitar el dolor

Para un octogenario son cruciales las condiciones generales y los tiempos que vive, aparte la calidad de vida, que depende mucho de lo anterior. Y los tiempos que vivimos, si ya de por sí son muy agresivos para la gente común, mucho más hostiles lo son para la sensible y los ancianos. Incluso desde esta óptica (hay bastantes más) se explica la cada vez menor importancia dada al vivir y el interés por vivir a nuestra edad, porque lo que verdaderamente deseamos es que se nos evite el dolor, no prolongarnos la existencia. Y si es verdad que nos lo garantiza ya la eutanasia y el suicidio asistido, con eso tenemos bastante. Porque sepan la Medicina y los médicos que la inmensa mayoría de los octogenarios no deseamos alargar artificial y artificiosamente la vida; que lo que nos importa es que se nos evite el dolor, no vivir a toda costa y a cualquier precio; que en el fondo de nuestra alma y pese a ser quizá aún felices, lo mismo nos da vivir un año más que tres. Ya hemos vivido lo necesario. Así es que atempérense médicos y todo el aparato de la sanidad en el modo de tratar a personas que pasamos de los 80. Tengan presente que la filosofía, en tanto que plano superior del pensamiento, cobra un significado muy por encima del sentido de la Medicina convencional en occidente. Se diría que portentoso; tengan presente también que a partir de esa edad la Medicina como tal empieza a no pasar de un mero placebo, pues el deterioro de la salud empieza a ser global e irreversible. Téngalo en cuenta… a menos que laboratorios y la propia superestructura médica lo que desean es tener cuantos más pacientes potenciales mejor, y cuantas más pruebas, más análisis, más placas, más de todo, mejor; bien para no defraudar al orden socioeconómico devastador, bien precisamente por los excesos de la Medicina, para derrumbarse con el sistema y replantearse otros esquemas.

Conclusión, en los casos de patologías que no exigen hospitalización, la geriatría es la especialidad que pondera los remedios de coyuntura para padecimientos de pacientes que se encuentran ya en la etapa más corta de su vida. Pero en cualquier caso, la sensación de plenitud y en el sentirnos señores de nuestra existencia, si se presenta el caso de ponernos a esa prueba dentro de la inicial o galopante decrepitud llegada nuestra edad, acabamos encontrando el auténtico sentido de todo nuestro vivir. Y luego, una vez dejada esta vida, la idea más próxima al equilibrio o la armonía universal: o detrás está la nada, o lo que haya, con certeza ha de ser mucho mejor…

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