Cecilio prepara una taza de café mientras se calientan dos tamalitos de frijol en el microondas, de la mochila que lleva al trabajo saca un botecito de vaselina y se unta un poco en la yema de los dedos, los tiene rajados y le sangran de tanto cortar cerezas todo el día en el trabajo. En el supermercado mexicano que queda cerca de donde vive compra ungüentos para el dolor de espalda, gana seis dólares por bote que cuando se llena pesa quince libras.
Él se cuelga uno del cuello y el otro a media cintura, para lograr ganar doce dólares en cada vuelta, en los supermercados las cerezas cuestan casi diez dólares la libra, Cecilio cree que es una gran injusticia que quien las cosecha gane tan poco. Pero así es la vida del pobre, les dice siempre a sus compañeros de trabajo cuando les cuenta que cuando trabajaba en las faldas del volcán de fuego en Guatemala, en la cosecha de piñas eran también los terratenientes los que se quedaban con las mayores ganancias.
Cecilio es originario de la aldea San Miguel Los Lotes, Escuintla, apenas comenzó a caminar y su papá vio que su cuerpo se empezó a poner macizo se lo llevó a trabajar con él a las faldas del volcán, en la cosecha de café. Para cuando llegó a la adolescencia Cecilio se conocía como la palma de su mano los ingenios de azúcar de Escuintla y las fincas donde cosechaban espárragos, jocote marañón, mangos, papayas y piñas. Se recorrió todo Retalhuleu en las fincas de hule, café y macadamia. Trabajó desde la preparación de la tierra, la siembra, la cosecha, la postcosecha que incluía el secado, la clasificación y el empacado de los productos como el café.
Si de mil usos hablan ahí está Cecilio, que también trabajó deforestando bosques en Petén para los terratenientes que iban a sembrar palma africana. A pura hacha, pulmón, almágana y cuñas hizo leña cientos de trozos que llegaban a recoger por camionadas para llevar a la capital. De sus tiempos de jornalero en Guatemala, Cecilio recuerda el hambre, el frío en las galeras en las noches donde dormían aperchados y; tan vivas en la memoria las humillaciones de los caporales iletrados como los jornaleros, pero colocados en los puestos por rastreros. Cómo podía un hombre crecido en la miseria transformarse en el peor enemigo de sus propios compañeros de jornal. Cecilio, nunca lo pudo comprender.
Cuando se casó y la covacha se le llenó de niños, Cecilio decidió emigrar, lo que ganaba de jornalero en las fincas del sur del país no era suficiente para la crianza de siete hijos, su esposa Micaela ayudaba con los gastos, pero con su venta de tamales no ganaba mucho. Prestó el dinero para el coyote a un prestamista que le cobraba el treinta por ciento mensual y se fue, con la promesa de enviar dinero para construir una casa de bloques, comprar un picopito y para un negocio familiar. Cecilio ni su esposa querían que sus hijos terminaran de jornaleros igual que ellos, ellos serían los primeros de toda la familia en ir a la universidad, se lo propusieron juntos.
Se sirve el café y saca los tamilitos de frijol de la tuza, enciende una veladora al cuadro del Señor de Esquipulas, su mirada se pierde entre la nada, llegan a su memoria los recuerdos de aquel 3 de junio de 2018, cuando un primo de la capital lo llamó por teléfono para decirle que su aldea había sido arrasada por la lava del volcán y había cientos de desaparecidos. Cecilio, afligido, tiró los botes con cerezas y llamó por teléfono a sus familiares en la aldea, ninguno le contestó. De algunos familiares sólo encontraron partes de sus cuerpos calcinados, a otros no los encontraron.
Un año después de que emigrara, el volcán de fuego hizo erupción en Guatemala llevándose todo a su paso, la aldea San Miguel Los Lotes quedó soterrada en los ríos de lava. De las dos mil novecientas personas que se considera que están soterradas en el lugar, lograron rescatar a cuatrocientos treinta fallecidos. El gobierno dejó solos a los familiares de las víctimas. Los bomberos, vecinos del lugar y personas que se acercaron de otras partes de Guatemala ayudaron en las labores de rescate. Por ahí enviaron a algunos soldados, pero fue sólo para la foto, le contaron a Cecilio, porque la noticia fue internacional.
Cecilio perdió a treinta y cuatro miembros de su familia, incluidos sus padres, hermanos, tíos, primos, su esposa y sus hijos. A los que lograron encontrar los enterraron en camposantos de aldeas vecinas. A Cecilio lo ayudaron económicamente los compañeros de trabajo y de otros campos de cultivo cuando supieron la noticia, cola hacían para entregarle, aunque fuera un dólar, porque sentían como propio su dolor y porque también habían vivido la muerte de familiares sin poder moverse del campo de cultivo por ser indocumentados. La otra parte para el entierro de sus familiares Cecilio se lo pidió prestado a la esposa del prestamista que también falleció en la aldea el día de la erupción. Se lo cobró también al treinta por ciento, le dijo que lo acompañaba en el dolor pero que no podía dejarle el dinero por menos.
Cecilio bebe día y noche desde entonces, trabaja sólo para pagar la deuda de su viaje a Estados Unidos y la del entierro de sus familiares. Renta un espacio en un apartamento de una habitación donde viven 6 migrantes, todos indocumentados, de México y Centroamérica, ellos siguen preparando la comida y se la dejan en la refri para que coma cuando llegue del trabajo. Cecilio lleva cuatro años sin respiro y en cada aniversario de la tragedia bebe hasta anegarse. Escondieron las botellas de licor, pero él de todas formas pasa todos los días a la licorería a comprar aguardiente de la más barata, es para lo único que le alcanza y muchas veces se ha tomado el alcohol que tienen en el apartamento en el botiquín de emergencias, sólo así logra dormir un par de horas durante la noche para poder ir a trabajar al siguiente día. Si viviera sobrio, piensa, no soportaría el dolor.
La aldea donde creció y fue tan feliz es hoy en día un campo baldío, donde viven unos cuantos. Para los familiares de las víctimas es un lugar de peregrinación y una especie de camposanto. Cecilio no pudo regresar, la deuda con el prestamista y pensar en sepultar a sus familiares lo obligó a quedarse en Estados Unidos, desde donde la distancia ahonda más la tristeza la desolación.