Había recorrido como dice el vulgo, medio mundo. Lo deseaba con ansia y era una de las metas que se había fijado para el transcurrir de su vida. Su formación muy limitada (en lo geográfico- cultural), porque en los estudios formales, pocas referencias tenía sobre la vida fuera de sus estrechas fronteras. Le habían creado una especie de niebla, que le impedía conocer y saber de otras vivencias, de otras culturas, de otros pueblos, que apenas los había oído nombrar en su país, pero que algún, vez en sus ratos de ocio, había visto su nombre es la esfera donde se representaba el planeta y que había adquirido para su recreación.
Lo poco que George, sabía de la geografía del mundo, de su extensión, de su inmensidad, cosa que le acicateaba sus sentidos y curiosidad, lo había adquirido de ligeras lecturas en libros de la vieja biblioteca familiar y por su casi adición, a recorrer con la vista y palpar con sus dedos, como para atraparlas, los nombres de los países, mares y océanos reflejados en la esfera planetaria donde se regodeaba por horas.
Dónde conocí a George. Por casualidad, en una de las hermosas playas del Estado Falcón. Acostumbraba, antes de chapucear en las olas y espumas del inmenso mar, a realizar recorridos en toda la playa de extremo a extremo. Para luego disfrutar de la frescura de sus azules aguas. Y fue allí precisamente, donde divisé a una persona que metía en un recipiente, objetos que no podía identificar, desde lejos.
En la medida que me fui acercando, pude ver que eras conchas de caracoles, restos de corales y otras curiosidades que nos regala el mar en su intenso ir y venir. Hola, le dije, mire, hacia el otro extremo, hay más y variadas.
Gracias, me respondió, en ese típico acento, que caracteriza a los gringos, me llamo George, soy norteamericano, de turista, por su bello país, dijo amablemente.
Fue a caminar hacia donde le indique con su pequeño balde casi lleno de conchas, pero al rato regresó y al verme se acerco al grupo donde estábamos muchachos y muchachas con el ánimo de relacionarse.
Y así fue, formó parte del grupo, familiarizó y entre tragos, chistes y chapuzones entro en confianza y hacía muchas preguntas sobre costumbres, expresiones que no entendía y les despertaban curiosidad.
Tienen un bello país, repetía mucho, una naturaleza increíble, deben cuidarlo. Lo hacía mientras acariciaba las conchas y las ordenaba hasta hacer figuras caprichosas.
Entre conversa y conversa, George, nos dijo, voy a hacerles una pregunta, quizás algo incómoda. Hazla dijo, uno de los muchachos, aquí se vale todo. Y la hizo, de tanto recorrer el mundo, dijo, me pregunto y les pregunto a Uds. ¿Porque siento que odian a los norteamericanos? ¿Tú lo crees?, le pregunté. Si, respondió, ¡lo he sentido!
Bueno, respondí, a lo mejor el nosotros está demás, quizás, no es a Uds. Como pueblo, sino, a los gobiernos. Meditó un poco y preguntó ¿A los gobiernos? Sí respondí, porque como Estado, han causado muchos daños a otros países y de eso poco o nada saben Uds. Porque el confort que viven a costa de otros, la poca información que tienen, les impide ver la realidad.
Quizás, tengan razón dijo Jorge, los gobiernos son gobiernos y el pueblo es pueblo. Entro en la conversación una joven del grupo y le dijo, mira Jorge sus gobiernos, han promovido el odio y fomentado guerras injustas en todo el mundo, sin ninguna justificación, debe ser por eso el odio que tú percibes. Bueno dijo, otro del grupo, no entremos en política y vamos a continuar la diversión. Así o hicimos, George continuo meditabundo, jugando con sus conchas de caracoles y restos de corales, intervenía y preguntaba de vez en cuando. Los chapuzones, los tragos los juegos playeros continuaron, todos participamos. Pero a mí me repicaba insistentemente en la cabeza, algo que le había oído a alguien o que había leído: SIEMBRA ODIOS Y COSECHARAS TEMPESTADES.